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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Las crisis después de la crisis

Durante los próximos años asistiremos sin duda a un fuerte debate sobre estas cuestiones esenciales, incluyendo el rol del estado, y me temo que cobrarán más fuerza los movimientos, partidos e ideas que privilegien los resultados, sin importar los medios.

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Es ya común y frecuente escuchar que la pandemia que vivimos es reflejo de un estado de crisis que persistirá, más allá del coronavirus. En la misma línea, son cada vez menos los que creen que volveremos a la “normalidad” pre-pandemia. En suma, para la mayoría dentro de la cual me incluyo, hemos iniciado una sucesión de eventos que irá pavimentando el camino a cambios profundos en todos los ámbitos de nuestra existencia. Si tomamos una perspectiva histórica de más largo plazo, esto siempre ha sido así. Quizás la diferencia radique en la ilusión del progreso permanente que se asentó en nosotros, producto del sideral desarrollo tecnológico y económico de las últimas décadas, y la velocidad y amplitud de sus consecuencias. Muchos dimos por sentado ciertas condiciones materiales y de libertades básicas, que podían verse afectadas individualmente, pero no sistémicamente.

El efecto principal de la pandemia ha sido romper precisamente esa ilusión y enfrentarnos masivamente a la condición que es connatural a la humanidad y la vida misma: la incertidumbre. Nadie tiene el control sobre lo que acontecerá mañana, por más que lo intentemos. No tener certeza puede ser angustiante en un extremo y circunstancias, pero también positivo en otro, porque nos hace personas más sensibles, solidarias y humildes, conscientes de nuestra fragilidad. Frente a la incertidumbre nos ponemos más alertas, cuestionamos nuestros valores y creencias, y movilizamos nuestra capacidad de adaptación que pudo haber estado dormida. Sale a relucir el instinto de sobrevivencia con todo su ingenio. Y claro está, lo que está por venir requerirá mucha flexibilidad, pero también sentido de anticipación.

El coronavirus tiene nuestras vidas en suspenso, con la pausa forzada a la producción y la interacción social, pero ello no significa que las dinámicas que estaban desarrollándose antes de su irrupción vayan a desaparecer. Algunas permanecerán en baja intensidad, para rebrotar con más bríos cuando las circunstancias lo permitan. Otras cobrarán un nuevo sentido a partir de lo vivido, y, habrá también algunas que emergerán como fenómenos nuevos, o que, de secundarios, pasarán a ser temas principales.

Quisiera extenderme someramente sobre las próximas crisis después del coronavirus.

En primer lugar, desde mi perspectiva, se acentuará el debate sobre los sistemas de gobierno y de organización social, así como sobre el rol y estructura de los estados. Esto incluye evidentemente a la democracia representativa.

Si antes de la pandemia asistíamos a una fuerte erosión y debilitamiento general de las democracias representativas, con una combinación de polarización política, auge de fuerzas anti sistema, atomización de la sociedad civil y abulia electoral, el trance que estamos pasando profundizará esta dinámica. Ya lo estamos viendo en la evaluación que están haciendo las personas sobre la forma en que sus gobiernos han reaccionado frente a la pandemia, lo que incluye la experiencia comparada. Por un lado están China y otros países asiáticos, que mediante una combinación de fuerte control social, tecnología y drásticas medidas, figuran como más eficientes en la contención del virus y con un mejor manejo económico que países como Italia, España, Reino Unido y EEUU. Para aquellos que privilegian el fin por sobre los medios, el modelo chino o de países más autoritarios, estaría reflejando su superioridad. Si de salvar vidas humanas se trata, qué importa reducir o, derechamente, suprimir las libertades individuales. Esto se ha visto reforzado en casi todas las sociedades democráticas, en las cuales la población ha apoyado abrumadoramente la suspensión o conculcación de derechos y libertades para luchar contra la pandemia. A todos nos parecen razonables estas atribuciones extraordinarias que han asumido los gobiernos, para hacer frente al coronavirus, porque están en juego vidas humanas. ¿Pero qué pasará más adelante? Es perfectamente posible replicar la misma lógica ante la gran recesión económica que se está desencadenando mundialmente. “Más vale tener pan en la mesa, que libertades con hambre” dirán. Y ese fue el fundamento de la legitimidad de los regímenes comunistas post II Guerra Mundial y una fuerza movilizadora muy fuerte en algunos partidos políticos actuales, que consideran que para que haya una real libertad, deben darse ciertas condiciones materiales mínimas y un nivel de igualdad básico, lo que justifica limitar o conculcar libertades personales (el problema, como lo demuestra la Historia, es que suprimida la libertad en nombre de la igualdad o de un estándar mínimo para todos, los regímenes que conculcan esa libertad nunca consideran que se dan las condiciones para restablecerla, no asegurando tampoco los resultados que prometían).

