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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Subjetividad y visión de mundo en tiempos de crisis: una reflexión desde la psicoterapia humanista

La crisis actual abre la posibilidad de hacernos preguntas que han sido centrales en los enfoques psicoterapéuticos humanistas y existenciales. ¿Vivo en el seno de mi propia consciencia de un modo auténtico?, ¿he aprendido a aceptar la incertidumbre como condición propia de lo humano?

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Alejandro Boric es Director Postítulo en Psicoterapia Humanista Transpersonal UDP

Educados en nuestra visión de mundo, damos por sentado que nuestra realidad es el mundo material objetivo, un cosmos inerte, de fenómenos materiales con existencia independiente de nosotros en el cual habitamos y al que debemos controlar para así construir tecnología y producir.

La economía nos ha impregnando de un relato de progreso sobre la base de consumir, acumular, satisfacer necesidades y conseguir logros sociales.

El éxito personal es la zanahoria detrás de la cual corremos desde que de niños nos dicen que debemos ser alguien importante. Y en el tratar de “ser alguien importante” pareciera que nos olvidamos de ser y del ser.

Pues bien, en este mundo objetivo y en este contexto cultural aparece una entidad -paradójicamente invisible- que amenaza no sólo nuestros cuerpos, sino los cimientos de nuestra seguridad. Y nuestra reacción es buscar certezas en el ámbito médico y económico.

Recurrimos a estadísticas y modelos matemáticos predictivos para tratar de construir certezas y huir de la angustia. Y esto, por supuesto, tiene su lugar. No obstante, esta crisis representa a la vez una oportunidad para indagar en temas de sentido y visión de mundo.

Desde nuestro sentido común y el pensamiento científico actual nos parece extraño, por ejemplo, que para filósofos y poetas románticos lo verdadero no es primariamente lo tangible y observable, sino lo bello y lo sentido: el espíritu que habita en mí -o en el que yo habito- es lo primario, siendo la materia el escenario donde se desenvuelve lo anímico.

Desde otra perspectiva, para los fenomenólogos existencialistas, el mundo humano es ante todo nuestra experiencia subjetiva y el mundo externo tiene existencia sólo en tanto lo dotamos de intencionalidad y sentido con nuestra conciencia.

Es así como la crisis actual abre la posibilidad de hacernos preguntas que han sido centrales en los enfoques psicoterapéuticos humanistas y existenciales. ¿Vivo en el seno de mi propia consciencia de un modo auténtico, o más bien adormecido en el desempeño de roles, personajes y externalidades?, ¿he aprendido a aceptar la incertidumbre como condición propia de lo humano?, ¿puedo vivir con cierta paz la realidad de la impermanencia y la finitud?

Pareciera que temas como estos son secundarios ante la gravedad de la emergencia sanitaria, pero si indagamos en nuestra interioridad –y en la de las personas que atendemos en terapia- vemos que son inquietudes vivas y apremiantes, aunque se enmascaren en los relatos de la externalidad cotidiana, reforzados por los medios de información y los agentes políticos y económicos.

Desde una mirada transpersonal, también es un tiempo para ver qué nos puede ofrecer la meditación y las tradiciones meditativas, como propuestas existenciales.

Por supuesto, la práctica de la meditación tiene un primer efecto de autocuidado y en el manejo de emociones perturbadoras. A través de la práctica de la meditación nos entrenamos en traer la atención al momento presente, haciéndonos conscientes de la tendencia de la mente a fantasear con escenarios problemáticos en el futuro.

Así, podemos tomar una adecuada distancia de los procesos mentales automáticos -y sus efectos en las emociones- y permanecer con la experiencia del presente aminorando la interferencia de juicios, anticipaciones y narrativas intrusivas, que son las que en
definitiva producen sufrimiento.

No obstante, las enseñanzas meditativas no son sólo una forma de calmar la mente, como se la tiende a ver en algunos de los enfoques de mindfulness aplicados a la psicoterapia.

La consciencia acá no es vista como la mente racional, sino como una presencia silenciosa, inteligente, quieta, un vacío espacioso en el que transcurren las experiencias fenoménicas: percepciones, ideas y sentimientos.

La meditación entendida así es una indagación en la conciencia y en la naturaleza de nuestra identidad. La experiencia de cientos de meditantes a lo largo de siglos -sistematizada en diversas tradiciones y ahora traída al ámbito de la psicoterapia- plantea que lo que
se revela en los niveles más profundos de la meditación es una presencia silenciosa, que a su vez es nuestra verdadera y oculta identidad detrás de la apariencia fenoménica del cuerpo y de las construcciones mentales que he hecho sobre mi
mismo: mi ego.

La crisis actual –con la ruptura de nuestras certezas y cotidaneidad- puede ser un impulso y una oportunidad para plantearnos seriamente estos temas y abrirnos a una búsqueda más genuina de mi propia experiencia y sentido de identidad.

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