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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Dejen tranquilas a las Isapres

"Tendremos que actualizar las palabras de don Pedro Aguirre Cerda: ahora diremos 'gobernar es dar un tipo de salud y educación para cada clase social'”.

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Ruben Castro es Consultor e investigador en seguridad social. Profesor Universidad Técnica Federico Santa María

Hace muchos años, el país creó una olla común y le llamó “Fonasa”, pero permitió que quien quisiera se restara e hiciera lo que quisiera. Así nacieron las Isapres. Sencillamente, pareció legítimo que convivieran la olla común y la libertad, cada una en su mundo.

Y pasaron cuarenta años.

Pero de a poco, los libertarios fueron descubriendo que había vetas amargas en las mieles del libre mercado. Miraron para el lado: la vieja olla común mantenía el atractivo de la solidaridad, pero irse con ella… imposible. Entonces notaron que podían transformar las Isapres en una olla común VIP, sólo para gente como uno. Super buena idea, así se defenderían de la libertad que ellos mismos habían escogido. Pero había un gran problema: se requería que el Estado legislara los grilletes que sostuvieran la cosa, y ¿cómo convencerlo de armar dos sistemas de seguridad social en paralelo, uno VIP y el otro no?. La palabra apartheid sonaba tan fea. Sin embargo, siguieron adelante con la idea: primero, porque la clase alta era parte interesada y quería que fuera posible, y segundo, porque la meritoria clase media-alta, agarrada con las uñas al sistema Isapre y sin temor a enarbolar pancartas de justicia y dignidad frente a La Moneda, también quería que fuera posible. La bola de nieve de la olla común VIP no tardó en legitimarse y comenzar a rodar.

Y siguió avanzando, sorteando reparos morales al amparo de la creciente desigualdad social, y si alguna vez perdió fuerza, el anuncio constante de una reforma la revivió. Los políticos tuvieron que apoyarla. Los jueces fueron más allá y comenzaron a fijar los precios y condiciones de los planes de Isapre, en aras de la olla común VIP. Oscuros subsidios cruzados nacieron, pero a nadie importaron. Los expertos, un poco sobrepasados, se quedaron en el mundo perdido de una sociedad igualitaria, proponiendo mezclar platas de Fonasa con platas de Isapre. Y las Isapres mismas, finalmente, se mantuvieron tranquilas en la orilla, observando, pues para ellas en realidad no hay naufragio: sus utilidades están intactas, y ningún escenario políticamente factible las tocará.

¿Bueno y que podemos hacer? Descartaría enriquecer la olla común hasta hacerla atractiva para los desengañados de las Isapres: el país envejece, el gasto público en salud lleva 20 años creciendo vertiginosamente y sería bien difícil acelerarlo mucho, menos todavía con dicho fin. Descartaría una solución que emerja de mezclar platas de Fonasa platas de Isapres: creo que no está ni remotamente el horno para esos bollos. Una opción realista es no hacer nada, seguir como vamos, si bien ello implica fallos judiciales que llevan el bote hacia la tierra de nadie sabe dónde. Otra opción, ya casi utópica, es desregular las Isapres y así los libertarios vivan su libertad en plenitud. Y otra opción, bueno, es introducir de una vez la olla común VIP, como una vez más se anuncia desde el gobierno.

Es un poco gracioso, la olla común VIP requiere, como todo lo VIP, un muro: no se vayan a meter los de afuera. Y entonces, la meritoria clase media-alta, que ha legitimado el pedir que sea nada menos que el Estado de Chile quien cree el engendro de dos sistemas de seguridad social segregados ni siquiera por razones del tipo de trabajo, o de contrato, o de empleador o la actividad económica, la zona geográfica ni por último el sexo, la edad, la nacionalidad o la historia, sino única y exclusivamente el salario, puro y duro, esa clase media-alta, decía, ¿de qué lado del muro quedará?.

Quedará del lado de adentro, por supuesto, sino se acaba la fiesta.

Tendremos que actualizar las palabras de don Pedro Aguirre Cerda: ahora diremos “gobernar es dar un tipo de salud y educación para cada clase social”.

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