Tierra: celebrando un movimiento social en cuarentena
"Este año en particular, el día de la Tierra se celebra bajo el contexto de una cuarentena global, tiempo de refugiarse en casa para protegernos y reflexionar sobre la vulnerabilidad de los seres humanos frente al funcionamiento del planeta".
José Araos es Académico Departamento de Geografía Universidad Alberto Hurtado.
Sin duda, la celebración de los 50 años del Día de la Tierra se ha dado en un contexto particularmente inusual: en una Tierra sometida a cuarentena debido al COVID-19 organismo manométrico que ha trastocado un movimiento social de escala planetaria.
El origen del Día de la Tierra se remonta a inicios de 1960 cuando el tema ambiental se volvió una problemática de alta complejidad en Estados Unidos. La preocupación por el cuidado del planeta era difundida por activistas ecológicos, grupos marginados a los que no les daba mayor importancia en la toma de decisiones respecto del uso del territorio, en el que la variable ambiental se veía desplazada por las ganancias económicas de corto plazo.
Hacia el año 1962 la preocupación por el deterioro ambiental fue tomada como bandera de lucha por el senador Gaylord Nelson, incorporándola a la agenda gubernamental norteamericana, sumando tanto a escépticos como a fieles seguidores a sus iniciativas. En una década marcada por movilizaciones pacifistas y desarrollo de discusiones fundamentales
acerca de las amenazas que enfrentaba el planeta, se sumaron varios actores a la preocupación ambiental. Particularmente, hacia fines de 1960 el científico Morton Hilbert masificó la difusión sobre el deterioro ambiental del planeta, apoyado por el Servicio de Salud Pública de EEUU.
De esta forma el 22 de abril de 1970, el movimiento social ambiental se tomo la calle, cuando millones de estadounidenses dejaron en claro su preocupación por el deterioro de las condiciones ambientales de planeta. Durante los años siguientes el día de la Tierra siguió transformándose en un icono de referencia ambiental, plasmado en la cumbre de la Tierra de 1972 en Estocolmo. Posteriormente la preocupación social ambiental se globalizó en 1990 cuando doscientos millones de personas en 141 países se manifestaron en pos de difundir y buscar solución a los problemas ambientales del hogar global. Gracias a este esfuerzo mancomunado se celebraron las Cumbres de la Tierra en Río, 1992; Johannesburgo, 2002 y nuevamente Río de Janeiro en 2012.
Hoy en día, se discute que el Día de la Tierra ya no es capaz de generar el mismo interés sobre la sociedad, situación que resulta difícil de comprender cuando el masivo flujo de información referente a las problemáticas ambientales, da cuenta de que los seres humanos han impactado cerca de un 83% de la superficie habitable de la Tierra, destruyendo hábitats y reduciendo cerca de un 40% la población animal desde 1970, consecuencia del uso intensivo del territorio y el cambio climático de origen Antropoceno. De esta forma no se puede desconocer el rol de la celebración del Día de la Tierra como un punto de inflexión, un tiempo para reflexionar sobre el impacto de los seres humanos sobre el Planeta Tierra.
Este año en particular, el día de la Tierra se celebra bajo el contexto de una cuarentena global, tiempo de refugiarse en casa para protegernos y reflexionar sobre la vulnerabilidad de los seres humanos frente al funcionamiento del planeta. El movimiento social ambiental no podrá congregarse en los espacios públicos, la reflexión se hará en casa, donde las familias y amigos se “maravillan” del efecto inmediato, pero lamentablemente no a largo plazo, de la disminución del impacto de la sociedad en el sistema Tierra.
En Santiago de Chile, la posibilidad de ver – por ejemplo – la Cordillera de Los Andes en “alta definición”, debido a la disminución de contaminantes atmosféricos, representa una señal muy potente de esta situación y pone en evidencia la necesidad de vigorizar la preocupación social frente a los signos vitales del planeta. Esta pausa, forzada por los desastrosos efectos del COVID-19, nos sitúa en un escenario que nos obliga a asumir compromisos y conciencia ambiental, conducentes a educar de forma inclusiva y equitativa sobre el impacto de los seres humanos en el planeta, de forma tal de fortalecer el movimiento social ambiental para transitar hacia un desarrollo sostenible y en armonía con la naturaleza, digno de celebrarse de forma masiva durante los años venideros.