La anti columna
Jaime Abedrapo es Director de la Escuela de Gobierno de la USS
Toda columna debe dejar en claro el desacuerdo con alguien o con alguna política; debe presentar una estrategia de redención social y/o demostrar su absoluta disconformidad con la falta de respeto de ellos; desenmascarar la poca tolerancia de ese o aquel actor político o social; dejar al descubierto la increíble carencia de sensibilidad de otros; manifestar la indignación ante tan poca inteligencia de muchos, entre otros planteamientos que inviten al lector a leer, aunque sea el titular de la columna.
El recetario nos indica que los planteamientos deben ser claros tras el objeto de hacer un punto de vista político contra los adversarios situados en la “casta” política, grupo social, tecnocracia o ideología, argumentando que así todos contribuimos al “debate constructivo” de nuestra realidad política y social, sin darnos cuenta que en gran medida ello ha colaborado para hacer realidad la crispación y la descalificación como las principales características de la “comunicación” política en estos días.
Los frutos de dicha actitud los apreciamos en gran medida en la calle tras el estallido social. La rabia acumulada se ha instalado en todas las esquinas con sus consecuencias destructivas, y ella se nos muestra como una expresión, que algunos ya denominan como revolución, en que con razón o sin ella son manifestaciones de una sociedad intolerante y pulverizada en su cohesión social y política.
En efecto, muchos columnistas y twitteros lo han conseguido, han puesto su sello en la calle voluntaria o involuntariamente, aunque siempre en sus columnas conseguirán establecer las responsabilidades de los costos de la violencia en sus adversarios. Al respecto, los analistas nos señalan diversas tesis para entender la polarización y conflictividad que vive el país. Nos presentan distintas diadas tales como que las nuevas generaciones han colisionado paradigmáticamente con las anteriores; los pros establishments están resistiendo a los transformadores; el pueblo se ha levantado en contra de los abusadores; los que están por el orden público y los que están por los derechos humanos presentan visiones incompatibles de la realidad nacional; etc.
En definitiva, la libertad de decir lo que se quiera, cuando se quiera y en la forma que se quiera ha sido un triunfo para los ensayistas, twitteros y columnistas en general, pero ¿quién se hace responsable de sus consecuencias?
Algunos pensarán que se está columna promueve una reivindicación en favor de la censura. Por supuesto que no, es un llamado a la responsabilidad ante el conjunto de la sociedad y del otro como persona, componente esencial para dar sentido a nuestra comunidad como proyecto político, social, cultural y, sobre todo, como sustento de respeto a la dignidad de sus miembros. ¿Cuán positivo para la composición de la comunidad saldrá de la descalificación, la crispación y el odio?, ¿será esa la mejor actitud para el necesario nuevo pacto social en Chile?
Ojalá en tiempos de Navidad tanto los columnistas como twitteros nos regalemos una respuesta con sabiduría frente a estas interrogantes, a objeto de buscar los caminos del reencuentro entre quienes somos parte de un mismo pueblo.