Secciones El Dínamo

cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad
Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Adultocentrismo

"Olvida deliberadamente que las manifestaciones sociales más grandes de los últimos quince años han involucrado a generaciones escolares que salieron a la calle con una conciencia más grande que sólo mirar la punta de sus narices".

Compartir

Karen Denisse Vergara Sánchez es Periodista e investigadora en temáticas de género y violencia

Encontrarse con la columna de Rodrigo Guendelman por la mañana. Una continuación del lamento tuitero que apelaba a la comparación absurda de la manifestación de los estudiantes secundarios por el alza de pasajes que afecta directamente el bolsillo de sus familias, frente al robo a gran escala: evasiones tributarias, corrupción, entre otros. Comentario adultocentrista, de quien se ve que no tiene nada que perder.

Adultocentrismo es el nombre que tiene el sistema de dominio que establece de modo desigual las relaciones entre generaciones. En este caso, adultos versus niños, niñas y adolescentes, quitándoles la posibilidad de ser sujetos merecedores de voz, y por sobre todo, de protección. Diariamente la infancia en Chile está siendo vulnerada, se ha hablado de proyectos para detenerles por sospecha, realizarles controles de identidad y en las grabaciones de las manifestaciones que están realizando en las dependencias de Metro se les ve siendo golpeados en el cuerpo, botados al suelo y reprimidos con una violencia que nuestra historia lamentablemente, ya conoce bien.

“Protesten en una marcha autorizada frente a la Moneda” dice Guendelman, y nos recuerda las concentraciones por femicidios, violencia machista, el asesinato de Camilo Catrillanca y tantas otras vulneraciones, que han sido violentamente reprimidas. Recuerdo a Rodrigo Avilés siendo impactado por ese chorro de agua que supuestamente las convenciones internacionales prohíben. Recuerdo los jardines infantiles de La Araucanía, que coleccionan las latas de gases lacrimógenos que les arrojan al interior de los establecimientos. Las mujeres que han perdido un ojo por balines de goma lanzados directamente a reventar el rostro. Los lumazos en el cuerpo que recibieron manifestantes de NO +AFP, o los mismos profesores, movilizados por meses.

“Los agitadores”, señala el periodista, apuntando con el dedo a quienes supuestamente comen en el supermercado sin pagar, o se roban los cubiertos del restorán como forma de vengar la usura de un sistema que nos tiene con suicidios semana a semana en el corazón mismo del capitalismo y la competencia feroz: transporte público y centros comerciales. Tiene sentido darle forma a esta reflexión si hacemos un análisis situado de las distintas opresiones vividas en nuestro país. No así lo que plantea Guendelman, donde no se esboza ni un asomo de empatía, mucho menos de conciencia social.

Olvida deliberadamente que las manifestaciones sociales más grandes de los últimos quince años han involucrado a generaciones escolares que salieron a la calle con una conciencia más grande que sólo mirar la punta de sus narices. Pelearon por una mejor educación y acceso a ella en los años 2006, 2011 y hoy también están dando cara. Al igual que el movimiento feminista que el año pasado se derramó por las calles, nos demuestran que la calle es acción y lienzo, y que hace falta más cuerpo y menos clicbait desde la casa o el celular.

Desconcierta el análisis simplista, que suena a lamento patronal, sobre todo si pensamos en el rol de Guendelman en estos tiempos, parte del directorio del Centro Cultural GAM. Un espacio que este año ha sido testigo de manifestaciones de sus mismos funcionarios y funcionarias por condiciones dignas y seguras de trabajo. Mismo territorio donde seis veces al día Carabineros detiene a palos y golpes a decenas de jóvenes que acuden a vender comida en sus inmediaciones.

¿Se puede hablar desde la herida? Me pregunto constantemente, porque pareciera ser un ejercicio obsoleto, mal mirado, enjuiciante. Así aparecen seres como Rodrigo, que vienen a ejemplificar de qué se trata el buenismo que complace a la élite, igual de violento que esa campaña que decía “Gano el sueldo mínimo pero tengo la conciencia limpia porque no evado”.

No hay que ser abajista para comprender que lo que ocurre con el transporte en Chile es grave. No solo pensando en Metro y Red (que cuando se les antoja evadir responsabilidades vuelve a llamarse Transantiago), si no en las decenas de lugares donde aún la conectividad es parte de una quimera. Hay una herida en este país, que supura a lo largo y ancho. La desigualdad no la vamos a combatir quitando las rejas del Metro, pero de seguro hace muchísimo más que quedarte sentado despotricando contra una generación que sí lleva sangre en las venas, y una empatía que ya te quisieras, como parte de esa sensibilidad artística que pareces pregonar. Te gusta el Santiago lindo e higienizado, pero las ciudades no son postales para llevar en la billetera con un recuerdo estático. Se mueven y se manifiestan y en este caso, parece que al fin salen de un gran letargo.

Léenos en Google News

Notas relacionadas

Deja tu comentario

Lo más reciente

Más noticias de Opinión