La ciudad inventada
"Joaquín Lavín, con el apoyo de los otros dos alcaldes, tenía entre sus planes norteamericanizar el espacio público, conocido admirador del urbanismo estadounidense, pero los vecinos les dieron un portazo en la cara".
Alexis Ceballos es Empresario, Ignaciano y Militante PDC
El domingo recién pasado, vecinos de Providencia, Las Condes y La Reina se reunieron junto a sus familias a un picnic familiar a un costado de la laguna natural del parque Padre Hurtado. ¿La razón? Celebrar el triunfo ciudadano en la consulta celebrada el pasado 21 de Octubre, donde habitantes de las tres comunas se opusieron a la construcción de una laguna cristalina, idea del actual alcalde de Las Condes Joaquín Lavín. Dicha laguna fue promocionada con una fuerte publicidad municipal y por el propio edil. Sin embargo, el rechazo fue general, con una participación récord en el país, que sentó un precedente de participación digital ciudadana.
Grandes arquitectos y urbanistas como Luis Eduardo Bresciani, Iván Poduje o Sebastián Gray entraron directamente en un enfrentamiento formal por dicha laguna, que dejó entrever las diferencias en la percepción de cómo se debe construir y fomentar una ciudad. Lo mismo sucedió con concejales de dichas comunas, acusando la poca transparencia tanto en el proceso como en el proyecto y su proyección económica real. Sin embargo, la última palabra la tuvieron los propios vecinos, y fue en favor del parque, de su entorno natural y en no tolerar la disneylandización del segundo pulmón verde más grande de la capital tras el parque Metropolitano. El renacimiento de la figura del transversalmente respetado y querido Fernando Castillo Velasco, urbanista, premio nacional de arquitectura y emblemático alcalde de La Reina fue fundamental en la disputa para los vecinos, tanto él como su visión del rol que la naturaleza, la real, debía tener en la vida cotidiana de los ciudadanos. Y era lógico.
El resultado de la consulta fue un duro golpe no sólo para el alcalde de Las Condes, sino también para el resto del triunvirato de ediles conformado además por Evelyn Matthei en Providencia y José Manuel Palacios en La Reina. Ese resultado en la consulta les envió un mensaje claro, y fue aquel donde los habitantes no quieren que se comercialice con sus parques, con los espacios dedicados a la sociabilización, a encontrarse con el otro, a su calidad de vida, de ellos y de sus familias.
Y no es un tema menor. Dicho suceso abre la ventana a una gruesa pregunta, a los urbanistas, a los arquitectos colegiados y no colegiados, a los estudiantes de arquitectura de nuestras universidades y también a todos aquellos quienes en dos años más disputarán las elecciones en las próximas municipales, y es la relativa a qué clase de ciudad queremos construir. Abre la interrogante respecto cómo es la ciudad que queremos para nosotros y para nuestros hijos, donde la opinión de las personas, a un muy personal parecer, debe ser determinante, además de los especialistas.
Joaquín Lavín, con el apoyo de los otros dos alcaldes, tenía entre sus planes norteamericanizar el espacio público, conocido admirador del urbanismo estadounidense, pero los vecinos les dieron un portazo en la cara. No significa menospreciarlos tampoco, ni sus ideas, algunas muy valorables y rescatables. En absoluto. Sin embargo quedó en la punta de la lengua y del iceberg la pregunta sobre el cómo en una ciudad como Santiago, en un ejemplo práctico y real, un alcalde de una comuna rica desea quitar una laguna natural, parte de un ecosistema para instalar no una, sino dos artificiales y obtener réditos económicos de ello, al mismo tiempo en que existen otras muchas que no cuentan con el presupuesto suficiente para proporcionar a sus habitantes espacios verdes mínimos, en una desigualdad a la calidad de vida que todos merecemos como ciudadanos, y que es inaceptable. Fue otro argumento en que millares de vecinos, buenos ciudadanos, se basaron para rechazar dicho proyecto. La Organización de las Naciones Unidas mide la calidad de vida de los habitantes de las urbes, en todo el planeta, de acuerdo no solo al número de metros cuadrados de espacios verdes de los que disponen por número de habitantes, sino también en cuántos metros deben caminar desde la puerta de sus casas para contar con uno. En ese aspecto, Chile está, en plena Democracia y en pleno siglo XXI, con una deuda social escandalosa. Y debemos remediarla.
No se trata entonces de que las administraciones de turno usen terrenos públicos de incontable número de hectáreas para levantar mega parques, sino por el contrario, el gran desafío de nuestros urbanistas y arquitectos y del propio Estado y las municipalidades, radica en planificar nuestras ciudades para que en todos los barrios existan plazas en que sus habitantes puedan tener la posibilidad de encontrarse con espacios verdes para sociabilizar y encontrarse con los otros, y de paso con uno mismo también, a poca distancia de nuestros núcleos. En ese aspecto los próximos candidatos a alcaldes de las 346 comunas existentes a lo largo de nuestro país deberán proponer soluciones, especialmente en aquellas con alta densidad demográfica y también flotante.
La próxima e inmediata vida política de nuestra clase dirigente estará determinada, desde las presidenciales hasta las municipales pasando por las parlamentarias, además de los datos, por la construcción de las ciudades. Será su responsabilidad inventar o reinvertar las ciudades del futuro, y en ese desafío, la preocupación principal radicará en imaginar, y después crear, con altura de mirar y de forma visionaria, un Chile para el siglo XXII. En esa labor, deberán tener por sobre todo, siempre muy presente, lo que quieren o no los ciudadanos y ciudadanas. Partiendo de esa base mínima, podrán construir con éxito ciudades de excelencia. Y las merecemos. Especialmente nuestros hijos.