El “Súper Martes” de las primarias demócratas
"Para los que apoyan Biden, aunque también consideran altamente negativa la alternativa de reelección de Trump, no está en juego la esencia del sistema y apuntan precisamente a romper la polarización existente simbolizada por personalidades como Trump y Sanders".
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
Este martes 3 de marzo, fue uno de los hitos de las primarias demócratas (recordemos que en el caso republicano no se levantó un desafío al liderazgo de Trump), al definirse simultáneamente 1/3 de los electores a nivel nacional (al igual que en las elecciones presidenciales, el voto es indirecto y la regla es que la primera mayoría en cada estado se lleva todos los electores, los que dicen relación con el número de habitantes). En este caso concurrieron los votantes de 14 estados y territorios, entre los que se encuentran los populosos Texas y California.
Antes de ese día, el panorama era una pluralidad de candidatos, con el favoritismo de Bernie Sanders, senador por Vermont y quien se autodefine como “socialista” (entendiendo que en EEUU una definición de ese tipo es lo más a la izquierda que se puede concebir dentro del sistema, superando la noción de “liberal”). Joe Biden, nominalmente el favorito al inicio del proceso en su condición de ex vicepresidente de Obama, con una dilatada carrera política y una posición política definida como moderada, partió mal y se jugaba su continuidad en el proceso.
Los resultados fueron una inyección de adrenalina para Biden, al obtener el triunfo en 10 estados frente a 4 de Sanders. Texas optó por Biden, mientras California lo hizo por Sanders.
Además de revivir las posibilidades de Biden, el “súper martes” selló la suerte de casi todos los otros contendores, notoriamente de la senadora Warren, el joven ex alcalde Buttigieg y el multimillonario Bloomberg. En la práctica, la competencia pasó a ser a dos bandas (aunque técnicamente se mantiene la candidatura testimonial de la representante Tulsi Gabbard). La mayoría de quienes se retiraron entregaron su apoyo a Biden.
A la fecha, Biden encabeza la carrera con 652 electores frente a los 573 de Sanders. Para ganar la nominación, se requieren 1991 electores, produciéndose la designación en la convención demócrata fijada en julio, en Milwaukee. Si ninguno de los candidatos llegara a esa cifra, la convención debe decidir con un sistema más complejo de votación. Pero restan 2467 electores por conquistar y siendo a 2 bandas, todo indica que habrá un ganador antes de la convención. La mitad de ese universo electoral se juega en los estados de Michigan, Florida, Illinois, Ohio, Georgia, Nueva York, Pennsylvania y Nueva Jersey, concluyendo las votaciones el 6 de junio.
¿Quienes son estos candidatos que pretenden desafiar a Trump y cambiar el rumbo que este le ha dado a los Estados Unidos?
Quizás lo único que comparten es la edad – casi 80 años ambos – y que han sido senadores de pequeños estados de la costa Este. En todo lo demás difieren. Sanders toda su vida política se ha definido como socialista y ostenta el récord de congresista independiente, habiéndose unido tardíamente al Partido Demócrata. Fue candidato a las primarias en 2015, en las cuáles puso en serios aprietos a Hillary Clinton y generó una ola de simpatía entre los jóvenes, por sus propuestas de mayor justicia social y equidad, avanzando hacia a una suerte de Estado de Bienestar. En lo que va de las primarias, sigue convocando fuertemente a ese mismo grupo etario, al que se ha agregado la minoría latina, la que desplazó este año a los afroamericanos como el primer grupo minoritario.
Biden, en cambio, es un hombre de larga historia partidaria, siendo este su tercer intento de erigirse en candidato demócrata. La última vez perdió frente a Obama, que lo integró como su vicepresidente en los 2 mandatos, describiéndolo como el “mejor vicepresidente de la Historia de los EEUU”. En esa condición, tiene una fuerte convocatoria en el electorado afroamericano, lo que quedó demostrado este Súper Martes. Sus propuestas apuntan a desarrollar o profundizar los grandes proyectos de Obama que quedaron pendientes o inconclusos, en particular la cobertura de salud, al mismo tiempo que buscar temas que tiendan puentes con los republicanos y no seguir aumentando la creciente brecha partidista que divide al país.
¿Cuál de los 2 genera más peligro para Trump? Quizás Sanders sea más parecido al estilo de Trump por su vehemencia, ironía y conductas más impredecibles. Por lo mismo es un arma de doble filo, haciéndolo un candidato más duro y difícil, pero también más fácil por estar en las antípodas en política, pudiendo así profundizar la polarización que favorece a los extremos del espectro. Biden por su parte, apuntando al electorado moderado y retomar la senda de Obama, constituye probablemente una mayor amenaza, aunque sea un candidato menos atractivo como tal.
Sanders, fiel a su estilo, al término del Súper Martes, dijo que para cambiar a EEUU y en consecuencia sacar a Trump, había que cambiar la forma de hacer política, en directa alusión a Biden. Si le suena familiar, no es casualidad. Globalmente muchos candidatos y líderes llaman a cambiar los esquemas, rompiendo lo que se considera el statu quo.
Lo que está quedando en evidencia en esta pugna del Partido Demócrata, tiene que ver con distintas visiones sobre la democracia y sobre su evolución. Para unos, representados por Sanders, prima un ánimo refundacional que tiende a la misma lógica de suma cero que promueve Trump. Bajo esa óptica, las elecciones del 3 de noviembre son decisivas. Perderlas implicará que EEUU avanzará hacia una regresión democrática y concentración de la riqueza. Ganarlas podría abrir una nueva fase en la democracia estadounidense, propendiendo a desarmar el modelo de desigualdad que representa el capitalismo norteamericano.
Para los que apoyan Biden, aunque también consideran altamente negativa la alternativa de reelección de Trump, no está en juego la esencia del sistema y apuntan precisamente a romper la polarización existente simbolizada por personalidades como Trump y Sanders. En su visión, el país necesita volver al diálogo y al entendimiento, porque su creciente división lo está debilitando en todos los frentes.
Este debate se ha acrecentado en casi todas las democracias, emulando en muchos aspectos lo que fue no hace mucho la dicotomía entre reforma y revolución.
Indudablemente ofrecer alternativas excluyentes e imponerlas por la mayoría de votos parece ser cada vez más atractivo, pero no garantiza ni el desarrollo, ni la paz social. Aunque sea aburrido políticamente para quienes ansían un rápido cambio de circunstancias, que redunden en un mundo mejor, es imprescindible dialogar y tender puentes, buscando soluciones que favorezcan a la más amplia mayoría posible. Nuestras sociedades, que son cada vez más complejas, requieren más diálogo y transacción para progresar, y no menos.
Las definiciones y el tono de la próxima campaña presidencial en EEUU que se decidirá el 3 de noviembre, precedidas por el resultado de las primarias demócratas, serán el reflejo de este debate global. Y su resultado, sin duda, va a tener repercusiones a favor o en contra de las visiones en pugna.