Nostalgia, oportunidad y una careta
"A pesar de los esfuerzos y presiones del lado socialista, tanto en Berlín como en Chile, fue la propia gente la que luchó y colaboró en la construcción de nuestras actuales sociedades libres".
Benjamín Cofré es Historiador e investigador de la Fundación Jaime Guzmán
La actitud de la ultraizquierda en las actuales protestas ciudadanas no debiese ser una sorpresa. La historia de este grupo en Chile nos aclara que en realidad nunca ha cambiado su visión de la violencia como elemento esencial en sus propósitos.
Treinta años atrás, el 9 de noviembre de 1989, luego del colapso del Muro de Berlín y el cambio de giro del mundo, cuando las ideas que se disputaban la hegemonía global en la Guerra Fría terminaban su silencioso duelo con el triunfo de la libertad, la izquierda marxista se vio en la obligación de resignarse y, con ello, moderarse.
Cuando cayó el Muro, se desplomó junto con él el discurso de los socialismos reales, y sus partidarios debieron tomar los ropajes que la libertad había proporcionado a Occidente, abrazando el libre mercado y exaltando la democracia como sistema político debido, además, a la coyuntura de un Gobierno Militar de principio antimarxista.
Sin embargo, el giro demócrata no fue genuino en todos los actores y sectores. Ejemplo de lo anterior es el cambio actitudinal que realizó el Partido Comunista chileno quienes, al leer este nuevo escenario y ver que el plebiscito que podría poner fin al Gobierno Militar se llevaría a cabo, dejaron de nutrir de fondos a su brazo armado, el Frente Manuel Rodríguez (FPMR), desproveyéndolos de recursos económicos, pero además del respaldo político con el que este grupo extremista contaba. A pesar de esto, el Frente no detuvo su camino armado debiendo financiarse a través del crimen. Entre esas acciones delictuales se encuentran robos, secuestros y un asesinato en serie que incluye el atentado que le quitó la vida al senador Jaime Guzmán Errázuriz el primero de abril de 1991.
En estos momentos de reflexión que vive el país ante el estallido social que se ha expresado mayoritariamente de forma pacífica, y manchado por una minoría violenta y vociferante, si debemos rescatar algo para el debate de estas tres décadas desde colapso del Muro (figurativo) y de la destrucción del muro (literal), este debiese apuntar al papel que jugaron aquellos que hoy señalan con el dedo, y no dejarles olvidar que, a pesar de los esfuerzos y presiones del lado socialista, tanto en Berlín como en Chile, fue la propia gente la que luchó y colaboró en la construcción de nuestras actuales sociedades libres. A la izquierda ―moribunda y desesperada― no le quedó de otra que subirse como polizón a la carreta victoriosa de la democracia y la libertad, cuestión que queda hoy de manifiesto al sacarse la máscara para, una vez más, estar del lado de la violencia y la destrucción, propia de su nostalgia revolucionaria.