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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Cecilia Pérez, la vocera de la mediocridad disfrazada de excelencia

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

En una entrevista en radio Agricultura, la ministra vocera de gobierno, Cecilia Pérez, insistió en su repetitivo discurso que culpa de todo a una oposición desarticulada. Específicamente, a lo que vendría a ser su parte más de izquierda. Para ella, esta sería mentirosa y casi “maligna”, debido a los reparos que ha manifestado hacia la reforma laboral que el Ejecutivo aún no presenta al Congreso. Además, agregó que todo lo que han intentado hacer desde La Moneda este año de gobierno ha sido arreglar la “mediocridad” en la que la administración pasada, liderada por Michelle Bachelet, habría dejado al país.

Aparte de la evidente violencia propagandística de Pérez, lo que llama la atención de estas palabras es la insistencia de la derecha en ver todo lo malo afuera, instalando que ellos vienen a defender una realidad; no una perspectiva ideológica, sino que lo concreto, lo que “debe hacerse”. Y sucede porque en el sector gobernante temen verse como sujetos que defienden una manera de ver el país, la sociedad, que pueda enfrentarse con otra que le pueda competir. Por lo que es preferible ponerse del lado de lo comprobable”, lo que “es así”, como si fueran especialistas desideologizados e imparciales. Como si fueran unos seres de excelencia que vienen a reparar una evidente catástrofe que no resiste ningún análisis que ponga en duda su diagnóstico al respecto.

Pero lo cierto es que una forma de instalar un relato político. No hubo ninguna catástrofe ni nada parecido. Solo un gobierno anterior que, bien o mal, trató de cuestionar lo que quienes hoy habitan palacio ven como lo incuestionable. Lo que nunca reconocerán, porque hacerlo los sacaría de la comodidad retórica de percibirse como los “salvadores”. Los pondría a discutir ideas, reconociendo que las tienen y que no son solamente “técnicos” que se guían por los vientos de la tecnología y el “siglo XXI”, como les gusta llamarle a la flexibilización y precarización laboral.

Así hemos visto por estos días su defensa de la reforma que presentarán ante el Legislativo. Incluso les costó llamarle reforma, porque hacerlo revelaría una intención ideológica, y recurrieron nuevamente a la “modernización” para promocionar públicamente lo que proponían. ¿Por qué? Porque es más fácil y da más réditos sacarle el contenido político a algo y refugiarse en “lo que vendrá”, en el “acomodarse a los tiempos” y en la “modernidad”, sin preguntarse si es viable lo que propone laboralmente esta.

Es cosa de revisar la entrevista a Cecilia Pérez. En un momento dice que su sector está tranquilo y que esa tranquilidad la da tener la “verdad”. ¿Qué verdad? ¿Se puede hablar de algo verdadero en este gobierno? ¿Hay algo que no sea exactamente lo contrario a lo que la vocera dice que es indiscutible? Pareciera que no. Hemos sido observadores de una administración que ha intentado incansablemente maquillar sus falencias y sus obsesiones, para echarle la culpa a quienes osan ponerlas en entredicho. Porque, como pasó en su primer mandato, la humildad no es una virtud de este segundo triunfo electoral de Sebastián Piñera. Haber dicho que traerían los “tiempos mejores” es tal vez la mejor demostración.

Tomando en cuenta esto último, no debe ser fácil hacer vocerías desde la “perfección” cuando esta no se ve por ningún lugar. Tal vez por esto es que a Cecilia se la ve cada vez más enojada, más molesta y con el cuello más inflamado cuando intenta explicar lo inexplicable. Fueron tantas las expectativas que pusieron en ellos mismos, tantas las promesas de sacar al país de una tragedia inventada por sus cabezas, que cualquier cosa que hagan será poco. Y lo peor es que hacen menos que poco, ya que no está en sus planes hacer algo realmente grande. Solo tratan de no mover nada. De no hacer cambios, sino que profundizar lo que ya está y se intentó reformar durante el gobierno de la Nueva Mayoría. Por lo que disfrazar de excelencia la simple mediocridad, debe ser un trabajo arduo. A lo mejor necesita vacaciones la vocera. ¿Permanentes? Quizá.

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