Democracia, Decisión y Responsabilidad
La democracia representativa y los derechos humanos suponen un Estado que funcione, que proteja la libertad de expresión, la reunión pacífica, la libertad de prensa. Nada de eso está garantizado ahora.
El 15 de noviembre, luego de semanas de violencia, en medio del humo de los incendios y barricadas, líderes políticos de los partidos democráticos de Chile, de izquierda a derecha, dieron una muestra de madurez política acordando un camino político que, suponían, traería de vuelta la paz a las calles.
Cuando ya faltan sólo dos días para el amanecer de un nuevo año, vemos que la paz aún no llegó, que delincuentes enmascarados siguen bloqueando las calles, cobrando cual ladrones medievales a la gente común que transita por los caminos, quemando casetas de peajes y universidades. Así, en partes de Chile no tenemos Estado, en esos lugares estamos de vuelta en un estadio previo de la historia, donde prevalece el matón y el delincuente.
Con un leguaje engañoso, los que no se sentaron esa noche a firmar el acuerdo han seguido socavándolo, con un doble juego, donde aprovechan las libertades y seguridad de la democracia para destruirla. Los policías que trataban, como en cualquier país civilizado del mundo, de parar la violencia ilegal con legítima fuerza, pasaron a ser los “agentes del Estado” atropellando los derechos humanos, reprimiendo el derecho de manifestación. Tergiversando el lenguaje de convenciones sobre derechos humanos, instalaron una imagen que con bastante efectividad cambió la percepción política de la realidad, frente a una sociedad y un gobierno paralizados.
Quemar bancos de iglesias o escritorios de oficinas bancarias vandalizadas, saquear pequeños comercios en Valparaíso o apropiarse indefinidamente de una calle con barricadas, no forma parte del derecho de manifestación pacífica en país alguno. Pretender que quienes enmascarados y encapuchados tratan de matar, herir o quemar a policías, lo hacen como parte del ejercicio del derecho de reunión y libertad de expresión, es tan burdamente falso como llamar amor a una violación en pandilla. Pero pocos lo dicen públicamente.
Hasta aquí, en cierto sentido, nada es tan inesperado cuando uno sigue un poco la doctrina y trayectoria de los partidos y grupos que han estado defendiendo este estado de barbarie. Se trata de usar los medios disponibles para cambiar la sociedad a otra, la que les gustaría y que, por la democracia tradicional, difícilmente podrían lograr. Con un 5% de los votos, jamás lograrían llevar a Chile hacia los sueños igualitarios del tipo de Corea Norte o Venezuela.
Lo sorprendente no está en ese lado de la ecuación política, allí se ve lo esperable, lo que se ha visto en Cuba, en Venezuela o Nicaragua. Historia y métodos conocidos. Nadie espera un comportamiento noble, generoso y democrático de quienes no conocen nobleza alguna salvo la lealtad religiosa a su partido o sus sueños anarquistas universalmente fracasados. Lo difícil de creer y aceptar es el comportamiento ingenuo y servil de los líderes y parlamentarios de partidos que alguna vez lucharon contra la dictadura y exitosamente consiguieron la democracia. Personas y partidos que alguna vez tuvieron idearios, sueños, talento técnico y político, capaces de representar y entusiasmar a millones de chilenos. Líderes que nos dieron razones para creer que era posible recuperar la libertad, sacar a la gente de la pobreza, desarrollar a un Chile que estaba entre las de abajo de América Latina, con la mitad de su gente hasta la rodilla en el barro de la miseria.
Esos hombres y mujeres no sólo nos guiaron a un proceso democrático y transición pacífica impecable, considerando las circunstancias del país, sino que de paso nos dieron 30 años de paz y desarrollo. Esa fue su obra. Convirtieron a Chile, con todo lo que aún falta por hacer, en el país más desarrollado de América Latina, por lejos.
Sin embargo, en el proceso algo se corrompió. Los sueños comunes y la calidad política se cambiaron por ambición ordinaria y egoísmo; la lealtad con los ideales se cambió por la obediencia a la conveniencia del acuerdo político de momento. Así, la nobleza con la consecuencia de pensamiento y acción pasó a ser merecedora de amenazas y funas. Porque el estado actual de cosas requiere, para seguir avanzando, una cualidad que antes era desconocida en esos partidos y en quienes fueron sus líderes: cobardía.
Porque es cierto, en el camino de tres décadas, con sus aciertos y errores, quedaba aún mucho por hacer. Es evidente la falta de atención que aún tenía una parte importante de los chilenos, que en la Legua y La Pintana estaban por años en una situación del siglo XIX, con bandoleros de cocaína imponiendo su ley, donde los niños morían en el patio de su escuela por una balacera en la calle. Estaba pendiente por una década hacerse cargo de quienes se jubilan con cien mil pesos. Por largo tiempo tenemos familias rurales, muchas de ellas mapuches, en una miseria e inseguridad que no se condice con nuestra membrecía OECD. La violencia en la Araucanía, con su mundo aparte, como el de los más de mil niños muertos mientras estaban al cuidado del SENAME, se han tratado con la indiferencia de un derrumbe en China. Una noticia lamentable, pero lejana, ajena.