Durante los próximos años asistiremos sin duda a un fuerte debate sobre estas cuestiones esenciales, incluyendo el rol del estado, y me temo que cobrarán más fuerza los movimientos, partidos e ideas que privilegien los resultados, sin importar los medios, lo que tensionará aún más los sistemas democráticos representativos. La sobrevivencia de los mismos dependerá, en gran medida, que respondan mejor a los problemas reales de las personas, pero también de una convicción mayoritaria de que es el sistema que mejor puede conciliar y hacer coexistir los intereses de sociedades cada vez más fragmentadas y diversas.

Otro problema que se agudizará durante los próximos años y que tiene incidencia en nuestras libertades, es la realidad del big data y su manipulación por empresas y gobiernos. Episodios como el de Cambridge Analytica, serán recurrentes. La aceleración de lo digital aumentará nuestra exposición a la manipulación o derechamente al control social y político. Es por eso muy relevante que se tomen los resguardos para evitarlo o al menos disminuir el riesgo. Por supuesto que ello pasa por una coordinación multilateral, la que está cada vez menos asegurada.

Si antes de la pandemia estábamos asistiendo a una desarticulación de la estructura multilateral post II Guerra Mundial, el fenómeno parece profundizar esa tendencia. La respuesta sanitaria y económica está centrada en los estados. La decisión de EEUU de dejar de contribuir a la OMS simboliza perfectamente el estado de las cosas. El problema evidente, es que no dejaremos de tener problemas globales, pero ahora sin una estructura mundial efectiva para coordinar las respuestas. Eso llevará probablemente a un doble efecto: por un lado, al desarrollo de una mayor autarquía de los países (al menos en temas considerados sensibles o esenciales como la seguridad alimentaria, y mantener la producción local de ciertos bienes y servicios que antes no se justificaban desde la perspectiva económica), y, por otra parte, al fortalecimiento de la cooperación regional, a falta de instancias más amplias. El mundo será probablemente un puzzle de piezas más pequeñas.

El cierre de las fronteras para evitar la propagación del virus también se suma a la tendencia previa del aislacionismo de varios países, que no quieren recibir migrantes y que ven en la migración una amenaza a sus sistemas de vida. Las barreras que se han erigido en la coyuntura, no se desarmarán del todo, y sin duda que veremos mayores dificultades para desplazarnos en el futuro. Reaparecerán exigencias como visas previas, y se acentuarán los controles fronterizos. Pero esto chocará con la realidad, que indica que los flujos migratorios no harán sino acentuarse, tanto por razones económicas como por consecuencias del cambio climático. La catástrofe económica en desarrollo dejará desgraciadamente a millones de personas sin fuentes de ingreso, especialmente en los países más pobres, generando naturalmente una presión por acceder a mejores oportunidades en los países más desarrollados. En esa línea, el desplazamiento de más de 1 millón de africanos y de personas del Medio Oriente (básicamente de Siria) a Europa hace unos pocos años, sería una fracción de lo que puede ocurrir próximamente.

En un mundo más atomizado y mientras no se estructure un nuevo orden capaz de encauzar y regular los problemas multilaterales, aumentarán los conflictos de todo tipo. Los estados fallidos se incrementarán, alentando enfrentamientos internos ya existentes o desatando nuevas confrontaciones.

El coronavirus pasará, pero la incertidumbre permanecerá. Para bien o para mal, el sentido de crisis nos acompañará por un buen rato. La resiliencia desarrollada en estas semanas y el reordenamiento de nuestras prioridades partiendo por la centralidad de la vida, pueden hacer la diferencia en lo que se viene y llevarnos a un mejor puerto. Pero nadie nos salvará de cruzar un mar tempestuoso.

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