Mi dealer del cable pirata tiene los días contados
"Si bien estoy robando, las culpas son compartidas. Más allá de castigar y perseguir a los pirateadores, el tirón de orejas también debe ser para los dueños de la tevé".
Sebastián Galleguillos Peredo es Estudiante de Periodismo de la Universidad de Santiago y reportero en Sinfonía de Gol.
La primera vez que ‘piratié’ tenía diez años. De pequeño fui bien busquilla y me gustó ese mundo, entre clandestino y turbio. Hace poco me habían regalado el Play Station uno y los juegos eran súper caros. Aprendí a piratearlos con el pololo de mi hermana, un tipo demasiado hacker. Le agarré el gustito y jamás paré. Vez que puedo, me las ingenio para ratear todo lo que ofrece el mundo de internet. Antes eran juegos. Ahora, es televisión por cable.
Se llama IPTV y lo conocí en las vísperas del mundial de este año. Como suele ocurrir, acá darían la mitad de los partidos y había que pagar extra para ver todo el torneo. Mi universidad estaba en paro y tenía tiempo suficiente para ver los 64 encuentros. ¿Qué me frenaba? Nada. Empecé a buscar y pillé esto por casualidad en un grupo de Facebook.
Por menos de diez lucas tenía acceso al que llamo el “Netflix de la piratería”. Una plataforma que te entrega más de mil canales por internet. Entre esos, todos los peloteros. Yo estaba feliz con mi juguete nuevo. Juguete que corre serio peligro tras una modificación a la Ley General de Telecomunicaciones, que penalizará a todos quienes vendan tevé pirata. En término sencillos: mi dealer tiene las horas contadas.
Las empresas dueñas de la televisión privatizaron todos los eventos deportivos. Por culpa de ellas, estoy obligado a pagar extra por ver fútbol, algo que el IPTV democratiza con precios justos. Qué tan malo puede ser colocarlos en jaque, si ellos lo hicieron primero con nosotros.
Un plan de televisión promedio cuesta 25 lucas. Por los canales premium tienes que pagar 60 mil pesos más. Cifras desproporcionadas para ver el fútbol chileno, torneos internacionales y lo más reciente del cine mundial. Un 89% más caro que esta maravillosa aplicación, que aglutina lo más top de la tele. Así como yo cuando niño, con una cartuchera con más de cien juegos.
Era un número que jamás hubiese alcanzado por la legalidad. Sólo por la vía trucha se dio la mano para sacarle el jugo a la consola. Tardes enteras pegado al televisor, jugando todo lo que me descargué y ‘piratié’ sin descaro.
Si bien estoy robando, las culpas son compartidas. Más allá de castigar y perseguir a los pirateadores, el tirón de orejas también debe ser para los dueños de la tevé. Esos que no tienen fiscalización y violentan a sus clientes con precios usureros, que sólo estimulan a querer colgarse del cable.
La piratería nace como una respuesta a este abuso. Una respuesta que yo encontré hace algunos años y ahora es parte de mi vida. Un fenómeno que no pienso dejar y pretendo que más personas se sumen a este buque, que navega en el bolsillo de los grandes empresarios.
Porque ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón. Y como tengo veintidós, el tiempo sigue a mi favor.