¿Hay algo que preservar?
"Muchas generaciones de chilenos han luchado por nobles ideales. Han aportado a construir una sociedad mejor. En el camino, siempre hay baches, algunos son inaceptables, pero eso no da excusas para destruir lo que con tanto esfuerzo personal y colectivo hemos podido construir".
Mariana Aylwin es Profesora de origen, política por vocación y a mucha honra. Directora Corporación Educacional Aprender.
El estallido social y de violencia ha llevado a la acción el discurso de la retroexcavadora que, con orgullo, ha reivindicado el senador Quintana. No sólo una retroexcavadora, ahora quiere tres. Mientras el Presidente del Banco Central, Mario Marcel, militante del Partido Socialista, informa en la Comisión de Hacienda del Senado que de continuar esta situación de incertidumbre (“cada día de demora tiene un enorme costo”), Chile podría retroceder en 27 años su desigualdad de ingresos. ¡Oh paradoja! La revuelta por la igualdad está terminando con una sociedad más desigual.
Puede ser comprensible que gran parte de los jóvenes que se manifiestan en las calles, no tengan esa información ni tampoco les interese. Ellos quieren construir la tierra prometida partiendo de una hoja en blanco.
Pero a estas alturas -como señalara el Presidente Lagos- es una ingenuidad pensar que esto ha sido improvisado, o una expresión de la emocionalidad e idealismo juvenil.
No hay símbolo más potente del estallido chileno, que la destrucción del Metro. Quiénes lo hicieron, con o sin cooperación internacional (lo que es altamente probable por el nivel de sofisticación), no tienen interés de preservar nada. De allí la importancia crucial que tiene el esclarecimiento de cómo ocurrió ese acto terrorista.
Los de la retroexcavadora son funcionales a quienes nunca han creído en la democracia representativa, no les gusta la democracia chilena y prefieren el sistema cubano o venezolano. Tampoco resisten un gobierno de derecha. Aquellos que, desde el primer día han pedido la renuncia del Presidente o han buscado su caída, son prueba de ello. En eso está el Partido Comunista y la llamada Mesa Social.
Lamentable es que tampoco parecieran saber qué rescatar del Chile actual, muchos de quienes han sido, durante las últimas tres décadas, responsables de las políticas públicas, cuando reniegan de lo que hicieron. Ahora aparecen demandando solución inmediata de aquello que no se hizo a tiempo, expresado crudamente en la impaciencia de una senadora que usando palabras inadecuadas a su investidura, urge resolver los problemas de los pensionados, a pesar de haber sido no sólo Directora de una AFP, sino Subsecretaria de Previsión Social y Ministra del Trabajo hasta hace menos de dos años.
A ellos se añaden un elenco de adultos “progresistas” infantilizados con un tinte de populismo, que asumen discursos rupturistas comprensibles en adolescentes, ambiguos con la violencia de las manifestaciones. Han prevalecido los políticos que confunden la violencia, los insultos y las barricadas con la libertad de expresión y el derecho a la movilización social. Aquellos están bien representados en las disculpas de diputados del Frente Amplio por haber votado a favor de penalizar saqueos y barricadas. Son los mismos que, en cualquier acción de la policía, denuncian violaciones a los derechos humanos, lo cual felizmente, en democracia puede investigarse y sancionarse cuando ello se produce. Rechazan las violaciones a los derechos humanos, lo cual es indispensable, pero no condenan la violencia y han dado apoyo tácito o explícito a la falta absoluta de respeto a las fuerzas de orden y seguridad. Hay mucho de frivolidad, pero le hacen el juego a quienes verdaderamente no creen en la democracia.
¿Qué queremos conservar? ¿Una plaza desolada, pero con un nombre nuevo “de la Dignidad”, para demostrarle al mundo que “Chile despertó” de una pesadilla de 30 años? ¿Un país sin metro, sin transporte público garantizado para millones de trabajadores y estudiantes, sin clases en colegios y universidades, con sus espacios públicos destruidos, obras patrimoniales incendiadas, millares de nuevos cesantes, industrias saqueadas, inversiones paralizadas, ciudades y edificios públicos y privados devastados y un pueblo mucho más dividido que antes del 18 de Octubre? ¿Una sociedad violenta y con miedo? ¿Un país donde funcionarios públicos que paran ilegalmente sus actividades por semanas, reciben su pago a fin de mes, mientras aumentan los tiempos de espera en consultorios y hospitales?
¿Qué queremos preservar? Ya no sabemos si hay algo que preservar o si tal vez, todo quedó sepultado por este terremoto grado 10 que desentrañó las miserias de nuestro proceso de modernización. Pero tenemos que recuperar la esperanza. Chile tiene raíces y podemos reencontrar un camino de entendimiento, como el que hizo posible décadas de desarrollo con paz social, a pesar de esas miserias.
Son muchos más los chilenos y chilenas que están en silencio y no hemos oído sus voces.
Es probable que esa inmensa mayoría quiera seguir viviendo en democracia. De hecho una encuesta reciente muestra una alta adhesión a ella. Por otra parte, está el deseo de volver a vivir en un país donde las cosas, a pesar de sus defectos, iban mejorando. Donde habíamos aprendido a que la institucionalidad debe ser respetada, incluida la Presidencia de la República. Un país donde había expectativas de que la vida de los hijos fuera mejor que la de sus padres, donde aunque tal vez a paso demasiado lento, millones de chilenos pudieron lograr un mayor bienestar, tener vacaciones, viajar, recorrer su país, comprarse un auto, ir al futbol (ahora el campeonato debió suspenderse junto a tantos otros actos), jugar con los niños en plazas y parques que han aumentado en muchas comunas chilenas donde no había nada, ni alcantarillado, ni pavimentos, ni luz eléctrica. Pero sobre todo me parece que en la mayoría de compatriotas que no están gritando en las calles, hay un anhelo por reencontrarnos con un ánimo de volver a respetarnos, cambiar el lenguaje y tratarnos bien, buscar acuerdos que permitan unidad para resolver los problemas y en especial, recuperar un clima de optimismo para hacer posible una transición hacia un desarrollo más equilibrado. En vez de miedo, paz. En vez de descalificación, argumentos. En vez de abusos, responsabilidad por el otro. En vez de saqueos, honestidad. En vez de insultos, respeto. En vez de individualismo, conciencia por el bien común. En vez, de anomia, el amor común a la tierra en que nacimos. En vez de desigualdad, la búsqueda de la justicia.
Muchas generaciones de chilenos han luchado por nobles ideales. Han aportado a construir una sociedad mejor. En el camino, siempre hay baches, algunos son inaceptables, pero eso no da excusas para destruir lo que con tanto esfuerzo personal y colectivo hemos podido construir. Al contrario, rescatemos aquello que nos ha hecho ser capaces de avanzar abandonando y cuidándonos de aquello que ha hecho posible este estallido tan brutal.