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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Masculinidad/es y el paro portuario

"El masculino tradicional pedir ayuda es algo poco varonil, y pedirlo desde su condición de género menos..."

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Devanir da Silva Concha es Antropólogo de la Universidad de Chile. Diplomado en Género y Sociedad de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y con Masters Degree de Gothemburg University.

Una de las tantas noticias de la actualidad es el paro portuario y está siendo analizado – y vivido, por cierto – desde un lugar: la clase social (por la importancia económico-estratégica que tienen los puertos), pero no se señala que también tiene una patita relacionado con la/s masculinidad/es. Esto tiene que ver con que se visibiliza o participan puros varones, ¿Hay mujeres en el paro y cuáles son sus historias? Segundo, el paro tiene características de la masculinidad tradicional: apelación al tema de proveedor único, tomar se la calle (espacio público) y enfrentarse – con violencia – con carabineros (masculinidad militarizada). Si a esto lo relacionamos con el tema – rescatado de los estudios de género y masculinidades – de la llamada crisis de la masculinidad derivamos a la pregunta: ¿Por qué vinculamos estos dos elementos (paro y crisis de masculinidad) aparentemente sin conexión? Inicialmente, la naturaleza de la llamada crisis de la masculinidad (que pueda que exista o no, según con quién se hable) tiene que ver con la masculinidad (asociado a la modernidad primaria) por su relación identitaria con la noción de proveeduría única. Históricamente, los varones se les entrega el mandato que debe ser el pilar del hogar y si no lo hace se ve mermado, culturalmente, su identidad, en tanto la incapacidad de hacerse cargo de esa demanda tradicional.

Obviamente en estos tiempos la masculinidad tradicional trabajadora se ve afectada pero la masculinidad financiera no se ve afectado de la misma manera. Con vistas al mandato de la proveeduría única – se construyeron las masculinidades en el marco del sistema capitalista primario (segunda mitad siglo XIX y primera mitad siglo XX) y que hoy – globalización económica – se ve en entredicho desde varios flancos. Uno de ellos es desde los estudios de género y masculinidad/es. El sistema económico actual – el capitalismo – precariza el trabajo, claro está y también queda de manifiesto que la precarización afecta los vínculos sociales desde las identidades culturales. El tema del sacrificio, como diría Morandé, atraviesa todo la cultura latinoamericana, y por cierto la chilena , permite un cierto rango de resiliencia. A su vez, el mandato masculino demanda el sacrificio (emocional, ausencia del hogar) de los hombres en función de sostener – económicamente – la(su) familia. Y si ve mermado aquello, y con justa razón, sale a demandar la restitución de ese estado anterior (proveeduría) o mejorar su situación actual (por ejemplo, la reconversión laboral). El punto que el heroísmo y la precarización esconde otras dimensiones de la/s masculindad/es que vale la pena poner al debate y preguntarse por ello.

Aquí, con el paro, está apuntando – a un segundo plano – a la automatización como consecuencia potencial y emergente de la situación de la perdida de fuente laboral. Los hombres de trabajo, en su dimensión de género, son hombres de esfuerzo y rigor (masculinidad dura como roble y a cargo de lo productivo, por tanto, se erigen como vestigio simbólico de la modernidad primaria que han persistido ya hace más de 100 años con mandatos fundamentados en un mundo con los parámetros de un mundo productivo no digitalizado. Y luchan no solo en contra de un sistema capitalista tradicional (mecanicista) sino están en disputa con una masculinidad tipo “Lobo de Wallstreet” (masculinidad financiera) que busca mantener y aumentar las ganancias, en el ámbito de la operación portuaria. Tal como lo señala Gabriel Salazar en torno la historia reciente de Chile, co-existen distintas masculinidades (militares, sacerdotes, comerciantes y proletariado, y también (pero eso no lo menciona Salazar) – obviamente – trans, homo, bi, etc.) presentes en la estructura económica del país y que están en disputa (acentuado por la precariedad) en relación a los recursos o capitales disponibles.

