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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Las malas víctimas

"Todavía está arraigado el concepto de vírgenes y vampiras (...). La 'buena víctima' tenía que ser abnegada, recatada y en lo posible haber sido agredida de una forma inevitable e imprevisible".

Por Karen Denisse Vergara Sánchez
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Karen Denisse Vergara Sánchez es Periodista e investigadora en temáticas de género y violencia

En estas últimas semanas y meses la desesperanza se vuelve una palabra demasiado pequeña para describir lo que nos pasa. Se cruza con la rabia, con la sensación de impunidad de ver a los agresores de Lucía en Argentina, libres de cargos por sometimiento o femicidio y solo condenados a 8 años por tráfico de drogas. Acá en Chile asesinaron a un joven mapuche por la espalda, en un operativo del que todos se lavan las manos.

Hemos visto acciones represivas de parte del Gobierno, quien a través de Carabineros se ha dedicado a gasear y disparar proyectiles en distintas ciudades y calles emblemáticas de nuestro país de forma absolutamente desmedida, irregular y sin fundamento, incluso desnudando a las manifestantes jóvenes como una forma de ejercer una autoridad basada en la dominación y humillación sexual. En todas estas situaciones se ha intentado establecer que son malas víctimas. A Lucía la cuestionaron por ir al domicilio de los sujetos, a Camilo Catrillanca le inventaron cargos que no presentaba y a las manifestantes se les negó su derecho a expresión.

También puede ser la propia institucionalidad jurídica, al invalidar rápidamente los testimonios de abuso, como en el caso de Francisca Díaz (ver campaña #franyotecreo), quien tras denunciar a su agresor y enfrentar una serie de irregularidades en la toma de pruebas y luego una violencia institucional atroz por parte de la policía (con aseveraciones de una Carabinera sobre que su llanto al realizar la denuncia “no era de violación”), fue condenada a tres años y un día de pena remitida por injurias y calumnias, que se traducen además en la inhabilidad de ejercer su profesión de abogada.

Recientemente, apareció en Youtube un vídeo con el cual el director de cine Nicolás López, busca probar su inocencia frente a denuncias por abuso, acoso sexual y violación que se le imputan, haciendo énfasis en que las afectadas a pesar las supuestas agresiones presentadas seguían teniendo un vínculo con él, muchas veces cercano y de amistad.

Dentro de una relación asimétrica de poder, se pueden dar los más diversos tipos de interacciones sin que ello invalide el testimonio de violencia sufrido por una víctima. Por lo mismo cuesta tanto que éstas denuncien a pesar de haber transcurrido años de maltratos, abusos o vejaciones. Estas relaciones se dan tanto en contextos de pareja, como en relaciones laborales, de amistad y familiares, siendo el mismo motivo de amedrentamiento por el cual no se denuncia: la cercanía y la sensación de estar en desventaja, pueden muchas veces paralizar e impedir la correcta noción de realidad, donde ese otro con el cual comparto es un abusador.

Cuando leemos los testimonios de las 11 mujeres que desenmascararon a Nicolás López vemos puntos en común que son típicos respecto a cómo estos sujetos establecen sus vínculos. Narcisismo, violencia psicológica, sensación de superioridad y de dominio son parte de estas prácticas abusivas. Los relatos en contra del director de cine se cruzan con una variable común: López les habría señalado que sin él perdían una gran oportunidad, quizás LA oportunidad de abrirse camino en un mercado más bien discreto como el nuestro, en cuanto a masividad y vitrina laboral.

Para la sociedad, la buena víctima no habla, no ríe, no sale, no milita. La buena víctima narró su testimonio de forma pública y este material puede ser replicado por la prensa hasta el cansancio, la buena víctima hablará una y otra vez en campañas que busquen inspirar lástima precisamente acerca de las propias víctimas, pero donde los victimarios permanecen ocultos como amenazas silentes.

Todavía está arraigado el concepto de vírgenes y vampiras, término que a principios de los 90’ representaba de qué forma las víctimas de delitos sexuales eran presentadas en los medios. La “buena víctima” tenía que ser abnegada, recatada y en lo posible haber sido agredida de una forma inevitable e imprevisible: en su casa o rumbo a la escuela, y si lamentablemente había luchado y resultó siendo asesinada por ello, se erige su figura como una mártir rodeada de morbo donde la prensa narrará una y otra vez su calvario, cada detalle de los vejámenes que sufrió y el daño que le provocaron de manera macabra y monstruosa, si esa víctima es indígena o migrante el discurso muchas veces cambia.

Nos seguimos tragando la idea de que los abusadores y violentadores provienen de la periferia, de una zona oscura y que aparecerá en un sitio eriazo para amedrentarnos, cuando son los menos. Los grandes atacantes de las mujeres suelen ser sujetos cercanos, que conviven con nosotras diariamente, puede ser la institucionalidad también, como lo hemos visto en estos recientes casos mencionados.

Las instituciones que alguna vez nos garantizaron seguridad están fallando y al ser así ¿nos extraña en algo la actitud de Nicolás López? Tiene el privilegio, el dinero y los contactos para poder pagar una defensa de lujo que hará cualquier cosa para desacreditar el relato de quienes lo denuncian. Observamos insertos pagados en medios de comunicación, intentos de lavado de imagen institucional, e incluso una serie de vídeos donde explícitamente expone a sus denunciantes, mientras matinales masifican pruebas privadas a las cuales jamás debieron tener acceso.

Frente a esto, solo queda hacernos estas preguntas: ¿Aceptamos el peso que recae en nuestros hombros como medios a la hora de replicar estos hechos? ¿Cuál será el límite a la hora de publicar información que pone en riesgo la salud mental de las afectadas? ¿Nos atreveremos a contrapreguntar cuando la institucionalidad ataque o nos seguiremos quedando con el parte policial? ¿Cuándo comenzaremos a hablar de los victimarios y no de las víctimas en las campañas contra la violencia?

Estamos girando hacia un peligroso mundo de noticias sin fuentes, falta de cuestionamientos éticos y complacencia por las autoridades.

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