¿Son los manifestantes sujetos anómicos?
"Los enfrentamientos entre patronos y obreros, las carencias de comportamiento cívico y el individualismo exacerbado, entre otros, eran destacados por él, y hoy han sido ideas que han servido para hacer retratos similares del Chile contemporáneo".
Modesto Gayo es Académico Escuela de Sociología UDP
En respuesta a las urgencias analíticas que ha impuesto el masivo movimiento de protesta que se está viviendo en Chile durante estas semanas, ha sido utilizada frecuentemente la caracterización de los protestantes como sujetos anómicos. Inspirada en el pensamiento del sociólogo francés Émile Durkheim, cuya obra se desenvolvió entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, la noción de “anomia” se popularizó y ha sido fruto de uso abundante como explicación de comportamientos desviados. Y es justamente por su sencillez aparente de uso, como un recurso fácil, divulgado para supuestamente entender lo que sucede lo que justifica una pequeña reflexión aclaratoria, producto de una interpretación que no quisiese cerrar lo que estaba destinado para ser un concepto abierto.
Efectivamente, Durkheim hace un diagnóstico crítico, apesadumbrado, de la etapa finisecular que le tocó vivir en su adultez joven. Los enfrentamientos entre patronos y obreros, las carencias de comportamiento cívico y el individualismo exacerbado, entre otros, eran destacados por él, y hoy han sido ideas que han servido para hacer retratos similares del Chile contemporáneo. En el escenario que describe nuestro autor, la falta de regulación jurídica y moral que pensaba que se vivía en la Francia de aquel momento estaría en la base de un país económicamente desarrollado pero enfermo. Por lo tanto, anomia puede ser entendida como esa carencia de reglas, y anómico el individuo que lo padece, y lo que es fundamental, sin haberlo provocado.
En este sentido, la “anomia” no es un rasgo individual, si se quiere hoy propio de niños del SENAME o promovido por anarquistas desquiciados, sino que se trata de un fenómeno colectivo producto de una modernidad que en algún momento se torció y dejó de relevar que para vivir en comunidad, también nacional, es necesario que los individuos dejen de ser agentes puramente maximizadores de utilidad personal, “¿winners?”, para convertirse en ciudadanos portadores de derechos, libertades y, destacaría el intelectual galo, obligaciones, conscientes de algún modo de su papel en un contexto social más amplio, la sociedad. Por lo tanto, si alguna conclusión debemos sacar en este punto, es que la anomia es un fenómeno colectivo, no primeramente individual, propio y producto de la evolución de un sujeto social eventualmente en crisis.
Pero cómo saber si esto es una anomalía, es decir, si la sociedad chilena está más enferma que otras. Durkheim nos invitaría a comparar este caso con otros, para determinar científicamente si los sucesos en el país son habituales en otras sociedades. No cabe duda de que esto es objeto de gran complejidad analítica y metodológica, pero pensemos al menos que hoy tenemos dudas sobre lo distintivo del caso chileno, al final, muy probablemente, pues de probabilidad se trata según nuestro autor, tan anómico como muchas de las sociedades modernas se han mostrado estos últimos años, atribuyendo, eso sí, sus propios defectos a sus ciudadanos, como una forma de mirar hacia otro lado, como un locus externo, ocultando que la principal amenaza proviene de la arquitectura que sustenta su existencia.