Sobre la necesidad de tomar posición… y no tomar partido
"Pareciera que este escenario requiere de un gesto adicional, referido a un posicionamiento ético respecto de lo que (nos) pasa".
Pedro Moscoso es Académico Facultad de Artes Liberales UAI
Los acontecimientos que han marcado la escena del mundo social y político en Chile durante estas últimas seis semanas constituyen una expresión lapidaria de los modos en que nuestro país ha adoptado un modo particular de organización y ordenamiento. Con ello refiero a la instauración de un programa, orientado fundamentalmente hacia un incremento en los niveles de crecimiento y desarrollo macroeconómico, pero cuyos principios constituyentes conllevan, a su vez, la necesidad de flexibilizar una serie de cuestiones que, presumiblemente, habrían incidido directamente en la precarización de los fundamentos vinculados a la construcción de un tejido social sostenido en torno a ideales modernos de igualdad y justicia. En esta línea, y he aquí un punto problemático, el mentado modelo de desarrollo económico ha intentado promover su legitimidad a partir de la producción discursiva orientada a demostrar la viabilidad de un modelo de desarrollo social, justificando dicha concepción en la idea implícita de que lo social puede ser considerado como un elemento subsidiario al marco de desarrollo económico. En otras palabras, la posibilidad de mejorar las condiciones sociales de la ciudadanía pasaría por la consolidación de un mercado fuerte que pueda costear las múltiples necesidades que requiere el país.
Sin entrar en una disputa argumentativa respecto a la viabilidad o no de los principios que están a la base de dicho modelo -o, en cierto modo, de dicha racionalidad-, lo cierto es que los últimos acontecimientos nos muestran que esta propuesta ha fracasado desde sus propias regiones interiores. Con ello me refiero a la instalación de un sistema de “creencias” y “convicciones” respecto de los frutos posibles de alcanzar según esta cosmovisión. Hay en ello un elemento poco problematizado hasta ahora, a saber, la producción múltiple de un sistema de expectativas y sueños en torno a operaciones semánticas que inciden sobre la delimitación respecto de lo que constituye el bienestar y la felicidad como horizonte posible de/para cada uno de los ciudadanos. Dicha gramática del bienestar y de la felicidad individual constituye un eje fundamental para comprender el estado actual de cosas, ya que es ella, en su disyunción semiótico-material, la que parece haber fallado. Y, por lo mismo, parece inviable suscribir a aquellas posiciones explicativas que intentan justificar este modelo de desarrollo socio-económico en base a una comparación histórica que presumiblemente mostraría el mejoramiento sistemático de las condiciones materiales en el Chile contemporáneo: “no hay nadie que muera de hambre en Chile”, dicen algunos; “los índices de pobreza han disminuido”, dicen otros. No obstante, lo que omiten estos análisis sustentados en torno a una mirada explicativo-causal y lineal de la historia, es la necesidad de detenerse en las singularidades atribuibles a cada uno de estos presentes que enmarcan una actualidad singular. En otras palabras, de lo que no se ocupan es de las formas en que los sistemas de codificación simbólicos de la realidad han cambiado, encontrándose consustancialmente interrelacionados y entremezclados con las condiciones de producción material. Y esto, a su vez, permite explicar por qué Chile, siendo hasta hace unas semanas el país con mayor desarrollo económico de la región, subsiste como una nación que porta una carga concerniente a los altos niveles de desigualdad al compararlo con otros países del mundo. De este modo, habría que consignar que dicha constatación de la desigualdad no puede ser leída como un “efecto no previsto” provocado por una implementación imperfecta de este “modelo fuerte” -es decir, desde una lógica de la excepción o un fallo en su implementación técnica-, sino que constituye uno de los principios fundamentales -y necesarios- para el desarrollo de este particular modelo de organización.
Frente a este estado de cosas, el resultado visible y evidente de esta explosión-implosión ha tomado la forma de una polarización extrema. Y la historia nos muestra, en sus repeticiones singulares, que cuando esto ocurre las posibilidades de resolución política del conflicto se reducen cada vez más. Pareciera que este escenario requiere de un gesto adicional, referido a un posicionamiento ético respecto de lo que (nos) pasa. Tomar posición implica abrir una interrogante respecto al lugar que ocupamos y en que estamos (dis)puestos dentro de la cartografía que compone la movilización social. Esto, a su vez, supone asumir éticamente -como principio axiomático incontestable- que nadie puede sentirse marginado de aquello que la movilización social, en sus diversas expresiones, ha hecho visibile: que todos formamos parte de esta composición social y que, por lo mismo, estamos implicados sensiblemente en ella.
Lo contrario a dicha toma de posición implica “tomar partido”. Ello, retomando la cuestión de las polarizaciones, nos invita a ver de qué manera parece más viable retomar consignas políticas e ideológicas tendientes a repetir y reproducir posiciones -muchas veces anacrónicas-, respecto de lo que ocurre en el Chile actual. Dos referencias, tal vez antitéticas, para explicar lo señalado. Por un lado, la cuestión que nos propone el filósofo Kant al llamarnos a tener el coraje de hacer uso del propio entendimiento, referido a la posibilidad de hacer uso público de la razón para abandonar los postulados los “sacerdotes del pueblo” y poder comenzar a pensar por uno mismo. Por otro -para aquellos menos inclinados a suscribir a los principios de la racionalidad moderna-, la referencia de Michel Foucault al poder pastoral, derivado de la lectura genealógica de Nietzsche, que nos advierte sobre los riesgos de un poder que opera bajo la forma de mecanismos de individualización, a través de la exploración y guía de las conciencias individuales en torno a la idea de una verdad interior, separada de cualquier forma de comunidad. En esta línea, tal vez la pregunta ética a la que nos conmina el presente refiere a la posibilidad de orientarse hacia este desplazamiento -desde el tomar partido al tomar posición-, logrando a partir de ello discernir entre las potencias que nos permiten reinventar y producir nuevos modos de encuentro e implicación alejados de los intereses privados, rechazando a su vez las consignas de los múltiples sacerdotes -los líderes de opinión de nuestro tiempo-, que nos invitan a repetir y reproducir anuncios desde la misma racionalidad que, presumiblemente, se (re)quiere mantener o subvertir.