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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

1999-2020

"Si en el 99 el centro del problema además de la escasez de liquidez era incentivar el ahorro de agua y luz, ahora es en lo posible no salir de nuestras casas para desacelerar el ritmo de contagio y así no saturar las infraestructuras sanitarias".

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Yasmin Gray es Abogada Universidad del Desarrollo

Tenía quince años y estaba en segundo medio. La crisis asiática ya llevaba un tiempo golpeando fuerte. Habían quebrado y cerrado muchas empresas, y por ende, hubo muchísimos despidos. En mi colegio veía cómo algunas alumnas debían irse y otras, favorecidas por su rendimiento académico, recibían becas para mantenerse ahí. Todo esto mientras Pinochet estaba detenido en Londres desde octubre del año pasado y día a día crecía la expectación frente a la incertidumbre sobre su destino, sostenida tanto por las víctimas de violaciones a los derechos humanos por un lado, y los actores políticos que -en ese entonces- defendían al ex dictador por el otro.

En medio de esa batahola, llegó la oscuridad que golpeó -irónicamente- como un balde de agua fría. Y digo irónicamente, porque la oscuridad se debió precisamente a la falta de agua: la sequía más grande que en décadas había campeado en el país llevó a que el agua para generar energía eléctrica se tornara insuficiente, siendo su consecuencia que el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle debió tomar la drástica decisión de racionar su consumo. Ello implicaba que habría un par de horas en cada día donde se cortaría el suministro eléctrico en los hogares. El ánimo de la opinión pública, que ya estaba caldeado por la difícil situación económica y política, se crispó aún más. Frei Ruiz-Tagle se convirtió, como no, en el chivo expiatorio de la crisis, al que todos insultábamos acusándolo de ser un inepto en una situación cual, en realidad, a cualquier gobernante, independiente de su grado de competencia, sin duda lo habría sobrepasado. No era para menos: dos horas menos de luz significaba muchas veces, según el horario en que nos tocaba el corte, problemas para cocinar, no poder salir libremente en la tarde, dificultades para estudiar o perdernos los dibujos animados o la teleserie que seguíamos, y si bien esto último es un problema mundano, no lo era tanto para quienes tenían la TV como único escape a sus problemas, en una época en que los computadores y el acceso a internet eran un privilegio de pocos.

Desde mi cuarentena personal en estos días por la pandemia de COVID19, traigo a mi mente el recuerdo de la crisis del 99, que es lo más cercano que tengo a la magnitud del panorama actual, obviamente guardando las proporciones. Las mismas cajas de mercadería, ropa y enseres escolares que vi ese año multiplicarse en los colegios y otras instituciones, destinadas a familias con dificultades producto de la contingencia, volverán a aparecer en poco tiempo. Y la ventaja actual de la hiperconectividad nos hará mucho más fácil enterarnos no solo de quienes necesitan ayuda, sino de cómo ayudar, ya sea material, comercial o emocionalmente. Si en el 99 el centro del problema además de la escasez de liquidez era incentivar el ahorro de agua y luz, ahora es en lo posible no salir de nuestras casas para desacelerar el ritmo de contagio y así no saturar las infraestructuras sanitarias. Y afortunadamente, la modernidad y la tecnología esta vez está al alcance y beneficio de muchas más personas que hace veintiún años, sobre todo si de amenizar el forzado tiempo ocioso puertas adentro se trata. Pero ello también lleva a inusitados burnouts: el exceso de noticias falsas y de críticas destructivas a las autoridades -que se encuentran en situación límite similar e incluso peor a la del racionamiento eléctrico- puede minar los ánimos incluso de las personalidades más optimistas.

Si logramos dejar atrás los voluntarismos y la chapuza, y entender que estamos en una circunstancia ante la cual deberíamos, dentro de lo que permitan nuestras características individuales, unirnos por la conservación y también la calidad de nuestras vidas, sin duda saldremos adelante y haremos un país mejor del que era antes de la epidemia, tal como pasó una vez superado ese 1999.

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