Histeria
Alberto, que recibió un país en llamas económica y políticamente hablando, tuvo la oportunidad de lucirse definiendo estratégicamente la defensa de la salud por sobre la economía. Ahora tiene una pequeña luna de miel que cuándo se acabe el temporal se puede transformar en una película de terror.
Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección
Hace unos días atrás ocurrió un hecho que, para algunos podría haber pasado desapercibido, y para otros ser el desencadenante de un conflicto a gran escala. Pasa en la política, pasa con los políticos, pasa con los medios.
Hace unos días atrás, el presidente de La Argentina Alberto Fernández, desde ahora en adelante “Alberto”, participó en una reunión con el Grupo de Puebla, algo que podríamos considerar natural considerando su marco ideológico. El Grupo de Puebla agradeció a Alberto su predisposición para intentar la unión de los diferentes sectores “progresistas” de la región, con el objetivo de volver a ser una alternativa cierta de poder.
En tal sentido tuvo una especial conversación con representantes de la izquierda chilena que participan del Grupo, y según algunas fuentes de información, les alentó a aliarse y buscar puntos de encuentro para retornar a un futuro gobierno.
Tal actitud fue recibida con desagrado por el gobierno de Sebastián Piñera, e incluso manifestó su “malestar” a través de cancillería, sobre la intervención de Alberto en la interna política de Chile.
El pasado 27 de Abril, un llamado telefónico de Alberto Fernández a Sebastián Piñera disolvió el problema en una conversación de 45 minutos, en la que coincidieron que los verdaderos problemas son la pandemia y su efecto en el futuro, para lo que debe mantener unidos a los dos países y trabajar en acuerdos relevantes.
“Mantengamos nuestra buena relación, que es fundamental. Un saludo para todos los argentinos”, se despidió Piñera. “Espero verte pronto y estrechar en un abrazo a todos los chilenos”, retribuyó Alberto.
Estos fueron los hechos.
Todo lo demás está de acuerdo a los 3 actores principales de esta situación: la política, el rol de los políticos y el rol de los medios.
La política es intención, es voluntad, es otorgar favores, es pasional, es un conjunto de valores puestos a disposición de intereses. Y también la política tiene que ver con traiciones, dobles discursos, egos, odios y competencia.
Hay nobleza, y hay histeria. Un vaivén.
Y para llevar adelante esa política hay animales políticos que buscan alcanzar, mantener, expandir su cuota de poder. A veces con coherencia, a veces guiados por intereses que los termina definiendo como sinuosos.
Alberto es un admirador de Raúl Alfonsín, y un discípulo político de Néstor Kirchner. Participó en gobiernos de diferentes colores, pero no se le puede discutir su inclinación hacia la socialdemocracia.
Tal vez no debiera haber ningún reparo en que participe del Grupo de Puebla o hasta ser reúna con MEO (Ominami) para conversar acerca de cómo el progresismo puede ser gobierno en Chile. Pero tal vez con su investidura, esa manifestación no debiera ser pública.
Tal vez Alberto no tuvo tacto ahí. Distinto cuándo se jugaba la carrera presidencial en La Argentina en 2019 (En la que Sebastián Piñera abiertamente apoyó a Mauricio Macri), cuándo Alberto aprovechó el estallido de octubre para sostener que el modelo neoliberal no funciona más y que las sociedades deben ser equilibradamente progresistas.
Ese fue un factor crítico para su discurso ganador, más allá que era muy lógico y esperable su triunfo después del infortunio político de Macri.
Alberto también tuvo su enfrentamiento con Bolsonaro (Motivo determinante para el alejamiento argentino en el Mercosur), pero no olvidemos la incidencia de Bolsonaro en la elección argentina, a lo que Alberto respondió con su apoyo explícito al “Lula livre” que tanto desveló al ahora discutido presidente brasileño.
Alberto reconoce su amistad con José “Pepe” Mujica, y también con la familia del ahora presidente uruguayo Luis Lacalle Pou. Alberto es amigo de su padre, pero eso no fue obstáculo para que en la elección en Uruguay apoyara al Frente Amplio.
Los animales políticos son así, van y vienen, aunque rescatemos en Alberto su coherencia ideológica, que lo hace vivir como un equilibrista en su gobierno, tratando de conducir entre el extremo K liderado por su vicepresidenta (Cristina Fernandez de Kirschner), el peronismo tradicional y la renovación.
Algo parecido le pasa a Piñera en su propia interna.
Pero el otro elemento, además de la política y los políticos, es el rol de los medios y su capacidad para aumentar, sobrevalorar u omitir.
Entiendo que esta “situación confusa” es en gran parte una noticia sobrevalorada por los medios. Más allá de errores infantiles y de la histeria que rodea a la grieta ideológica, los medios han hecho su parte, tomando parte aquí en Chile.
Pero creo que debemos sacar como conclusión, que es necesario centrarnos en lo relevante: La crisis del COVID-19 ha sido una verdadera oportunidad para Piñera y para Alberto.
Piñera pudo desactivar, al menos por unos meses, el profundo desencanto social, que inexorablemente se va a activar en unos meses más, agravado por las consecuencias económico, sociales y sanitarias, que impactarán en lo político.
Alberto, que recibió un país en llamas económica y políticamente hablando, tuvo la oportunidad de lucirse definiendo estratégicamente la defensa de la salud por sobre la economía. Ahora tiene una pequeña luna de miel que cuándo se acabe el temporal se puede transformar en una película de terror.
En ambos casos, es inteligente el llamado telefónico y la conversación de ambos presidentes. Hagamos foco en lo importante. Ya hay 11 millones de nuevos pobres en la región. Y esto va a crecer.
Dejemos de lado la histeria, si queremos hacer historia.