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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Empezando a despertar después de la pesadilla de Destrucción y Violencia

"Es necesario reiterar que valorar todos los avances que tuvo Chile en las últimas décadas, no significa negar que siguen existiendo grandes injusticias, abusos, marginaciones, corrupción, delincuencia y una justicia que no se acerca a la medida de lo posible".

Por Guillermo Le Fort Varela
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Guillermo Le Fort Varela es Profesor Titular Docente FEN-UCH. Socio Principal LE&F

Las últimas cuatro semanas han llevado al país a un torbellino de destrucción y violencia vandálica cuyas consecuencias en lo económico todavía no están del todo dimensionadas, pero sabemos serán devastadoras. Sabemos que Chile es hoy un país con menores ingresos que semanas atrás, con más pobres que semanas atrás, y con mayor  desigualdad que semanas atrás. La infraestructura destruida en este carnaval de violencia servía principalmente a los más vulnerables que viven en la periferia de Santiago, usuaria de la red de Metro, y cuya limitada infraestructura comercial y financiera fue saqueada y quemada.  Además, los más vulnerables dependen de empleos frágiles que se pierden con facilidad en los frenazos y las recesiones que esta erupción arriesga crear.  En fin queda claro, el remedio está resultando ser muchísimo peor que la enfermedad.

En cuanto a la medición del daño solo podemos aproximarnos porque la destrucción lamentablemente no ha terminado, ni tampoco se ha catastrado todo lo destruido, y por último parte de lo perdido es invaluable.  Una parte es patrimonio cultural irrecuperable e invaluable como las casonas que albergaban universidades, o las iglesias destruidas por el fuego y el vandalismo. Tampoco es posible valorar la inmensidad de las pérdidas humanas víctimas de la violencia; muertos, heridos, traumatizados, agobiados por el miedo, el dolor y la incertidumbre.

La paralización por semanas de algunas  actividades económicas y la media marcha de todas las demás por las sostenidas movilizaciones y el temor a acciones de violencia, está teniendo efectos severos sobre el producto y el empleo.  Solo en 2019 el PIB crecería 1,7% en lugar del 2,5% anual que se esperaba antes de la explosión social.  Y en 2020 el crecimiento se redujo en otro punto porcentual de 3,3% a 2,3%, de acuerdo a las proyecciones realizadas antes y después de la explosión.  En menor actividad habríamos perdido cerca de 2% del PIB anual, unos 6 mil millones de dólares, cifra que puede incrementarse si la situación de violencia continúa.  Si lo agregamos a la destrucción de infraestructura la boleta del costo social está llegando a 10 mil millones de dólares, y una parte sustancial la tendrá que pagar el Estado de Chile por la infraestructura pública perdida y por la menor recaudación tributaria. ¿Cuántos hospitales de alta complejidad, cuantas comisarías, cuantas escuelas, cuantos caminos rurales pavimentados se habrían podido construir con todo lo destruido?

Además esta menor actividad y el costo de destrucción tendrá un correlato en menor empleo y hay quienes proyectan tasas de desempleo cercanas a los dos dígitos para el próximo invierno.

La destrucción que dejó el terremoto de 2010 que de acuerdo a cifras de cuentas nacionales, alcanzó a 8 puntos del PIB, poco más de 20 mil millones de dólares, fue todavía mayor a la de esta explosión social. Sin embargo lo dañado por la fuerza de la naturaleza en 2010 se reconstruyó con rapidez bajo el impulso de expectativas favorables, con una inversión privada y pública pujante, y con un espíritu de superar la adversidad que nos unía a todos los chilenos.  Lo destruido hoy es por acción de personas que usan la violencia para expresar sus ideas, pasando sin remilgos por encima de los derechos de otros, y con el silencio cómplice de muchos.  Esto rompe algo más importante que la infraestructura.  Rompe la confianza en el país, en su convivencia y en su Estado de Derecho. Esa confianza será más difícil de reparar que reconstruir toda la Red del Metro y sus estaciones y todos los locales comerciales dañados juntos

Las proyecciones de inversión son peores que las de producto para este y los próximos dos años. En el cuarto trimestre de 2019 la inversión caería en más de 4% anual respecto al mismo período del año anterior, y en 2020 y 2021 volvería a caer, aunque esperamos que a una tasa menos marcada.  En el extremo la situación podría derivar en una recesión de verdad y no solo en una “recesión técnica” de un par de trimestres.  Pero es casi inevitable que vengan dos o tres años de muy baja inversión, lo que traerá consigo una reducción en el crecimiento del PIB potencial. El gobierno ha actualizado recientemente su estimación a 2,8% anual, pero una cifra más realista es un crecimiento potencial de 2,5% anual o menos en los próximos 3 a 5 años. Comparado con el 3,0% vigente se ha perdido impulso tendencial de crecimiento de entre 0,2% y 0,5% anual, lo que implicaría pérdidas por varios puntos adicionales del PIB que se manifestarían a partir de 2022.

Es necesario reiterar que valorar todos los avances que tuvo Chile en las últimas décadas, no significa negar que siguen existiendo grandes injusticias, abusos, marginaciones, corrupción, delincuencia y una justicia que no se acerca a la medida de lo posible. Sin duda que hay muchas razones para estar disconformes con el actual estado de cosas, con las autoridades, con los poderes del Estado y con la clase dirigente.  Hay mucho que es necesario cambiar y mejorar. Pero nada justifica la violencia que hemos visto estas últimas 4 semanas desplegada en las principales ciudades del país. La única forma de salir adelante y superar nuestras limitaciones como país es trabajando juntos, desterrando el odio y la violencia, construyendo acuerdos amplios y duraderos sobre la base de la discusión sensata, el análisis informado y el respeto por los demás.  Para esto las instituciones democráticas deben ser preservadas y mejoradas y debe siempre recordarse que la mantención del orden público es la obligación primordial del Estado.

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