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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

¿Está vigente el humanismo?

"Todo indica que el prójimo y el ser humano en general no es el protagonista, y la libertad no es un medio para crear comunidad, sino que un fin en sí mismo que se resta de responsabilidad y sentido social".

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Jaime Abedrapo es Director de la Escuela de Gobierno de la USS

Es un lugar común señalar que el cristianismo ha heredado valores y principios universales, y que, aunque hoy no se identifiquen con Cristo, están en nuestro acervo diario, en las constituciones, en las leyes, en los tratados internacionales y órganos de protección de los derechos humanos.

Otros señalan que la corriente de pensamiento ligada al orden secular y al laicismo también ha contribuido, ya que desde el Renacimiento a la fecha hemos ensanchado y garantizado positivamente los derechos de las personas, y que es precisamente esa una de las razones fundamentales por la cual Occidente exhibe una ciudadanía exigente, la cual conoce mejor sus derechos y demanda mejores estándares a los poderes del Estado. La tesis que está tras ello es que hemos sido preso de nuestro propio éxito económico, social y cultural.

En tiempos de pandemia, de insostenibilidad medioambiental, de una concentración del capital como nunca antes se había registrado en el sistema mundial, una manipulación descarada por parte de quienes controlan las redes sociales (Facebook, Cambridge Analytica, otros), me cuesta comprender que el hombre moderno ha seguido el camino del humanismo. Todo indica que el prójimo y el ser humano en general no es el protagonista, y la libertad no es un medio para crear comunidad, sino que un fin en sí mismo que se resta de responsabilidad y sentido social.

No soy experto en el evangelio de Jesús, pero son tantas los síntomas de descomposición social que están tras los conflictos sociales irascibles del mundo moderno (o post moderno) actual, demasiado el desprecio por la tierra, los océanos, el agua, flora y fauna, que no sé en qué parte del evangelio han leído para argumentar que nuestro sistema internacional se rige con una impronta o legado del humanismo cristiano. No sé si en alguna parábola, o por último en algún apócrifo, existe un llamado a la concentración de los bienes, que hasta donde los entiendo estaban para ser compartidos.

Por cierto, seguramente mis limitaciones intelectuales no me dejan comprender bien por qué no adhiero a “la recta doctrina” predominante. Desde mis tiempos de formación en la universidad se me ha repetido como un mantra que es la competencia la mejor manera de que todos tengamos más prosperidad. ¿Aquello también provendrá desde la herencia del cristianismo?

Hubiese pensado que como consecuencia lógica de la tradición cristiana el acento estaría en atender las necesidades de los demás, en la concepción de justicia, en la comunidad como objetivo final para los bienes y servicios. Pero hasta hoy prima el sentido de que los individuos deben vivir enfrentados unos contra otros, para de ese modo ser eficiente en la generación de riquezas. Ello pudiera ser cierto o lógico, si es que no nos queremos preguntar: ¿eficiente para quién?, para el Todo, para la sociedad o para los ganadores en el juego de la competencia (el más apto).

Desde el humanismo laico, herederos de la ilustración, parece contradictoria la concepción de que la República o espacio común se caracterice como un mercado al servicio de la acumulación. También resulta difícil de pensar que la fraternidad humana se consiga por medio de la depredación de nuestro entorno.

Por último, dónde es que las tradiciones del humanismo cristiano y laico justifican en sus doctrinas el derecho a la acumulación. Por ello, cuando el Papa Francisco señala que debemos replantearnos el humanismo, me parece que es el primer paso para las reformas del sistema de comercio, financiero, crediticio, y todas las estructuras de los regímenes internacionales que fomentan la acumulación de capitales y bienes en pocas manos. Además, requiere de cambios en nuestro propio estilo de vida, un necesario renacer de lo espiritual a objeto de dar un sentido trascedente a la vida. Todo aquello, para ser consistentes con las corrientes humanistas cristianas y laicas, que alguna vez movieron genuinamente a la política y a nuestras relaciones sociales. Cuando pensábamos que la política era el arte que buscaba crear comunidad.

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