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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Luis Miguel en Chile, imposible no rendirse

Las grandes sorpresas de la noche llegaron con canciones de su etapa adolescente con “No me puedes dejar así”, “Palabra de honor”, “La incondicional”, “Separados”, “1+1 = Dos enamorados”.

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Bárbara Alcántara es Periodista especializada en música. Instagram: chicarollinga

Hay que reconocerlo. Las expectativas eran bajas debido a las polémicas que el ídolo puertorriqueño había protagonizado en sus recientes conciertos. ¿Cantará bien? ¿se acordará de las letras? ¿empezará a la hora? son preguntas que se repetían entre un público que agotó entradas del Movistar Arena en tiempo record con tal de presenciar un triste espectáculo o una reivindicación musical.

Con una popularidad por los cielos gracias al acierto de llevar su vida a una serie de televisión, Micky irrumpió en el escenario a las 21:24 hrs; impecablemente vestido con un traje azul, su característico bronceado y un aspecto bastante más saludable de lo que se le ha visto en los videos filtrados de sus shows en México. Un comienzo plagado de gesticulaciones por su inconformidad con el sonido y solicitudes de aumentar el volumen a su micrófono. Al parecer no estaba satisfecho con el retorno, problema que sólo le afectaba a él porque la audiencia enardecía con cada movimiento y despliegue escénico.

Configurado de tres niveles, el escenario resguardaba a su banda compuesta de tres coristas, batería, dos tecladistas, tres bronces, la guitarra y un bajista que le daba el toque funky a canciones como “Suave” del disco Aries (1993), álbum posterior a Romance (1991), el primer gran salvavidas de su carrera. El “Sol de México” se tomó su tiempo entre canción y canción y después del primer medley, tan característicos de sus presentaciones en directo, regresó con el puntapié para una noche marcada por la nostalgia y los éxitos, “Culpable o no – Miénteme como siempre” donde dejó ver el poder de interpretación del que es dueño, momento cargado de dramatismo y emoción seguido de clásicos como “Más allá de todo”, revestida de unos solos de guitarra notables, “Fría como el viento”, “Tengo todo excepto a ti” y “Entrégate”.

Acto seguido, las grandes sorpresas de la noche llegaron con canciones de su etapa adolescente con “No me puedes dejar así”, “Palabra de honor”, “La incondicional”, “Separados”, “1+1 = Dos enamorados”, donde él, que se las sabe por libro, descansó en sus coristas y en el público para lo que se venía. Después de desaparecer de escena para dejar un pianista acaparando toda la atención, se cambió de vestuario y regresó interpretando los boleros “La Barca”, “Se te olvida” y “Contigo en la distancia” casi a capela, acompañado de un par de notas de piano y con una actitud que transmitía: “aquí estoy y este vozarrón es mi revancha”.

Después y como si ya dos horas no fueran suficiente, continuó con “Decídete”, “Los muchachos de hoy”, “Ahora te puedes marchar”, “La chica del bikini azul”, “Isabel y “Cuando calienta el sol” que incluyó confeti, pelotas inflables y flores del público que él recibió sonriente y agradecido. Sí, leyó bien, sonriente y agradecido.

Hubo pocas palabras, dejó fuera a los mariachis (otro acierto) e incrementó el pop, pero por sobre todo entregó un espectáculo que tuvo un desarrollo y un crecimiento exponencial. Valió la pena el ensayo del lunes hasta las tres de la madrugada porque Luis Miguel renació desde las cenizas y volvió a posicionarse como el gran crooner de la balada latinoamericana que siempre ha sido. Imposible no rendirse.

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