Mujeres en plural

El gran desafío de las mujeres sigue siendo que nuestra diferencia no se asuma como desigualdad. Que el variado aporte que las mujeres hacemos a la sociedad desde distintas funciones, visiones, edades, condiciones de vida no sean percibidos como menos valiosos que los masculinos. Que ser mujer no se convierta en mayor posibilidad de ser abusada, discriminada, excluida, maltratada o asesinada por su pareja. Hoy día, hasta el discurso menos progresista, no se atrevería a justificar ni la violencia en contra de las mujeres, ni su menor capacidad para asumir cualquier tarea. Esa es una conquista que el feminismo actual parece desconocer. Las generaciones que las precedieron, han hecho posible que las mujeres actuales tengamos más poder, conciencia de nuestros derechos, educación, acceso a oportunidades más que nunca en la historia. También hay más conciencia en la sociedad de que NO es NO, de que la discriminación y el abuso pueden ser sutiles pero igualmente inaceptables, que la representación paritaria de mujeres donde se toman las decisiones, es justa y es necesaria.

Lo que no me gusta de parte del feminismo actual es una rara combinación de sentimiento de superioridad moral y victimización de las mujeres. Las mujeres no somos mejores ni peores que los hombres, simplemente somos distintas. Y la victimización de las mujeres no nos hace más fuertes, sino más débiles. Tampoco comparto un discurso que pretende imponer una mirada de cómo deben comportarse las mujeres frente al género masculino y  la sociedad. No puedo sentirme interpretada por voces tan agresivas como las que se atribuyen al machismo,  ni con mujeres que creen que mostrando sus pechugas y colgándose una colas de sus trastes están aportando algo positivo. Menos aún me gusta la ausencia de referencia a las mujeres que hacen de su cotidianeidad, del cuidado de sus familias, de sus trabajos, del logro de sus esfuerzos, una vida más digna para todos. Ellas son invisibles.

Me pregunto, qué caminos se abren asumiendo a las mujeres como un colectivo único, indignado con el mundo, que no acepta que los hombres las acompañen en las marchas, que reduce sus demandas a denuncias, que exige derechos al estado y que intenta imponer su visión con una mentalidad totalitaria. Paradojal, porque las visiones únicas, en cualquier ámbito de la vida social corren el riesgo de convertirse en facismos de nuevo cuño.

Por eso, quiero hacer un homenaje a la audacia de Gabriela Mistral, el tesón de las primeras mujeres que se abrieron espacios en culturas absolutamente masculinas como la política, la academia, el teatro, las artes, el mundo laboral, las profesiones de “hombres”, las sindicalistas, las intelectuales. Las mujeres que asumieron la lucha por los derechos humanos en dictadura, las que se atrevieron a romper moldes, a hacer sus vidas siendo criticadas por una sociedad conservadora. Esos testimonios son los que hicieron normal aquello que fue rupturista. Fueron grandes luchas, unas silenciosas e invisibles, otras vociferantes y visibles.

Este 8 de marzo  reivindico a las bisabuelas, abuelas, madres de las nuevas generaciones de mujeres que  legaron las libertades que hoy tienen para dar sus propias luchas, porque el nuevo feminismo, como el de esas mujeres que les pasaron la posta, tiene que tener el horizonte de contribuir a una sociedad más democrática , más equilibrada y más justa, para permitir una convivencia que nos permita reconocernos como pares en la tarea común de mejorar el mundo en que vivimos.