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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

El factor humano

"Trump seguirá tratando de acudir al miedo, como lo hizo más sutilmente Nixon tras los eventos de la muerte de Martin Luther King Jr."

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Si hay algo que rescatar de la pandemia del COVID19, es la revalorización del ser humano como fundamento de la sociedad, o al menos eso pareciera. Si revisamos el discurso oficial y las medidas adoptadas en las diferentes latitudes, vemos como la protección de la vida se ha antepuesto a una serie de otras consideraciones, y particularmente la económica. Esto es esperanzador frente a los grandes desafíos que se nos presentan como humanidad, partiendo por la profunda crisis económica en desarrollo y la real posibilidad de un cambio climático irreversible ad portas, cuyo punto de no retorno (y de no cambiar dramáticamente nuestro sistema productivo y hábitos de consumo) se estima es el año 2035.

Pero más importante que las declaraciones oficiales y medidas gubernamentales, que pueden ser oportunistas, es el cambio personal de los miles de millones que poblamos este planeta. Ser más sensibles a la realidad, aspiraciones y necesidades de los otros es la única base sobre la cual se podrá construir un mundo mejor, en cualquiera de sus ámbitos.

La pandemia ha dejado en evidencia muchas cosas, partiendo que todos somos más frágiles de lo que pensábamos, pero que unos lo son mucho más. Que nuestras sociedades son desiguales, pero que hay diferencias que son insostenibles. Y que hay mucho por cambiar.

Esa sensibilidad compartida ha tenido distintas expresiones. Desde el anonimato de millones de personas que han prestado auxilio a los que lo han requerido, hasta movimientos de indignación frente a abusos patentes cometidos contra ciertas personas o grupos.

En esa línea, es imposible no referirse en estos días a la muerte, por uso de fuerza policial excesiva, de George Floyd, ciudadano estadounidense de raza negra. Su impacto ha trascendido las fronteras de EEUU, dejando en evidencia esa sensibilidad compartida, que rechaza la perpetuación o normalización de ciertos hechos considerados injustos. En este caso, una violencia policial reiterativa contra un grupo minoritario.

La muerte de Floyd generó espontáneas manifestaciones pacíficas en todo Estados Unidos (y en otras latitudes) y menos espontáneos hechos de violencia, que rememoraron, por su magnitud, los desórdenes ocurridos con motivo del asesinato de Martin Luther King Jr en 1968.

Pero igual o más importante que la masiva reacción ciudadana ante el hecho, es observar su comportamiento posterior y el de las autoridades y de la clase política, porque más allá de la emocionalidad del momento, están las definiciones en juego y su devenir.

En primer lugar, hay que destacar la transversalidad de la movilización ciudadana. A lo largo de todo Estados Unidos, gente de todas las edades, grupos sociales y étnicos salieron a expresar su descontento ante la injusticia. No fue solo un asunto de manifestantes negros.

Luego estuvo el tipo de reacción. La mayoría de las protestas ha sido pacífica, aunque hubo lugares donde la violencia ha ocasionado grandes destrozos, con saqueos, golpizas y hasta muertos.
Los episodios violentos han sido protagonizados principalmente por bandas de jóvenes, que en muchos casos han respondido a un patrón ya conocido nihilista y antisistema, mezclado con saqueo puro y duro, con el propósito de atizar el conflicto y generar caos.

Pero ante el surgimiento de la violencia, la reacción casi unánime de los líderes sociales de base y de la oposición política al gobierno de Trump fue condenarla y calmar los ánimos. En las palabras y en los hechos ha habido consistencia, y eso ha surtido efecto, conteniendo los focos violentos y dejando en evidencia que quienes han querido instrumentalizarla, no tienen nada que ver con la reivindicación de una sociedad más justa. Dentro de los múltiples ejemplos está el emotivo discurso de la alcaldesa de Atlanta, quien recordó a Martin Luther King y llamó a respetar su legado. El propio candidato demócrata a la presidencia Joe Biden, también lamentó inmediatamente la muerte de Floyd, y, al mismo tiempo que llamaba a ejercer el derecho de protesta en forma pacífica, dijo que su muerte reflejaba una profunda herida abierta del país. De ser electo, se comprometió a impulsar reformas en las policías del país, para desterrar estas conductas abusivas y discriminatorias.

Sin duda que estas actitudes responsables y maduras han evitado una marea de fuego y destrucción en una sociedad muy polarizada, que tiene muchos elementos para un enfrentamiento interno. ¡Qué diferencia con lo que vivimos en Chile a partir del 18 de octubre del año pasado y el aval tácito o explícito de la violencia por parte de un segmento significativo de la oposición política!

En la vereda opuesta, el presidente Trump ha jugado a polarizar la situación, centrándose en la violencia y el miedo de la “mayoría silenciosa” de ser víctima de ella. En vez de apaciguar los ánimos como jefe de Estado, ha asumido la posición de un contendiente en una guerra (de nuevo las comparaciones con lo local son inevitables).

Desde su campaña anterior, Trump ha apostado por la polarización para obtener rédito político. Le resultó frente a Hillary Rodham Clinton, pero ahora la muerte de George Floyd y la reacción de la sociedad estadounidense podría marcar un cambio de marea. En el escenario anterior a esta muerte, Trump rondaba el 43% de las preferencias, muy cerca del 46% que para los republicanos es la cifra mágica para llevarse la mayoría del colegio electoral en el sistema de elección de ese país. Así ocurrió en 2016 donde Trump prevaleció pese a haber sacado casi un millón de votos menos que Clinton. Ahora su actitud ha generado críticas incluso en quienes fueron miembros de su gobierno y ha galvanizado a muchos ciudadanos que no votaron en la última elección o que generalmente se abstienen. Entre estos están los jóvenes y los ciudadanos negros. Si su movilización se mantiene, y la cercanía de las elecciones alienta las esperanzas de los demócratas, lo ocurrido en estos días podría sellar la derrota de Trump.

Trump seguirá tratando de acudir al miedo, como lo hizo más sutilmente Nixon tras los eventos de la muerte de Martin Luther King Jr., pero su carácter vociferantemente confrontacional y lo que representa (no olvidemos que su electorado es predominantemente blanco, rural y de más edad) no parecen abrir la puerta a los cambios que requiere una sociedad mucho más diversa y que clama por un trato más equitativo de sus distintos grupos.

Finalmente, aunque en mayo hubo un inesperado repunte del empleo, la magnitud de la recesión en curso no se habrá diluido de aquí a noviembre y eso también repercutirá electoralmente.

Hay momentos en la historia de los países, en que las personas, voluntaria o involuntariamente, directa o indirectamente generan movimientos potentes que cambian a sus sociedades. Es el factor humano, nunca suficientemente ponderado.

Está por verse si lo que ocurrió en la ciudad de Minneapolis el 25 de mayo del 2020 genera un movimiento social y político tras la búsqueda de cambios profundos, y que retome lo que otro hombre soñó hace más de 50 años. Martin Luther King Jr expresaba en su discurso de 1963 frente al memorial de Lincoln en Washington DC: “…cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: ‘¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!’”.

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