COVID-19: calidad de vida laboral y teletrabajo forzado
Las plataformas tecnológicas están posibilitando poner en práctica unas formas de trabajo que si bien se suponía iban a extenderse crecientemente y en forma sostenida, lo han hecho de pronto en forma explosiva como resultado de la crisis sanitaria.
Juan Pablo Toro es Director del Diplomado en Calidad de Vida Laboral y Riesgos Psicosociales UDP
La pregunta está siendo reiterativa: ¿qué tanto nos cambiará la vida una vez que la pandemia, que nos ataca ahora en forma tenaz, ceda progresivamente y permita ir retornando paso a paso a una cierta normalidad?, ¿qué tan parecida será esa normalidad al estado de cosas al que estábamos acostumbrados antes de la emergencia sanitaria?
Este tipo de preguntas es, desde luego muy pertinente, ellas revelan la incertidumbre y las inseguridades que resultan de una situación crítica que amenaza la vida y trastoca la cotidianidad y las formas de relacionamiento social.
Desde luego, el ámbito del trabajo ocupa un lugar preferente entre las inquietudes a las que se enfrentan miles de personas. Primero, emergen los temores y las dudas de muchos trabajadores y trabajadoras con respecto a la estabilidad de su empleo en el marco del agudo deterioro de la actividad económica.
La incertidumbre es relevante tanto para quienes trabajan formalmente, en cuyo caso se trata de si se mantendrá el vínculo laboral, en qué medida y cómo se va a ver afectado en caso de mantenerse y, en el caso de quienes trabajan informalmente o son independientes, en qué medida sus actividades laborales regulares pasan a ser inviables o fuertemente dificultadas con las medidas de confinamiento que limitan el contacto social y la calidad de las interacciones.
En este contexto, el trabajo a distancia se ha vuelto una alternativa que ha permitido mantener ciertas rutinas de trabajo en tareas no operativas, de manera específica y casi exclusiva en el ámbito de los servicios.
Aún cuando esté limitado sólo a determinados sectores del mundo del trabajo, mucha actividad laboral se despliega ahora a través de diversas modalidades virtuales que suponen la disponibilidad de acceso a internet y de dispositivos de contacto lo que, por cierto, está limitado a quienes pueden contar con esos recursos. Por otra parte, para llevar a cabo esta modalidad de trabajo hay que sumar la disponibilidad de espacios físicos en el domicilio que sean adecuados al ejercicio de los deberes laborales.
De esta manera, la alternativa de trabajo a distancia, “teletrabajo” o “home office” masiva e improvisada, tal como la estamos viviendo como consecuencia de la pandemia, dista mucho de las propuestas de trabajo a distancia que se prometían desde hace un par de décadas como uno de los resultados virtuosos de los avances tecnológicos.
El teletrabajo que se imaginaba idealmente supone el diseño y el pilotaje de un sistema de trabajo en esta modalidad, la selección de trabajadores y trabajadoras dispuestos voluntariamente a incorporarse a él, la provisión por parte del empleador de los medios, la capacitación y otros recursos necesarios para su puesta en marcha.
Un caso ejemplar y cercano de ese teletrabajo planificado y de las implicancias que tiene su puesta en práctica en forma reflexiva se puede encontrar en el caso del INAPI -Instituto Nacional de Propiedad Industrial.
Cuando se compara esa experiencia con la del teletrabajo “forzado” producto de esta crisis, se hacen evidentes las diferencias: originalmente, y en el ejemplo citado, el teletrabajo fue concebido como una forma de mejorar la gestión y, como externalidad positiva, mejorar el equilibrio trabajo-resto de la vida; hoy se instaura como la forma de hacer el trabajo, sin alternativa a la mano.
Cabe preguntarse entonces, si en las condiciones improvisadas y forzadas por el confinamiento, este teletrabajo puede aún aportar a la calidad de vida laboral. Algunos aspectos ideales o deseados del trabajo a distancia se mantienen, tal vez el aspecto positivo más evidente es que el trabajador o trabajadora no tiene que desplazarse, con lo cual se anula una de las fuentes de tensión más relevantes del trabajo asalariado en las grandes ciudades, los largos trayectos sujetos a múltiples imponderables que quien trabaja no puede controlar.
