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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Estamos realmente capacitados?

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Alberto Maturana es Ingeniero Comercial (UCh) y Máster en Innovación (UAI) Conferencista, escritor y consultor especializado en liderazgo Autor del Libro Lideraz-Gol! Director de Latamnova

El acceso de los chilenos a Internet ronda un 70%. Lo que supone una posición de liderazgo a nivel latinoamericano en realidad desnuda una importante brecha digital respecto del mundo OCDE. Si sumamos a ello que un 42% de los chilenos no tiene competencias digitales básicas, el escenario se ensombrece aún más a la luz de los de los desafíos de desarrollo.

Pensando en la solución y superando lo relacionado con infraestructura, aspectos regulatorios y el servicio de las empresas proveedoras de Internet, resulta obvio que el desafío pendiente es capacitar a las personas en TI. Esto parece sencillo, si se observa como algo estrictamente técnico. Sin embargo, todo indica que va más allá, exponiendo como reto la capacidad de nuestra sociedad para adaptarse a una nueva forma de economía. Porque, siendo la digitalización un aspecto deficitario y que, a todas luces impacta brutalmente en la productividad, capacitar debiese ser un mantra para las organizaciones. No obstante, el total de trabajadores que las compañías capacita en Chile, considerando todas las materias, apenas llega al 5%. Entonces, ¿por qué no hay reacción habiendo un diagnóstico claro y una solución evidente?

Una posible respuesta se puede encontrar en los incentivos contrapuestos entre empresas y trabajadores. Para las primeras, invertir en sus colaboradores supone afectar sus operaciones, máxime si se realiza en horario laboral, sumada la incertidumbre de que el trabajador lo aproveche en su empresa o la competencia. Los trabajadores, por su parte, están menos dispuestos a capacitarse, pues si es en horario laboral se ven sobrecargados, y si es en horarios libres lo observan como un beneficio exclusivo para la empresa y una pérdida de su tiempo personal. 

Entonces, la capacitación, un bien que debiese generar acuerdos suma-más, termina estancándose en un juego suma-cero. Pero esta situación no es exclusiva de la capacitación. También se da en lo relativo a la innovación corporativa, donde no hay una institucionalidad que garantice un retorno equitativo entre la empresa y sus colaboradores más proactivos. Resultado: trabajadores menos productivos.

¿Solución? Es evidente que hemos gozado y abusado de las facilidades de una economía basada en la explotación de materias primas, sin lograr dar el salto a una economía liderada por la innovación y el conocimiento. Frente a ello surgen varias interrogantes: ¿cómo tomar una nueva dirección cuando todos los agentes se enfrentan en juegos no colaborativos? ¿Cómo aprovechar la creatividad y capacidad de aprendizaje de nuestra gente en beneficio de ellos mismos y de las empresas, cuando no están claramente definidos los retornos? Lo más claro es que nos acoplaremos naturalmente a la nueva economía cuando adoptemos relaciones de mutuo beneficio entre empresas y personas en torno a la capacitación e innovación. Pero esto no se gestiona, sino que se lidera, pues habrá que mostrar un futuro deseado, reconocer los intereses de todos los involucrados y hacer confluir sus posiciones, para que gane Chile y su gente. La pregunta final, ¿quién está capacitado para hacerlo?

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