El Festival que viene
Si en 2014, cerca de un 28% de los hogares estadounidenses vieron la ceremonia de los Oscar en algún momento, en esta última edición solo un 14% de estos lo hizo, alcanzando el nivel de audiencia más bajo de la historia.
Juan L. Lagos es Investigador Fundación para el Progreso
Se acerca marzo frenéticamente, pero antes corresponde hacer una escala en Viña del Mar. Como de costumbre, la última semana de febrero está reservada para el Festival celebrado en dicha ciudad, el cual, aunque ya no despierta la atención de antaño cuando todos los chilenos seguíamos minuto a minuto lo que sucedía en la Quinta Vergara o en el Hotel O’Higgins, no deja de ser el hito que cierra oficialmente el verano nacional.
En su versión actual —la número 61— las expectativas no están precisamente en su parrilla programática, en la cual solo destaca Ricky Martin como único número de categoría mundial, el resto de los artistas fácilmente bien pueden ser vistos a lo largo del año en casinos, estadios y teatros de mediano aforo e incluso una que otra conspicua parrillada bailable.
Como suele ocurrir en tiempos convulsos como los actuales, las miradas se concentran en las repercusiones políticas que este evento podría tener. Ante esto, me gustaría ofrecer tres perspectivas.
Primero, llamo a desdramatizar este evento, como decía el anillo de Julio Humberto Grondona: “todo pasa” y en el escenario de la Quinta Vergara no nos jugamos nada importante más allá de algún buen o mal rato que nos brinde un artista por querer hacer alguna reivindicación política que —por regla general— les sale pésimo porque la impostura es tan evidente que contrasta de forma burda con la espontaneidad de su arte.
Eso de enriquecerse a la Jennifer López y luego protestar en el escenario a la Joan Baez no cuela para un público que valora a sus artistas por el espectáculo y no por los pobres mensajes políticos que con suerte pueden balbucear. Jorge González hay uno solo y sería bueno que más de alguno se enterara que, más que hacer la revolución, terminan haciendo el ridículo.
Por esta razón me parece absurdo y desproporcionado restringir el ingreso de pancartas al Festival. El Gobierno debería tener preocupaciones más importantes que el temor de que se cuele un “Renuncia Piñera” entre “Punitaqui” y “Yolanda te amo”. Hace bien en proteger el recinto y es una buena noticia el hallazgo de material acelerante en cerros colindantes a la Quinta Vergara. Las diligencias del Estado deben estar centradas en proteger las libertades de sus ciudadanos y no en influir de forma tan mezquina en las expresiones de desaprobación a sus gobernantes.
Si hubieran puesto el mismo esmero en garantizar la libre circulación y el libre emprendimiento de los chilenos en estos últimos meses, quizás otro gallo cantaría y más de algún “Gracias presidente” hubiera aparecido en galería.
Por último, soy bastante escéptico sobre el impacto de este evento. Si en 2014, cerca de un 28% de los hogares estadounidenses vieron la ceremonia de los Oscar en algún momento, en esta última edición solo un 14% de estos lo hizo, alcanzando el nivel de audiencia más bajo de la historia. Quizás, el uso de las nuevas tecnologías puede explicar este abrupto descenso, pero también puede ser que muchas personas estén cansadas de que cualquier mindundi que goza de algo de fama se sienta con el derecho —y el deber— de reprenderlos cada vez que están sobre un escenario.
La política y el arte en ocasiones han combinado de forma exquisita y de dicha amalgama han salido grandes como Pablo Milanés, Jorge González, Bob Dylan, Pablo Neruda, entre muchos otros. Pero en otras no ha servido más que para ocultar las mediocridades de los políticos por medio del arte o la de los artistas por medio de la política. Mientras menos subvenciones tenga un artista, tanto mejor es. Mientras menos artistas necesite un político para congregar un mitin, tanto mejor es. Llegó la hora del Festival, no se amarguen ni se exciten por leseras, lo bueno viene una semana después.