Asesinato de Jaime Guzmán, la gran excusa de la derecha para victimizarse
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Conocida la noticia de que Francia decidió asilar a Ricardo Palma Salamanca, el ex frentista condenado en Chile por su participación en el asesinato de Jaime Guzmán, el gobierno y el oficialismo prácticamente completo salieron a condenar la decisión del país europeo. Dijeron que en nuestras tierras sí hay un Estado de Derecho consistente, y que la decisión francesa debería ser tomada como una ofensa para todo nuestro país. Es decir, todos deberíamos sentirnos ofendidos porque el asesino de un amigo de ellos no será juzgado por los tribunales chilenos.
Ya que por estos días parece necesario hacer estas aclaraciones, debo decir que es condenable un hecho como el asesinato del creador de la UDI. Más aún que haya sido en el comienzo de una especie de democracia que, en esos años, en 1991, se estaba moldeando. Sin embargo, vale la pena detenerse en la forma en que la derecha trata este episodio de nuestra transición, porque la retrata de cuerpo entero, dejando en claro que sus problemas, sus muertos y sus intereses, siempre deben estar por sobre el resto de los ciudadanos chilenos.
¿Acaso no fue el apoyo al golpe de 1973 una demostración de que lo suyo siempre debe estar por sobre los demás? ¿No fue acaso el exterminio de gente que amenazaba sus parcelas mentales, la evidencia de que confunden sus seguridades con las de Chile? Son buenas preguntas para hacerse. Sobre todo en días en que en Chile Vamos quieren que lloremos a su caído, e intentan decirnos que el asesinato de Guzmán, perpetrado por un grupo armado de trasnochados revolucionarios sin revolución, es lo mismo que un Estado que falta a su labor esencial, que es resguardar los Derechos Humanos de los ciudadanos, y, en cambio, actúa como un instrumento para cumplir con los caprichos de una elite.
En democracia se deben considerar ambos hechos en su justa medida, de acuerdo a la gravedad que tienen, que claramente no es la misma. Se supone que nuestras instituciones deben garantizar procesos justos y que midan las dimensiones de los actos cometidos. Algo que en nuestra derecha entendieron este fin de semana, luego de la decisión tomada por el Estado francés, alegando la solidez de nuestra institucionalidad para juzgar a Palma Salamanca. Días antes, en cambio, el gobierno se paseaba por canales de televisión hablando de la poca eficacia del debido proceso, de la lentitud y de las pocas certezas que daba nuestra institucionalidad al momento de combatir delitos en algunos colegios fiscales. Incluso, el Presidente Sebastián Piñera se vio bastante activo explicando un proyecto llamado Aula Segura, en el que se menospreciaba todo tipo de protocolo institucional, y para promocionarlo emplazaba a la oposición y enfatizaba en que había dos alternativas: aceptar ese proyecto o simplemente vivir en el caos.
¿Entonces en qué quedamos? ¿Vivimos en un Estado de Derecho o somos un caos? Parece que depende de lo que afecte o no los que habitan La Moneda. La separación de poderes, el funcionamiento de nuestra democracia, y las normas que la moldean, deben funcionar de acuerdo a lo que ellos necesitan y piensan. Eso fue lo que les enseñó el mismo Guzmán. Siempre debían ganar sin importar quién fuera el que obtuviera triunfos democráticos, ya que el relato político con el que funcionaría nuestra democracia estaría organizado para darles en el gusto. Y así ha sido.
Hoy, un país europeo no les quiere dar en el gusto. Por esto es que recurren a la patria, al nacionalismo, y a todo lo que tengan en sus manos para disfrazar su furia de clase de algo más transcendental, ya que el ex senador e ideólogo de la dictadura (cuestión que no hay que olvidar, menos en un año en que algunos andan exigiendo contexto), se ha transformado, con el tiempo, en una excusa para buscar una victimización que les ha sido esquiva. Porque el relato de la intervención cubana y la izquierda chilena armada, ya no son creíbles para explicar la brutalidad con la que actuaron.
Hoy la historia está tan documentada, que el resguardo de sus miedos y el haber comido un par de días chancho chino, ya no son excusas suficientes para entender la masacre que vino después. Por lo que siempre es bueno desempolvar al único muerto que tienen, para así contarnos que ellos también han sufrido. Que “los ricos también lloran”, y que siempre el llanto de ellos puede servir para lavar sus culpas. Pero lo cierto es que no es así, y que por mucho que quieran que hagamos nuestras sus penas, siempre serán solamente de ellos y de su egoísta manera de ver a un país.