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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Qué se sentirá ser Paul McCartney?

Fueron 39 canciones, casi tres horas de historia musical y una cuarta oportunidad en Chile de ver en directo a uno de los personajes más influyentes de la cultura pop del siglo XX y XXI.

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Bárbara Alcántara es Periodista especializada en música. Instagram: chicarollinga

Han dicho que está muerto, han dicho que es un mamón por escribir canciones de amor y lo que dicen hace poco es que ya no le queda voz. Puede ser que sus agudos se han debilitado un poco, normal, tiene 76 años y a esa edad algo debe afectar. Lo que no se modifica es su apariencia, mucho mejor que muchos treintones, cuarentones y cincuentones.

Sobrio como siempre Paul McCartney irrumpió en el escenario a las 9:17 minutos vestido con pantalones negros, camisa blanca y una chaqueta de mezclilla; sus canas ya no las disimula con tinturas y quedan al viento en una otoñal noche cuya luna llena ilumina a las cincuenta y un mil personas que llegaron al Estadio Nacional para en unos años más poder decir: “yo estuve ahí”.

“A hard’s day night” y “Can’t buy me love” fueron las canciones para calentar motores donde lo primero que llamó la atención fue la composición de su banda. Nada de excesos en el escenario, configurado por uno de los personajes de la noche, el baterista Abe Laboriel Jr. quien además de lucirse en las percusiones funciona como gran apoyo en los coros. El histrionismo de uno de los guitarristas también se transforma en un elemento crucial, Brian Ray es compañero de Macca desde 2001 y la habilidad con que maneja el instrumento incrementa la calidad de toda la puesta en escena completada por el tecladista, Paul Wickens y el segundo guitarra Rusty Anderson. Pandilla a la que se suman tres intérpretes de vientos que aparecen entre el público en medio del clásico de Wings “Letting Go” seguida de “Who cares” uno de los singles más oreja de su último disco “Egypt Station” (2018).

Canciones que en una actitud cortés, el inglés presenta en un español preparado con anticipación, plagado de modismos chilenos como “chiquillas”, “nuevita”, “bacán”. Bueno, se trata de Sir Paul y un Señor es dueño de conductas atentas y amables que en una conversación informal se las trataría como gestos buena onda. Nada que hacer, sí, Paul es un buena onda.  

Acto seguido se descuelga el bajo para pasar a la guitarra eléctrica e iniciar esos acordes celestiales del éxito “Let me roll it”, donde se produce la primera gran ovación de la noche con un final a lo “Foxey Lady” de Jimmy Hendrix. De ahí, hay un paso por “I’ve got a feeling” de los Beatles y Paul se instala en el piano y toca las primeras notas de “Let ‘em in” de Wings que erizan los pelos instantáneamente. Después pasamos a la segunda etapa de la noche con McCartney en teclados; ya escuchamos su bajo, la guitarra eléctrica, ahora el piano y más adelante lo veremos con la guitarra acústica y el ukelele. Multiinstrumentista por donde se mire y un romántico empedernido, característica demostrada con la dedicación en español de “My Valentine” a “su hermosa esposa Nancy”.

¿Qué se sentirá que Paul McCartney te escriba una canción? pensé. Bueno, Linda McCartney lo supo por años, especialmente con “Maybe I’m amazed” que igualmente formó parte de este setlist y fue acompañada con las enternecedoras imágenes que la fotógrafa hizo de Paul junto a Stella McCartney a fines de los sesenta. ¿Qué se sentirá ser hija de Paul McCartney? también pensé.

Posteriormente pasamos a la etapa emotiva (como si escuchar todas las anteriores no fuera suficiente emoción), con el compositor de pie en una plataforma junto a su guitarra de palo e interpretando “Blackbird”, momento íntimo que dio paso a “Here Today”, tema que le escribió a “su compadre” John Lennon para hacer una pausa con “Eleanor Rigby” y continuar con “Something” donde vimos a George Harrison en las visuales cuya tecnología se mezclaba con una iluminación láser lo que las hacía parecer en tres dimensiones y con tintes atmosféricos.

En seguida, un piano de colores, con la estética de “Yellow Submarine” arremetió en escena y dio vida a “Od-la-di, Ob la-da”, “Band on the run” y “Let it be” con un Nacional que se veía mágico por la cantidad de celulares que se iluminaron. Dicha magia se fusionó con la potencia de los fuegos artificiales de “Live and let Die”, como suele suceder con la canción creada para la octava película de James Bond, es la escogida para el clímax de los shows del ex Beatles, que terminó con grandes éxitos de su banda madre como “Birthday”, “Helter Skelter” y “The End”.

Fueron 39 canciones, casi tres horas de historia musical y una cuarta oportunidad en Chile de ver en directo a uno de los personajes más influyentes de la cultura pop del siglo XX y XXI. Cada ocasión la experiencia es renovadora además de ratificadora … por más que se nos olvide, se trata de un posible Mozart del futuro, que remueve emociones y entrega un show de primerísimo nivel, candidato desde ya a ser el mejor concierto del 2019. Al terminar estas palabras, pienso una vez más, ¿qué se sentirá ser Paul McCartney? y en un lenguaje coloquial respondo, debe ser bacán.

No te mueras nunca Paul.

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