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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

¿Necesitamos uno o 365 días mundiales del agua?

"Queda un largo tramo para llegar a conocer bien nuestras aguas, especialmente las subterráneas, que habitan un territorio prevalentemente montañoso y que, sin embargo, se ha explorado y explotado principalmente cuando baja hasta los valles".

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Linda Daniele es Hidrogeóloga y profesora del Departamento de Geología de la Universidad de Chile. Investigadora del Programa de Riesgos y Desastres (CITRID) de la Universidad de Chile.

Lavarse las manos en estos días es cosa de vida o muerte. Ni mi madre ni mi abuela -que en mi infancia velaban por mis manos limpias- se imaginaban que su consejo hoy es clave para frenar una pandemia. Consumimos y hablamos del agua de forma tan cotidiana, que se ha convertido en una costumbre inconsciente. Se nos olvida que cerca de 3 mil millones de personas en el mundo tienen un escaso o nulo acceso a este recurso, según cifras de la ONU. Ni beber ni lavar es algo tan cotidiano para este segmento vulnerable de la población.

Nos preguntamos muy poco sobre este elemento: de dónde viene, para dónde va, o cuántos años tiene. Porque sí, el agua tiene edad. Es así que, para recordar su importancia, desde el 22 de marzo de 1993 se celebra el Día Mundial del Agua. Un solo gran día dedicado al flujo vital que requerimos diariamente. ¿Será suficiente para nuestro futuro?
Este nuevo siglo ha empezado mostrando a los chilenos lo caprichosa que es el agua. Si bien, su cantidad total en nuestro planeta no cambia, a escalas menores – a nuestra escala humana – estamos asistiendo a transformaciones sostenidas, cuyo ejemplo más impactante es la gran sequía que nos afecta desde hace una década.

Chile es un país especialmente vulnerable a los efectos del cambio climático, a que llueva menos. Y para enturbiar más las cosas, en Chile el agua se maneja con una normativa compleja y bajo una institucionalidad fragmentada, donde existen organismos que se hacen cargo de algunos temas del agua y otras de otros, siendo que el agua se moviliza por un ciclo interconectado, del cielo al subsuelo, y que requiere una gestión integral de las cuencas.

Este manejo desconectado hace que su distribución y acceso se vuelven complejos, especialmente en zonas rurales y para economías de subsistencia. Frente a la sequía y a la merma de los caudales de los ríos hay una carrera para acaparar derechos de agua subterránea, cuyo origen, recorrido y tiempos de residencia necesitan todavía ser bien estudiados. Se ha repartido la jarra antes de saber cómo se llena. Este importante volumen de agua es invisible, pero es parte del ciclo hídrico, depende de él, aunque recorre las rocas y sedimentos de Chile de manera discreta, subterránea, hasta los pozos y sondajes que las alumbran. Desafortunadamente no es infinita, a pesar de la creencia de muchos.

Queda un largo tramo para llegar a conocer bien nuestras aguas, especialmente las subterráneas, que habitan un territorio prevalentemente montañoso y que, sin embargo, se ha explorado y explotado principalmente cuando baja hasta los valles. Poca atención se ha prestado a sus orígenes y recorridos. Para los que están pensando en adquirir más derechos, en realidad esta no es agua nueva. Pero conocerla en detalle significa poder trazar la procedencia exacta, la calidad y el funcionamiento de toda esa agua, además de las tribulaciones de cada gota hasta llegar a nuestras manos.

Somos el cambio climático y, los que necesitamos agua, en nuestras manos está establecer su futuro y nuestra supervivencia.

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