Había y aún hay dos caminos para enfrentar la situación actual.
Una ruta es negar lo avanzado, avergonzarse de haber hecho el progreso porque aún faltan cosas por hacer. Esto, porque repentinamente ese cuento es popular en Twitter. Esa historia es trending topic y se refleja en la Cadem del lunes, por lo que es mejor no asociarse con el pasado, sino sólo con el vago futuro de la nueva Constitución, la tierra prometida del PC y el FA. Es decir, seguir el juego vil de quienes mienten descaradamente, negando los logros de la política democrática representativa, reclamando porque no hizo “TODO”. Es decir, porque en 30 años no logramos pasar de Nicaragua a Dinamarca, sino solo hasta algo casi como Portugal. Ese es el crimen político que merece ahora castigarse, funarse. Esta es la ruta de los cobardes.
El otro camino requiere algo que en estos días se ve poco en lo que alguna vez fue la Concertación: valentía. Porque así como había que ser valiente el 15 de noviembre para cruzar el cerco y darse la mano llegando a un acuerdo, ahora se necesita coraje para seguir adelante.
Se necesita primero para restablecer el orden en el país, tan simple como hacer que la policía pueda asegurar el libre tránsito por las calles y detener con la fuerza que sea necesaria a vándalos y saqueadores. Ningún demócrata debería tener miedo de ello, es lo mínimo que se le exige al Estado, es para eso que se les eligió, no para amparar delincuentes tras falacias retóricas. Esto es lo primero porque luego vienen procesos que sin ese orden indispensable no pueden ocurrir, no sin un riesgo grave para la democracia y por lo tanto, para la libertad y derechos humanos de todos los chilenos. En efecto, en el estado actual de inseguridad, de falta de fuerza pública efectiva, cómo se podría realizar un plebiscito, cómo se pueden asegurar los locales de votación, las urnas y sus resultados.
La democracia representativa y los derechos humanos suponen un Estado que funcione, que proteja la libertad de expresión, la reunión pacífica, la libertad de prensa. Nada de eso está garantizado ahora. En cualquier momento unos energúmenos autoconvocados por Instagram pueden caer, como lo han hecho, sobre la casa de un político, la sede de un partido o, por qué no, un periodista. Esas son condiciones eleccionarias tipo Maduro, pero en este caso no impuestas por el Estado como en Venezuela, sino por ese 5% que de pronto ha visto la oportunidad de tomarlo todo.
Vendrán tiempos de decisiones difíciles. Se requerirá valentía para defender tanto el derecho a votar No como votar Sí y para aceptar el resultado en uno y otro caso, bien que me guste el Sí o el No. Obvio, pero no por eso menos indispensable. Luego, si vienen procesos de cambio constitucional, sea dentro de la Constitución actual, si gana el No, o bien con una Comisión Constituyente, si gana el Sí, se requerirá la operación libre y segura de parlamentarios en el Congreso o de miembros de la Comisión Constituyente. Eso es lo único que permite imaginar que el proceso terminará con los cambios razonables, que representen el interés de las mayorías, protejan las minorías y los individuos.
La democracia occidental exitosa supone que los representantes se hacen responsables de sus decisiones. Esa responsabilidad se traduce en que los ciudadanos luego podemos cambiarlos en la próxima elección votando por otros representantes. La democracia no es sólo votar, es hacerse responsable frente a los que lo han elegido a uno, bien sea para administrar si es gobierno, bien para legislar en interés común, si se es parlamentario. Los partidos políticos son indispensables para esa democracia, y en ese rol deben ser los canales de ideales, de competencia técnica y política que junte fuerza política. Hoy, con menos de 7% de aprobación, están en deuda y son los principales responsables del riesgo en que se encuentra nuestra democracia y nuestro país. El riesgo de hundirnos nuevamente en la mitad de abajo de América Latina, con sus miserias, su corrupción rampante, su violencia callejera, los carteles de la droga y otras mafias.
Por favor pónganse de pie, con valor siéntanse orgullosos del trabajo realizado, den la cara, saquen su voz con fuerza y convicción para seguir avanzando, con libertad, con justicia, como lo hemos hecho estos 30 años: Los mejores que jamás ha tenido Chile. Tengan el valor de no mentir y los chilenos volveremos a confiar en ustedes, en los partidos y los líderes que decidan lo difícil como hombres y mujeres de verdad, haciéndose responsables. Eso es democracia, para eso salimos de la dictadura. No lo olviden.