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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Camilo Catrillanca, una víctima de las obsesiones ideológicas de este gobierno

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Luego de conocida la muerte del comunero mapuche Camilo Catrillanca a manos del Comando Jungla, muchos vieron materializado lo que se sabía que ocurriría con una brigada de estas características. Era lógico que una división militarizada de Carabineros, con objetivos tan específicos, cumpliera su misión sin ningún reparo en las formas, los procedimientos y el Estado de Derecho, ya que está entrenada para pasar sobre este porque parte de la base de que no existe.

El gobierno, como siempre, no quiso perder. No era una opción para los habitantes de La Moneda mostrarse impresionados con lo sucedido. Y tal vez no lo estaban, porque sabían que había un objetivo claro a cumplir: imponer “orden” sin importar las consecuencias. El propósito de la vía armada de esta administración es pacificar el territorio sin antes entenderlo, sin tomar en cuenta los profundos problemas políticos que ahí se desarrollan diariamente.

Andrés Chadwick no tiene tiempo para eso, solo se siente mandatado para cumplir con combatir a un “enemigo” que el Estado de Chile ha querido, por décadas y décadas, callar y mantener al mismo tiempo. Ya que, si bien es cierto que esto no comenzó con Piñera, lo que pasó es que en estos meses la lucha de clases se explicitó más aún.

Algunos podrán decir que eso no ha sido lo único que ha hecho la derecha en su segundo periodo post Pinochet. Podrán hablar de las bonitas imágenes en las que el ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, abrazaba a dirigentes mapuche con sonrisas amplias y bonachonas. Pero lo concreto es que el llamado Plan Araucanía parte de una base sumamente pequeña de lo que está en conflicto. Quiere solucionar un problema profundamente político, y de muchas dimensiones, buscando interlocutores con pinzas, identificando a mapuches buenos y malos, y sin entender que tal vez la lucha violenta no es un capricho de algunos, sino también parte de una misma demanda.

Pero volvamos a Catrillanca. Nadie sabe realmente por qué lo mataron. O, para ser sinceros, muchos sabemos por qué lo hicieron, pero no hemos escuchado una versión convincente. Primero se dijo que había sido parte de un robo de autos, culpándolo de haber participado de un delito común, sin tener pruebas y tratando de contarnos que haber participado de algo así ameritaba que un comando militarizado le disparara por la espalda; luego, dijeron que no había imágenes del operativo del que tanto se hablaba, porque curiosamente no se había grabado la forma en que se procedió, lo que resulta sumamente complejo. Sin embargo, esta versión no se sostuvo mucho tiempo y se conoció que el material existía pero se había hecho desaparecer. ¿Sorpresivo? No, porque no se le puede pedir respeto por procesos y las formas a algo que, como el Comando Jungla, fue creado para no hacerlo.

Y es que aunque sea necesario insistir en que la violencia del Estado en el sur de Chile no ha sido patrimonio exclusivo de este gobierno, sino que de una historia bastante más larga, en esta ocasión hemos visto, sin mucho espacio para especulaciones, cómo el Presidente y el ministro del Interior han usado la franca decadencia democrática de una institución como Carabineros para usarla en beneficio de sus objetivos ideológicos. Puesto que, conocida la invención de pruebas bajo la Operación Huracán, una vez en el poder, este gobierno solo cambió a parte del alto mando de la policía uniformada, sin intervenirla realmente. Es más, la empoderó sin haber hecho un trabajo político antes, debido a que, para levantar sus obsesiones en materia de seguridad, lo más conveniente era alimentar las falencias democráticas en vez de corregirlas.
Sí, porque Camilo Catrillanca no es otra víctima de histórica represión del Estado en La Araucanía. Es una víctima que se pudo evitar; una muerte que, conocidos los procedimientos de Carabineros en la zona, se pudo impedir. Pero parecía que no había ninguna intención de hacerlo. De lo contrario, nunca se habría militarizado con más fuerza aún el territorio, y menos se le habría dado atribuciones especiales a tipos tan desprestigiados como esos que se visten de verde.

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