Venezuela: discordia latinoamericana
"Reconocer a Guaidó como presidente es desconocer la importancia de la negociación política y el valor de la paz en esta región del mundo. América Latina y el Caribe es una zona de paz".
Pierre Lebret es Cientista Politico UDP – La Sorbonne Nouvelle París III. Especialista en Cooperación Internacional
En las ultimas semanas, la situación venezolana fragmentó la escena geopolítica global y regional. Al reconocer a Juan Guaidó como presidente, Trump y algunos lideres conservadores de Latinoamérica están exacerbando el clima de tensión y la polarización política, un juego extremadamente peligroso. El tema no es estar a favor o en contra de Maduro, sino ofrecer soluciones viables para una salida política y pacífica.
El filosofo francés Edgar Morin expresaba hace algunas semanas: “habría que enseñar a dudar, incluso de la duda misma”. Los invito a que dudemos entonces de lo dudoso. Cuál es el verdadero interés que moviliza a algunos jefes de Estados latinoamericanos conservadores a exigir la salida de Maduro? Son los derechos humanos o las condiciones de vida de los migrantes venezolanos las verdaderas razones de los presidentes Piñera, Bolsonaro o del uribista Duque? Personas que han apoyado o han sido cómplices, defienden abierta o silenciosamente los regímenes dictatoriales del pasado deben tener otros motivos. Un acercamiento con la administración Trump? Recordemos que el país de Bolívar lidera el ranking de reservas comprobadas de crudo por país en el año 2018, según la Administración de Información Energética de Estados Unidos. La mayoría de los que piden la caída de Maduro son los que han defendido en la historia política latinoamericana el intervencionismo estadounidense.
Reconocer a Guaidó como presidente es desconocer la importancia de la negociación política y el valor de la paz en esta región del mundo. América Latina y el Caribe es una zona de paz.Reconocer a Guaidó como presidente es desconocer la importancia de la negociación política y el valor de la paz en esta región del mundo. América Latina y el Caribe es una zona de paz. La estrategia uruguaya y mexicana – haciendo referencia a la doctrina Estrada de no injerencia en asuntos internos de otros Estados – busca privilegiar una salida negociada y llevar adelante acciones que permitan bajar el nivel de polarización política actual en Venezuela.
Hoy, la situación venezolana deja claro el panorama político regional, pero nos indica además que la institucionalidad regional (CELAC, UNASUR) no esta cumpliendo el rol que debería. La llegada de gobiernos conservadores no favorece una dinámica de consolidación de un bloque regional en la escena internacional. La región latinoamericana sufre de una debilidad casi endémica, una debilidad que se caracteriza por la exacerbación de posiciones ideológicas divergentes, que en oportunidades favorece la integración y en otras la dificulta de manera importante. Estamos muy lejos de la cumbre de la CELAC en Santiago de Chile (2013), donde Piñera, Maduro y Castro eran protagonistas, y donde mas allá de una imagen inédita, la asamblea presente podía aspirar a creer en una frase: “unidad en la diversidad”. Por eso, frente a la ofensiva del Grupo de Lima, la propuesta conjunta de Uruguay y México de organizar una cumbre para debatir de una salida pacifica y negociada entre las partes venezolanas debe transformarse en un momento clave para que la región latinoamericana pueda seguir alzando los valores de paz, derechos humanos, respeto mutuo entre Estados y autodeterminación de los pueblos.
La situación venezolana no debe desviar nuestras miradas sobre lo que ocurre en la región. La ola de gobiernos progresistas en la primera década de nuestro siglo, dio el paso a un ciclo diferente y preocupante en América Latina. Una ola derechista latinoamericana que esta ofreciendo un espectáculo nuevamente a favor de la visión que tienen algunos lideres estadounidenses respecto de América Latina: un patio trasero. José Martí decía “No hay espectáculo, en verdad más odioso, que el de los talentos serviles”.
Un nuevo ciclo que trae consigo grandes retrocesos en el área social, políticas que son contrarias al espíritu de la Agenda 2030. En Brasil muchos están actualmente sufriendo de una política autoritaria, donde se multiplican los ataques a opositores, minorías y hacia los pueblos autóctonos, abriendo nuevamente la Amazonia a la agroindustria. En Chile, la campaña del terror de Piñera lo llevo a ganar nuevamente una elección presidencial, expresando que será una derecha “sin complejos”, cuestionando las reformas educacionales de su antecesora y retirándose del Pacto Mundial sobre Migración. En Argentina, Macri priorizó nuevos acuerdos con el FMI y políticas neoliberales que lo ha llevado a establecer planes de austeridad, eliminación de ministerios estratégicos para el desarrollo social, que trae consigo un aumento de la pobreza. En Colombia, la multiplicación de asesinatos contra lideres sindicales y medioambientales se ha intensificado. Quienes piden elecciones hoy en Venezuela están aplicando políticas que debilitan la democracia y no favorecen en lo absoluto el cumplimiento de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible.
Sería muy interesante propiciar que el debate político en América Latina se sitúe en un plano de responsabilidad, que los liderazgos de derechas e izquierdas entiendan que la peor moral es la moral situacional. Quienes buscan hoy irrumpir en el proceso venezolano al grito de ¡derroquemos la dictadura! y, para ello emplean la vieja estrategia fundada en que el fin justifica los medios, deben recordar que la historia es muy larga y que la ventajosa posición de poder que ocupan actualmente puede cambiar. Sembrar las ideas que constituyen la actual hegemonía de sentido común, es el anticipo de una amarga cosecha futura, los mismos argumentos que con ferocidad emplean los partidarios de la construcción de un nuevo protectorado en América Latina, pueden ser empleados (ya legitimados por las acciones emprendidas) en un marco de relaciones de poder diferentes, para instalar gobiernos y regímenes con la forma y el carácter que el detentor eventual de la fuerza quiera imponer.
¡La democracia ha muerto! ¡Viva….quién!