Jaime Bellolio, el derechista aplaudido por un progresismo que le cree todo
Y es que por estos días es fácil caerle bien a un progresismo sin ideas. Solo tienes que darles en el gusto, mostrarte democrático y decir un par de cosas que
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
El diputado UDI Jaime Bellolio es más aplaudido en los sectores del progresismo que en la derecha. Algunos creen que es lo mejor que le ha pasado al partido de Jaime Guzmán, mientras otros han ido más allá y dicen que debe cambiarse a Evópoli o derechamente al Frente Amplio. ¿La razón? Le llama dictadura a la dictadura y condena las violaciones a los Derechos Humanos durante el periodo en que reinó Pinochet.
Y es que por estos días es fácil caerle bien a un progresismo sin ideas. Solo tienes que darles en el gusto, mostrarte democrático y decir un par de cosas que suenen bien. Como por ejemplo, aplaudir el NO y salir con chapistas que acrediten que, si hubieras tenido la edad necesaria, habrías apoyado a los opositores al dictador. No hay nada más reconfortante para una centroizquierda que no sabe qué hacer aparte de vivir del pasado.
Por esto, siempre que se refieren a la “nueva derecha” (¿existe realmente?) se desarman en elogios a Bellolio. Creen que es el futuro de la política, ya que ha sido capaz de enfrentarse a su sector, ha votado a favor de la Ley de Identidad de Género y respetado los ritos de una oposición sumamente dispersa y que ama sus ritos.
¿Y las ideas? ¿Y la estructura del modelo? Eso ya no parece estar en discusión. Aunque Bellolio respete dicha estructura, sin ningún matiz, lo cierto es que no es tema para la nueva y vieja izquierda. Son debates demasiado complejos en días en que los simbolismos y las palabras vacías llenan el discurso público.
¿Por qué digo esto? Sencillo, porque Jaime Bellolio no ha sido capaz de preguntarse por qué la derecha apoyó a Pinochet, o por qué quiso botar a Allende desde el primer día. No se ha atrevido a escudriñar más allá, a pensar que el problema de su sector es que, al igual que ahora, en aquellos años confundieron sus intereses ideológicos con la realidad de un país. Y si no se cambia eso, lo cierto es que, por mucho que se hagan fuertes mea culpas (los que no se han hecho), la historia podrá repetirse muchas veces más.
Pero, ¿cómo puede hacer ese esfuerzo Bellolio si en la otra vereda le aplauden lo mínimo? ¿Cómo puede entrar en los recovecos ideológicos de su sector si el progresismo se contenta con que el diputado le encuentre la razón en un par de cosas? Es sencilla la tarea de este rostro de la derecha joven. Frente a él no hay nada que lo desafíe realmente, debido a que pareciera que, aparte de los logros del plebiscito de 1988, no hay mucho más que preocupe a quienes dicen defender ideas de avanzada. Se quedan tranquilos con la pelea sobre democracia versus dictadura, pero ya no hacen ni un pequeño esfuerzo por preguntarse qué tipo de democracia quieren, o qué idea de capitalismo es la que se debería buscar en los próximos años.
Mientras no se haga esta discusión, lo cierto es que los Bellolio y los Gonzalo Blumel seguirán teniendo un lugar en el corazón de un sector del país que se quedó sin futuro. Sus sonrisas y sus posturas “liberales” seguirán convenciendo a algunos de que en ciertos temas, sobre todo en los “valóricos”, ganaron ideológicamente.
Esto no es cierto, ya que en la izquierda no hemos ganado nada. Hemos perdido, una y otra vez, frente a un neoliberalismo que se adapta a todo, que disfraza el respeto a la individualidad de derechos, y que, mientras no se muevan los fundamentos esenciales de la lógica sistémica en la que vivimos, seguirá mostrando una destreza increíble para decir que no es lo que es y será por siempre.