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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

No hay empate posible: el asesinato de Jaime Guzmán no es lo mismo que el exterminio encabezado por Pinochet

"Quieren contarnos que la acción perpetrada por el entonces autónomo FPMR, es prácticamente igual que la política organizada de un Estado que aniquiló al adversario en dictadura".

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

El juego del empate en que se ha transformado la política nacional, continúa. La semana pasada tuvo, nuevamente, como protagonista a Gabriel Boric y un video en el que salía recibiendo una polera en que salía Jaime Guzmán baleado. La forma jocosa en que la recibió, en el contexto de un programa para internet realizado por un tipo bastante caricaturesco, alarmó a la derecha y particularmente a la UDI y a José Antonio Kast, como era de esperar.

El excandidato presidencial, de manera inmediata, comenzó a pedir la destitución del diputado Boric; decía que lo que había hecho el parlamentario era inaceptable, obviamente, dando a entender, al igual que muchos integrantes de Chile Vamos, que “todo es lo mismo”; es decir: quieren contarnos que la acción perpetrada por el entonces autónomo Frente Patriótico Manuel Rodríguez, es prácticamente igual que la política organizada de un Estado que aniquiló al adversario en dictadura.

Para no caer en la defensa torpe, primero cabe decir que lo hecho por Boric es de un infantilismo bastante poco aceptable en las grandes ligas de la política. Y no lo digo desde una perspectiva moral, sino exclusivamente estratégica y también ideológica si se quiere. ¿Por qué? Pues porque parece sumamente importante, sobre todo como nueva generación de una izquierda que pretende construir algo, tomarse en serio el trabajo y lo que debería ser el principal mandato: desarticular el legado institucional de Jaime Guzmán. Y con estos actos de “rebeldía” estériles y poco consistentes, pero sumamente vistosos, lo cierto es que no se logrará nada.

Dicho esto, hay que detenerse en el discurso de Kast y la derecha prácticamente completa. Es urgente preguntarse si es que este eterno juego del “empate político” tiene algún sustento real, y si es que realmente podemos decir que todo es lo mismo. Más aún cuando estamos en una democracia que, para darle en el gusto gran poder social, económico y militar, ha tratado de establecer la idea del “todos fuimos culpables” de lo sucedido en los setenta, ochenta y al comienzo de los noventa. Cuestión que, si es que analizamos un poco los hechos, entenderíamos que no es así.

¿Quiero decir que estuvo bien que hayan matado al líder gremialista? No. Pero para llegar a esa conclusión, primero hay que dejar en claro que la persecución y asesinato de un Estado a personas por representar una postura política e ideológica, no es lo mismo que la reacción de una organización armada en contra de lo que significaba Jaime Guzmán, en el contexto de un retorno democrático aún débil. ¿Pretendo con decir que, por esto, el atentado a Guzmán es más alabable? En ningún caso. Fue algo no solo condenable, tomando en cuenta los años que se vivían, sino también sumamente erróneo políticamente hablando, que puso en evidencia que la acción armada nunca logró ni logrará objetivos plausibles.

Si se pretendía acabar con lo que representaba el legado dictatorial, matar al ideólogo de la estructura institucional no era precisamente la acción más inteligente. Pero la inteligencia no es precisamente una característica de quienes andan de héroes por la vida. Y en este caso lo vemos día a día, ya que con la ayuda de estos trasnochados guerrilleros, el relato transicional convirtió a Guzmán en un “santito” al que su partido recurre con cierta periodicidad para seguir esquivando sus responsabilidades políticas e ideológicas en el pasado, el presente y lamentablemente el futuro nacional, despolitizando su figura. Porque que se le siga diciendo “senador asesinado”, es una manera bastante astuta de quitarle contenido ideológico a su trabajo en la dictadura, como también a la razón por la que lo mataron.

Por lo anterior, resulta necesario desactivar ese discurso fácil y falaz con el que la derecha “honesta” intenta decirnos cosas que no son, simplificando la historia. Pero para eso, primero hay elevar el nivel de la discusión política y ponerle contenido, porque ante la carencia de este, las bravatas populistas toman más fuerza y consistencia. Y eso es lo que estamos viendo.

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