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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

En defensa de la humanidad compartida

"Parece haber coincidencia que hoy tenemos una mayor conciencia de la dolorosa desigualdad social que tenemos en Chile, parece que todos lo sabíamos, sin embargo, lo habíamos naturalizado".

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Claudio Araya es Profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez.

En su clásico texto titulado Metáforas de la vida cotidiana (1986), Lakoff y Johnson señalan que la metáfora no es solo un recurso retórico o meramente poético, ellos destacan que las metáforas impregnan la vida cotidiana. No es un contenido más de nuestra manera de hablar, sino que las metáforas que usamos definen el mundo en el cual vivimos, definen qué podemos y qué no podemos pensar, delimitan qué podemos y qué no podemos hacer.

Durante los últimos días en Chile hemos oído numerosas metáforas, entre las más sorprendentes y preocupantes está la expresada por el presidente Sebastián Piñera, quien señaló que “Estábamos en Guerra”. Como respuesta miles de personas expresamos lo contrario: “No estamos en Guerra”, y decenas de marchas pacíficas ratificaron esta perspectiva. Como respuesta metafórica emergió una metáfora más esperanzadora: “Chile despertó”, pero ¿Qué quiere decir que Chile despertó?

Si buscamos el significado de despertar, vemos que este implica pasar de un estado a otro, concretamente del sueño a la vigilia, pero más amplia y profundamente despertar alude a un cambio de un estado de consciencia.

Al detenerme en la metáfora del despertar me surgen de inmediato las siguientes preguntas ¿En qué estado estábamos antes de despertar? ¿Qué significa que estábamos dormidos?

Parece haber coincidencia que hoy tenemos una mayor conciencia de la dolorosa desigualdad social que tenemos en Chile, parece que todos lo sabíamos, sin embargo, lo habíamos naturalizado.

Lo ocurrido en los últimos días nos remueve emocionalmente. Hoy reconocemos la violencia que está presente en la desigualdad y nos interpela a todos a no naturalizarla y trabajar para reducirla.

Hemos permitido que las diferencias entre un grupo y otro se fueran incrementando, y esta diferencia de pronto se hizo tan grande, que ya no nos estábamos reconociendo, así como las estrellas que se distancian una de la otra en el vasto universo, así también las distancias entre personas se fueron haciendo siderales, y este despertar nos interpela a encontrarnos, a ver las distancias como ilusorias, invitándonos a volver a conectar desde la empatía.

Cuando las desigualdades son tan grandes, estas no solo reflejan diferencias económicas, sino que reflejan principalmente formas de vida diferentes. Por ejemplo, un político, un almacenero y una mujer profesional parece que no tuvieran nada en común, parece que vivieran en mundos distantes y ajenos uno del otro, sus mundos no se tocan, terminamos así, sin darnos cuenta tejiendo un espejismo, creamos la ilusión que somos islas separadas en un amplio océano.

Estas diferencias en las formas de vida nos pueden hacer creer que “realmente” somos diferentes, olvidándonos que las barreras las pusimos nosotros mismos, y que no existen per se, son solo convenciones que hemos ido construyendo a lo largo del tiempo, y si son convenciones podemos cambiarlas.

Tras los momentos de cambio social, esperaría que estas formas de vida se vuelvan más permeables, que importen menos nuestras diferencias y que prime aquello que tenemos en común.

Para encontrarnos, la noción y la experiencia de humanidad compartida puede venir a rescatarnos. La humanidad compartida emerge cuando podemos sentirnos acogidos al lado del otro, cuando sonreímos, cuando lloramos y alguien nos acoge, cuando hay complicidad, cuando nos sentimos parte de algo más grande que nosotros mismos.

La humanidad compartida es una dimensión profunda de nuestra experiencia, que resalta una sensibilidad común. Biológicamente formamos parte de la misma especie, pero más allá, desde lo relacional y social, empatizamos y comprendemos el sentir del otro.

Además, todos anhelamos tener una buena vida y buscamos aliviar nuestro sufrimiento. Lo que me pasa a mí, no me pasa solo a mí, también le ocurre a los demás, y como dijo Terencio en la antigua Grecia, lo que le ocurre a otro no me es ajeno. Compartimos la necesidad de sentirnos reconocidos, en la base de nuestra humanidad está el afecto, la empatía y la compasión.

Volviendo a la metáfora del despertar, quizás la pregunta más acuciante sea: ¿A qué despertamos cuando despertamos?

Observando la multitudinaria respuesta pacífica de los últimos días en Chile, y la mayor sensibilidad que hay en el ambiente, quizás estemos despertando a reconocer nuestra humanidad compartida.

De pronto vimos que el clasismo, el consumismo y el individualismo son muros que nosotros mismos levantamos, y nos han mantenido separados, y que detrás de estos muros seguimos estando nosotros, vulnerables y anhelando volver a conectar.

Pero no olvidemos que todo despertar tiene al menos dos momentos, un primer momento es cuando recién nos despertamos, aquí hay sorpresa, confusión y perplejidad, buscamos ubicarnos, saber dónde estamos.

Luego, viene un segundo momento, cuando nos levantarnos y comenzamos a habitar el mundo, pero ¿A cuál mundo despertaremos? Soy de los que cree que no existe un mundo predefinido, mas bien creo que lo co-construimos entre todos, y este mundo está aún por construirse.

Hoy hay pocas certezas sobre lo que vendrá, reina la incertidumbre y esto abre nuevas posibilidades. Lo que termine ocurriendo dependerá de lo que acordemos.

Sin duda será un gran desafío buscar construir una sociedad mas conectada, más humana y empática, y para esto la metáfora del despertar puede quedar corta. Si el despertar solo alude a un momento, corremos el riesgo de volver demasiado rápido a esto que llamamos “normalidad”, pero que es más cercano a la apatía y desidia. Quizás más que despertar necesitamos aprender a vivir más despiertos, en lo cotidiano.

Por supuesto, no hay recetas fáciles, para relacionarnos desde este sentido de humanidad compartida tendremos que echar mano a toda nuestra creatividad, y sobretodo a las habilidades que contribuyen a que podamos mantenernos despiertos: la colaboración y el diálogo sin condiciones, la escucha atenta, y sobre todo a volver a conectar con otros y con nosotros mismos, vez tras vez.

Practicar la presencia y la compasión encarnadamente, en lo cotidiano, nos salvará de que este despertar no sea sólo un destello en un instante, ni una mera quimera, sino un proceso que está comenzando.

Con nuestras conversaciones y acciones, con nuestras formas de vida cotidiana transformemos la metáfora del despertar en un cultivar el mantenernos despiertos.

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