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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Pobreza y sequía, combinación fatal

"¿Cómo continuaremos soportando comunas a punta de camiones aljibes porque el agua literalmente se acabó? ¿Qué haremos con esos vecinos desplazados de sus lugares de vivienda y trabajo?".

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Cristián Balmaceda es Alcalde de Pirque y presidente de la Asociación de Municipalidades Rurales (Amur Chile).

Según un reciente informe de la Fundación Amulén, dedicada al estudio del agua y su distribución, llamado “Sequía en Chile: la brecha más profunda”, existe una correlación importante entre los niveles de vulnerabilidad de las comunas y la falta de agua. Más aún si esto lo llevamos al mundo estrictamente rural, un 80% de esa población proviene de los quintiles más postergados del país. Pensamos que en la ruralidad las personas en un porcentaje importante dependen de la agricultura, ganadería o actividades afines, actividades que necesitan imperiosamente el agua. Sin el vital elemento, estas mismas quedarán todavía más postergadas, no en cuanto al consumo mismo, sino a su desarrollo económico que está ligado derechamente a ello.

Con la grave sequía que actualmente vivimos, de hecho, la peor desde que existen registros, el panorama no es para nada alentador, pues con las condiciones actuales de Chile, se ve difícil el crear carreteras hídricas (en un futuro cercano) que traigan agua desde lugares con mejores condiciones (región de Aysén, por ejemplo). Es cierto que todavía podemos hacer mucho al respecto, todos, desde darnos duchas más cortas en la casa hasta tecnificar los riegos de nuestras plantaciones. No obstante, también necesitamos que llueva, y si eso no ocurre, gran parte de las comunas de Chile cambiarán su fisonomía y composición. No es fácil decirle a una familia, a los padres y abuelos que se han dedicado toda su vida al campo, que ahora deben dedicar sus vidas a otra actividad. No es sólo un medio de subsistencia económica, sino una forma de vida, de tradición y de cultura, arraigada en el ADN de estas personas, en su idiosincrasia pura y eso no se acaba ni siquiera sin agua.

¿Como vamos a sacar a la gente de la pobreza, si no les otorgamos las herramientas más mínimas para que lo hagan ellos mismos? ¿Cómo continuaremos soportando comunas a punta de camiones aljibes porque el agua literalmente se acabó? ¿Qué haremos con esos vecinos desplazados de sus lugares de vivienda y trabajo? ¿Los traeremos acaso a vivir a un campamento en la ciudad, aumentando el hacinamiento y la segregación?

Por todas estas razones es que tenemos un problema y desafío enorme como Estado y municipios. Antes que nuestras comunidades rurales sigan desapareciendo, antes que la desertificación siga carcomiendo Chile, es imperioso hacer políticas públicas teniendo en vista el riesgo hídrico que nos asola. Entonces, por ejemplo, cada vez que hacemos o entregamos un APR (agua potable rural), debemos estar conscientes de la enorme responsabilidad que adjudicamos, consiguientemente sus efectos en el mediano plazo. Antiguamente, en la mayoría de los campos de Chile uno encontraba agua a pocos metros, menos de diez metros en algunas ocasiones. Hoy por hoy, me ha tocado observar cómo algunos llegan a perforar hasta más de ochenta y cinco metros para encontrar agua, y nadie asegura que esa tremenda inversión dure los años que la justifica, las norias se están secando y es también un hecho.

En definitiva, los lugares que más han sufrido con la sequía son los rurales y vulnerables, una doble trampa que no solamente no les da la oportunidad de mantenerse, sino menos de surgir. No basta que el Estado entienda el problema en sí en el que estamos, que sin duda lo viene haciendo. También es clave que de ahora en adelante toda política pública tenga, ya sea desde el Estado o desde los municipios, una profunda huella hídrica en su ser.

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