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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Crisis democráticas en Chile y Perú, buscando una salida

"No hay duda que en el actual delicado contexto, es más necesario que nunca dialogar, cooperar e intercambiar experiencias en materia de fortalecimiento de la democracia, desarrollo inclusivo y gobernanza entre ambos países".

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Es ya un lugar común hablar de la crisis de la democracia representativa. Aunque cada país ha sido afectado en forma diferente y ha reaccionado también en forma distinta según la densidad de su cultura política y su institucionalidad, entre una multiplicidad de factores. En este estado de cosas, podemos encontrar causas comunes al problema y, eventualmente, estrategias de defensa y profundización de la democracia que pudieran replicarse. En esta columna quisiera referirme a los procesos de Chile y Perú, enfocándome en el contexto peruano actual, con el objetivo de intentar dar algunas luces sobre lo que podríamos aprender el uno del otro.

A primera vista, pareciera que ambos países son muy disímiles desde el punto de vista institucional, así como el contexto que están viviendo. Tradicionalmente en Chile, el Estado ha sido un actor fundamental en el desarrollo del país con una cobertura territorial afianzada desde hace tiempo. En cuanto al sistema de partidos políticos, este existe de larga data y ha sido estable y fundamental en la elección de autoridades y en la articulación de los gobiernos (y del Estado). Respecto del Perú, la figura ha sido la contraria. Un Estado todavía en consolidación en su cobertura territorial y un sistema de partidos débil, muy dependiente de las personalidades de turno y por tanto en constante mutación. Mientras en Chile existe un sistema presidencialista, en Perú podríamos hablar de un régimen con rasgos semipresidenciales (la diferencia está en que el “Presidente del Consejo de Ministros” lo designa el Presidente y no la mayoría parlamentaria).

Pero, más allá de estas características, existen importantes coincidencias entre ambos países.

En primer lugar, se ha derrumbado la confianza en las instituciones, casi sin excepciones. La diferencia quizás radique que en Perú el proceso es visible desde hace más tiempo, mientras que en Chile se precipitó (o visibilizó) en un período menor. Pero el diagnóstico es el mismo: los partidos políticos se han convertido en parte del problema y la institución por excelencia de la democracia representativa, el Parlamento, es considerado, desde inoperante, hasta un nido de corruptos. La población en ambos países, mayoritariamente, percibe que la clase política terminó capturando el Estado en su propio beneficio, no respondiendo a sus prioridades y necesidades, y que el sistema requiere de cambios profundos. La buena noticia hasta ahora es que, a pesar del canto de sirenas de algunos, ha prevalecido la adherencia popular a la democracia. Lo que se busca es perfeccionarla, pero con reales oportunidades de desarrollo para todos.

En Perú, tras un largo gallito entre la presidencia (primero Kuzcynski hasta que renunció y luego su sucesor constitucional Martín Vizcarra) que contaba con una minoría en el Congreso, y la oposición, el impasse terminó con la facultad presidencial de disolver al parlamento (característica del semipresidencialismo) y el llamado a nuevas elecciones legislativas el 26 de enero.

En paralelo a la pugna entre el Presidente y el Congreso, y como reacción a la demanda popular, el mandatario Vizcarra plebiscitó varias reformas constitucionales. Resumidamente las que fueron aprobadas son: no se permite la reelección inmediata de prácticamente ningún cargo; reforma del Poder Judicial para darle más independencia; y regulación del financiamiento a los partidos políticos.

Cuando se disolvió el Congreso (unicameral) por el Presidente Vizcarra, el 95% de la ciudadanía estaba de acuerdo con ello. En todas las encuestas peruanas el Parlamento es pésimamente evaluado, tanto así que fue rechazada la propuesta de reforma constitucional para volver a la bicameralidad.

De acuerdo a diversos sondeos relativos a las próximas elecciones legislativas peruanas este 26 de enero, existe una gran dispersión de preferencias y serán pocos los partidos que tendrán representación parlamentaria. Probablemente habrá también una muy alta proporción de votos nulos y blancos (en Perú el voto es obligatorio y no ejercerlo acarrea multas automáticas entre otras consecuencias). Esta dispersión y no manifestar preferencia, se explica en parte porque la mayoría de los candidatos son poco conocidos, además del desprestigio institucional. Pero lo más significativo, de acuerdo a los mismos sondeos, es que 3/4 de los encuestados quieren que el Presidente y el Congreso trabajen armónicamente, cesando casi 3 años de pugnas.

