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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Los jinetes del Apocalipsis

Durante el último tiempo han proliferado los populismos, y las dictaduras han recuperado terreno, siendo lo más preocupante que relevantes segmentos de las personas más jóvenes e ilustradas no creen en la democracia como el mejor sistema para administrar la diversidad y cautelar los derechos de las personas.

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Es innegable que el mundo atraviesa un período complejo. Si bien cada generación tiene sus problemas y vaya que algunas han tenido la carga pesada, como los que pasaron por las 2 guerras mundiales y después la Guerra Fría, lo que ocurre actualmente a muchos les hace presentir algo ominoso. Una angustia existencial sorda se ha ido expandiendo globalmente. Después de lo que se denominó como el “fin de la Historia” con la disolución del bloque soviético y la ola democratizadora que sobrevino en buena parte del mundo, incluyendo la adopción del capitalismo en sus distintas variables como el modelo económico por excelencia, vivimos varias décadas, que, para el promedio de las personas, han sido quizás las mejores en la Historia de la Humanidad. Hemos asistido a una enorme reducción de la pobreza y una expansión sin precedente de la clase media, en un período exento de grandes conflictos. Al mismo tiempo, se ha acelerado la integración económica mundial y el desarrollo tecnológico, haciendo realidad lo de la aldea global.

Pero ese optimismo irrefrenable de la última década del siglo pasado fue decayendo posteriormente, por una conjunción de factores. Por el lado económico se han sucedido varias crisis, que han dejado mella por la amplitud y profundidad de sus efectos, como las crisis asiática y subprime. A lo anterior se sumó una creciente asimetría al interior de las sociedades y entre los países, con una concentración de la riqueza en un grupo cada vez menor, a pesar de la elevación general de los niveles de vida.

En materia política la confianza en la democracia como el “menos malos de los sistemas de gobierno” también ha decaído. Han contribuido a esto fenómenos como la corrupción y la captura de las instituciones por grupos de interés, con clases políticas crecientemente desvinculadas del resto de la sociedad y enfrascadas en conflictos y pugnas que tampoco representan el sentir mayoritario. La diversidad y atomización creciente de las sociedades tampoco ha logrado un correlato y acomodo democrático que permita la coexistencia positiva y sinérgica del conjunto. La intolerancia ha aumentado y el sentimiento disociativo también. El fenómeno de la “sociedad plural” descrita por el historiador colonial británico John Furnivall tiene plena vigencia. Acuñó ese término a la descripción de las sociedades coloniales en el Sudeste Asiático, en las cuales coexistían distintos grupos étnicos y clases, únicamente unidos en función del sistema productivo establecido por el colonizador, sin otra interacción entre ellos, como verdaderos compartimentos estancos. Esto lo vemos reflejado en la actualidad desde lo étnico hasta lo nacional y cultural, en la mayoría de los países.

Durante el último tiempo han proliferado los populismos, y las dictaduras han recuperado terreno, siendo lo más preocupante que relevantes segmentos de las personas más jóvenes e ilustradas no creen en la democracia como el mejor sistema para administrar la diversidad y cautelar los derechos de las personas. Al contrario, consideran que este sistema retrasa las transformaciones que consideran de carácter de urgente, y tienden a privilegiar el camino corto en la consecución de sus fines, siendo en muchas oportunidades medios directamente contrarios a la esencia democrática y por tanto atentatorios contra la dignidad y vida de otros. Negociar y transar han sido demonizados, mientras imponerse ha sido glorificado. Desgraciadamente para un creciente porcentaje de la población, la democracia se ha reducido al gobierno de la mayoría, entendiendo que el que gana se queda con todo (y tratará de no ceder el poder).

Si antes existía la percepción, al menos en los países más desarrollados y en vías de desarrollo que las generaciones venideras vivirían mejor que sus antecesores, ya existe evidencia que en muchas sociedades no será el caso. Esto ha generado sentimientos de frustración y temor por el futuro, de los cuales se ha nutrido el populismo. Esto explica también el aislacionismo de varios países, que vislumbran la inmigración como una amenaza a sus sistemas de vida, que se deben preservar rodeándose de muros.

En el plano internacional el “consenso de Washington” ha sido roto incluso por su propio artífice, y asistimos a una pugna por el liderazgo mundial entre una potencia ascendente, China, y la potencia que ha dominado casi en solitario por varias décadas y que se resiste a ceder espacios a quien percibe como su antítesis. Esa tensión se ha ramificado, siendo más manifiesta en la guerra comercial y tecnológica en curso, no descartándose su escalamiento.

A todo lo antes descrito, se suma un fenómeno irrefutable: el cambio climático en curso, resultante de la acción del hombre. Todos estamos viendo como año tras año suben las temperaturas y aumentan los fenómenos climáticos extremos. Los hielos que concentran el 75% de las reservas de agua dulce en el mundo se están derritiendo velozmente, lo que incide en el aumento del nivel de los océanos. Estados islas en el Pacífico están desapareciendo y, de no mediar una drástica reducción en las emisiones de carbono en los próximos 10 años, el fenómeno se acentuará y podríamos llegar a un punto de no retorno, con una transformación del clima que hará inhabitable muchas latitudes y generará multitudinarias migraciones, hambrunas y enfermedades, amén de conflictos por los recursos, y especialmente por el agua.

Finalmente, si todo lo anterior ya es complejo, asistimos a la expansión de una pandemia, el coronavirus, que además de su impacto en la salud, está generando ingentes pérdidas económicas, al restringir severamente la circulación de bienes y personas en el mundo. Esto sin duda traerá otras consecuencias en los meses y años venideros, desde agudizar crisis sociales y políticas, hasta atizar conflictos.

Para los más pesimistas, los jinetes del apocalipsis se han puesto en marcha. Y si cada uno de nosotros en su nivel, no toma las medidas adecuadas ni asume su responsabilidad, podría ser una profecía autocumplida. Vivimos una de esas coyunturas en la Historia en que nada es neutro y que nadie debe restarse de un esfuerzo colectivo para superar las dificultades. Solo unidos podremos hacer retroceder a estos jinetes. Si seguimos divididos, nos irán matando de a uno, hasta el último.

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