También resultan positivos los espacios de autonomía y mayor flexibilidad que se abren a los y las trabajadoras a distancia para realizar aquellas tareas que no exigen sincronía con otros. En esos casos, quien teletrabaja dispone de cierto rango de libertad para acomodar los horarios y formas de organización de su trabajo que le resulten los más viables y compatibles con las exigencias y el entorno domésticos. En suma, el teletrabajo forzado ha puesto a prueba y dado la posibilidad de desplegar capacidades de adaptación rápida y de aprendizaje en un entorno desafiante.
Junto a estos aspectos positivos que se rescatan del teletrabajo en esta condición forzada, se pueden identificar otros que constituyen problemas.
Por una parte, la obligatoriedad del teletrabajo ha implicado una mayor demanda cognitiva, sobre todo para quienes hasta ahora no habían tenido mayor interacción con la cultura digital en su trabajo.
Bajo estas nuevas condiciones, cumplir con los objetivos laborales satisfaciendo criterios de eficiencia y productividad exige dominar los dispositivos y plataformas tecnológicas que los hacen posibles.
Para muchos teletrabajadores improvisados eso significa la alta carga mental de tener que lograr nuevos aprendizajes y familiarizarse con estos recursos bajo presión de tiempo.
Otra dificultad que debe afrontar el o la teletrabajador/a bajo estas circunstancias es la de improvisar, de la mejor manera que le resulte posible, un entorno de trabajo que le brinde posibilidades de atender a las demandas laborales en un contexto doméstico que no ha estado diseñado para ello.
Si ya el teletrabajo es una posibilidad que se plantea a muy pocos trabajadores, entre quienes pueden acceder a esta modalidad no todos pueden disponer del entorno apropiado para desarrollar las tareas en sus hogares. De aquí surgen no sólo demandas de recursos y organizativas para quienes deben proveerse de espacio-tiempo para el trabajo, sino también otras del orden socioemocional.
El /la trabajador/a va a tener que poner a prueba su capacidad de regulación emocional para articular el entrecruce de exigencias de la casa y del trabajo en situaciones no planificadas ni diseñadas para el teletrabajo, carga que, como sabemos, recae especialmente en las madres trabajadoras.
Otro aspecto crítico del teletrabajo exigido en las circunstancias de pandemia y que afecta la calidad de la experiencia del trabajo refiere al debilitamiento o la pérdida de la sociabilidad laboral. Es sabido que una parte importante de la satisfacción en y con el trabajo deriva de la posibilidad que brinda para establecer y mantener vínculos sociales que permiten el intercambio cotidiano con los y las compañeros/as.
En el encuentro diario se crean espacios para compartir comentarios y novedades personales que, a veces sin ser pertinentes al trabajo mismo, configuran un tejido afectivo de apoyo social y emocional que hace más llevaderas las exigencias laborales y permiten enfrentar de mejor manera los sinsabores y tensiones del trabajo.
El teletrabajo en condiciones de confinamiento coarta esta faceta del trabajo presencial y deja aisladas a las personas que trabajan a distancia, sin posibilidad de compartir plenamente esa sociabilidad que difícilmente puede ser remplazada por el chat y las redes sociales.
Con todo, la experiencia de teletrabajo forzado está constituyendo un experimento de alcances socio-técnicos y psicosociales de envergadura. Las plataformas tecnológicas están posibilitando poner en práctica unas formas de trabajo que si bien se suponía iban a extenderse crecientemente y en forma sostenida, lo han hecho de pronto en forma explosiva como resultado de la crisis sanitaria.
¿Cómo se va a afectar la calidad de vida laboral como producto de esta situación, cuáles serán sus implicancias psicosociales?, ¿terminarán ampliándose, según la promesa, los mayores espacios de autonomía que permitan conciliar la vida laboral con otras esferas de vida?, o, como contracara, ¿se consolidarán nuevas y más exigentes formas digitalizadas de medir el desempeño, con la eventualidad de generar panópticos digitalizados que restrinjan esa potencial autonomía?
Como sea, esta experiencia de teletrabajo forzado ofrece una oportunidad de poner en juego la calidad de las relaciones laborales, un elemento clave de la calidad de vida laboral.
Desafía a transformar las culturas organizacionales hacia estilos de dirección menos autoritarios, que generen confianza recíproca entre los actores, que demuestren un interés genuino de jefes y superiores por las y los trabajadores y que promuevan espacios de empoderamiento.