¿El síndrome de Chile?
Braulio Jatar es Abogado, comunicador, escritor
Catherine Susan Genovese, conocida como Kitty, fue apuñalada varias veces antes de entrar al edificio donde vivía en el famoso barrio de Queens, en New York. Los llamados de socorro de Genovese fueron desgarradores. Algunos vecinos (entre 12 y 38) presenciaron u oyeron los adoloridos gritos y uno solo se atrevió a gritarle al atacante: “Deja en paz a esa muchacha”. El asesino detuvo su sanguinaria acción, pero regresó 10 minutos después a buscar a su víctima, la cual permanecía en el suelo sola y abandonada a su suerte. La apuñaló nuevamente, la violó, robó y la dejo hasta que finalmente la mujer era cadáver. Ningún vecino la vino a socorrer en la media hora que duró el ataque.
Los pormenores del asesinato narrado por un periodista del New York Times trajeron una secuela de cuestionamientos sobre la conducta pasiva de los observadores y la sicología social denominó la conducta del colectivo como “el síndrome Genovese”. Podemos resumirlo al decir que cuando todos miran nadie hace nada, creyendo que el otro lo está haciendo (en este caso llamar a la policía o actuar contra el atacante).
En Chile, se podría especular que algo a la inversa ha venido sucediendo. Pareciera que muchos que se han estado sintiéndose víctimas de un ataque (social), no habían actuado asumiendo que el resto (en estado pasivo): estaba bien. En el caso de Kitty, algo está mal y los observadores esperan que el otro haga algo. En el de Chile muchos están mal, pero nadie actuaba porque estaban convencidos (visto el silencio) que el resto estaba bien. Es así como Chile pasó de ser “un oasis” a una “guerra”.
El síndrome de Genovese, es también llamado “teoría de la responsabilidad difusa”, es decir, nadie se siente responsable individualmente de actuar, ya que la responsabilidad se diluye entre muchos observadores, todos asumiendo que el otro hará el trabajo.
Nadie puede discutir los avances económicos en nuestro Chile, pero ya en un artículo anterior, advertía que la transición chilena no era un buen ejemplo para la venezolana, porque se había hecho- por razones históricas y de equilibrio político- sobre la base de lo que algunos llaman “anclajes autoritarios”. En ese mismo artículo hablábamos que la democracia chilena, se había encargado de darle contenido social a un modelo económico exitoso, pero incompleto.
Resulta obvio que para muchos no han sido suficiente los continuos ajustes y la desigualdad ha crecido de manera amorfa, junto con una clase media que va dejando atrás su pobreza y ahora exige que se abran más puertas.
Es esa clase media la que ha salido a manifestar en mayor número. No estamos hablando de los vándalos que financiados desde afuera y alentados desde adentro, buscan destruir todo y que corresponderá a las autoridades judiciales establecer responsabilidades, nos referimos a ese millón de manifestantes pacíficos en el centro de Santiago (que ninguna persona o entidad representa) que han dejado de ser espectadores desentendidos de su propio dolor. Esos que ahora se han dado cuenta que no estaban solos en sus legítimas aspiraciones y han salido del síndrome de Chile “todos están bien menos yo”, para preservar su democracia e instituciones, produciendo los cambios que les permita seguir avanzando en una prosperidad a la que contribuyan y se beneficien todos.
En el Chile de hoy y mañana no puede haber “difusión de la responsabilidad”. Cuidar Chile no es sólo tarea del Presidente. Es un deber ciudadano, es compromiso de los manifestantes, obligación de partidos, jefes políticos y todo el Parlamento. Es una hermosa labor que suma a sindicatos, estudiantes, obreros, amas de casa y empresarios. Es darle a cada uno la oportunidad al bienestar, respetando al otro.