Ahora bien, el clima colectivo (emocional) hoy en día está encrespado dado los múltiples hitos denunciados en los medios de fraude, robo y estafa por parte de una masculinidad mercantil o financiera y militarizada. El paro puede entonces verse como una sintomatología de una disputa del (macho) masculino que trabaja en terreno versus quienes están en las oficinas, señalados esta última por los primeros como una masculinidad acomodada (usualmente feminizado) – y más encima ladrona-, que no pone el cuerpo donde importa (masculinidad tradicional): en el trabajo físico. La masculinidad militarizada (carabineros) y la masculinidad trabajadora (portuarios) son las dos que enfrentan en el escenario social de hoy, y que disputan elementos a propósito de problemas derivados de la automatización – detrás de lo cual está la masculinidad financiera que busca la máxima del capitalismo con la automatización (minimizar gastos y maximizar ganancias) – y que tiene consecuencias diferenciadas para ambos grupos de hombres. De modo similar, la disputa es en lo físico que es, a su vez – el lugar donde la masculinidad militarizada se enfrenta – en la calle – con la masculinidad trabajadora, y la masculinidad de ausente en ese plano es la financiera o de oficina; y que está en la mesa de negociación. Hoy la noticia interpela al auditor/a situarse en alguna vereda, mientras las tres masculinidades se tensionan dentro del sistema económico que nos rige.

Me gustaría más que la conversa, tanto de los medios tradicionales, de las redes sociales o desde el paro mismo de los portuarios, levantar la demanda respecto la precariedad que reparte el sistema capitalista, porque el “discurso familiarista” solo revitaliza el modelo proveedor (perder el trabajo). Lo que se plantea que hace rato, desde el/los feminismo/s, es la obsolencia del contrato social/sexual y el cuestionamiento de la división sexual del trabajo (productivo/reproductivo). Claramente esto no excluye ni inválida quienes sí viven esa realidad contractual y humana que se vive, pero si pone en evidencia ciertos aspectos de comprensión del fenómeno movilización social, liderados por hombres en función de su rol proveedor. Y uno de estos es lo que quiero destacar: ¿No estamos, mediáticamente, validando un modelo vincular (familia con proveedor único) que en términos históricos se le ha declarado obsoleto? La puesta en escena mediática levanta – de alguna manera – una pregunta moralista preguntando: ¿quiénes están dispuesto a privar una familia de su comida?

¿Cómo pensar la sintomatología de este paro? Ciertamente hay una dimensión humana y del impacto económico en las familias detrás de cada uno de esos trabajadores, pero mi apunte va por el lado de la siguiente pregunta: ¿Si el modelo de masculinidad (proveedor único) está en crisis – y el paro es solo un ejemplo de ello – entonces porque no pensar como esto puede ser un llamado de atención para pensar como deconstruir la masculinidad tradicional o hegemónica (tanto militarizada, física y financiera)? Es obvio que cuando nos afecta el bolsillo nos movilizamos, pero ¿cuándo nos movilizamos los varones por algún otro aspecto de la vida, por ejemplo, la salud sexual y reproductiva, o salud mental? ¿Qué sería – el destino social – de una movilización – pensando en voz alta- demanda por el derecho a cuidar? ¿El acto de cuidar, en contextos de desempleo o precarización – en una labor femenina pero que pasa cuando quizás como varones nos toca en el contexto de desempleo hacernos cargo del hogar y cuidar? No soy fan de las estadísticas ni me interesan tampoco, pero sé que hay varones que le ha tocado aquello, pero no nos movilizamos por eso ni por el derecho a tener salud sexual y reproductiva. Se imaginan campaña: !!Pastillas anticonceptivas gratuita para varones para que decidan cuando tener hijos/as, ahora!!

Bueno, el punto de la aproximación al tema y el modo de incluso comunicar una toma o movilización social se puede hacerse desde un lugar de sentido no tan común. Para el masculino tradicional pedir ayuda es algo poco varonil, y pedirlo desde su condición de género menos. Entonces, sí hay una dimensión de género construidos desde el campo de los medios y desde la movilización social, pero eso no quiere decir que no son válidos, sino que se comunica y vive en función de parámetros – o capital simbólico, como diría Bourdieu – de género de la primera mitad de siglo XX.

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