Por tanto, después de un período de polarización y una aguda crisis de poderes que se resolvió mediante un mecanismo constitucional, debieran venir tiempos políticos más tranquilos en Perú. La gran interrogante es si la imposibilidad de reelección inmediata general favorecerá efectivamente la renovación política y disminuirá la corrupción, al mismo tiempo que no debilitará la calidad de la gobernanza. Esta permanente rotación debiera conllevar necesariamente el fortalecimiento de un Servicio Civil, que sea el repositorio de la memoria y de la continuidad del trabajo institucional.

En Chile en tanto, a pesar de ciertas señales en diversos estudios y encuestas de años anteriores, sorpresivamente el 18 de octubre pasado se produjo un estallido que por semanas literalmente nos dejó sin Estado y que ha tenido en las cuerdas a nuestro sistema democrático. Lo dramático es que todas las últimas encuestas demuestran que no existe confianza en ninguna institución y, que los mismos que están llamados a tener un rol central en la salida de la crisis – Presidente, Congreso y partidos políticos – son los peor evaluados.

Sin perjuicio de lo anterior y siguiendo el instinto de supervivencia, la clase política chilena ya ha tomado algunas medidas significativas, partiendo por plebiscitar la alternativa de redactar una nueva constitución. Además, ha legislado para limitar las reelecciones de parlamentarios, alcaldes y otros cargos. También se está discutiendo restablecer la obligatoriedad del voto.

Pero subsiste un gran problema, cual es la permanente pugna de poderes entre la Presidencia y el Congreso, que complicará y hasta podría amenazar el itinerario acordado y la necesaria paz social y orden público que lo deben acompañar. A diferencia de Perú, no se puede salir del impasse disolviendo el Congreso (aunque este sí trató de sacar al Presidente).

Si revisamos nuestra Historia, un motivo recurrente de graves crisis políticas ha sido la pugna entre el Presidente de la República y el Congreso Nacional. En 1891 terminó en una guerra civil, en los años 20 del siglo pasado pasamos por una sucesión de breves gobiernos que derivaron en una dictadura y, finalmente, una nueva constitución, para en 1973, volver a caer en una larga dictadura. A pesar de las duras experiencias, hemos persistido en el régimen presidencial cuya gran falencia es la dificultad de gobernar sin mayoría parlamentaria. Y si volvemos a revisar nuestra Historia más reciente, casi ningún mandatario la ha tenido. Por eso y asumiendo que habrá una nueva constitución o en su defecto importantes reformas a la vigente, se debe cambiar de régimen, asumiendo derechamente el sistema semipresidencial, con un jefe de Estado y otro de Gobierno, y la facultad de disolver el Parlamento. En ese sentido es relevante estudiar la adaptación peruana, que pudiera ser más cercana a nuestra tradición de contar con una figura presidencial con real incidencia en el gobierno.

Debemos asimismo restablecer el voto obligatorio con sanción automática en caso de incumplimiento, también revisando la institucionalidad peruana, y no volver al inoperante sistema de pasar por una condena del Juez de Policía Local, que invariablemente aplica a pocos y termina en amnistías.

Por último, será interesante observar la reforma judicial que busca limitar la injerencia del poder político en sus designaciones y actuaciones.

Así como los chilenos podemos extraer valiosas lecciones políticas del proceso peruano, los peruanos también deberían observar con atención la evolución de nuestro modelo económico y como se irá modificando para hacerlo más inclusivo. Al ser el modelo económico peruano muy similar al chileno, aunque de evolución más reciente, perfectamente podría caer en la misma situación que estamos viviendo en Chile, de no tomarse medidas correctivas a tiempo.

No hay duda que en el actual delicado contexto, es más necesario que nunca dialogar, cooperar e intercambiar experiencias en materia de fortalecimiento de la democracia, desarrollo inclusivo y gobernanza entre ambos países. Así tendremos mayores probabilidades de capear con éxito la crisis democrática, en beneficio de nuestros pueblos.

Desde ya sugiero que sea la prioridad del próximo gabinete binacional Chile-Perú y a los chilenos en general, los invito a familiarizarse más con lo que está pasando en nuestro vecino del norte.

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