La pandemia oculta
Sin duda no es sencillo gestionar una crisis sanitaria como esta, pero queda la sensación que se pudieron haber operado muchos pacientes con sistemas de flujos libres de COVID.
Alvaro Martínez Herold es Jefe Servicio Traumatología Complejo Hospitalario San José
Qué duda cabe que la Pandemia del COVID-19 es la peor crisis sanitaria que nuestra historia reciente recuerde, con miles de infectados y hasta ahora cientos de fallecidos por causas relacionadas directamente por el coronavirus. Sin embargo existe un número mayor de enfermos, desconocidos hasta ahora que, o han fallecido, van a fallecer o que quedarán con una secuela grave a consecuencia de no haber sido tratados debido a la Pandemia. Me refiero a todos aquellos pacientes a la espera de una cirugía por algún cáncer en etapa temprana que ha sido postergado ya sea porque es adulto mayor o por la ilusión bien intencionada de que puede esperar. Otro ejemplo son aquellos enfermos con lesiones traumáticas como la fractura de cadera, que ya era una epidemia previo al COVID y que hoy es postergada su cirugía por falta de pabellones a causa de esta crisis.
Si pensamos que en nuestro país, anualmente se fracturan la cadera cerca de 7500 adultos mayores (Barahona et al 2019) y que la tasa de mortalidad está directamente asociada a la oportunidad de su cirugía, llegando a un 50% de fallecidos a los tres meses si no se operan, nos podríamos llegar a enfrentar a una mortalidad mucho mayor por fracturas postergadas que por COVID. El mismo análisis lo podemos realizar con otras patologías.
No vale la pena hoy analizar el período de marzo y abril en que tuvimos una capacidad quirúrgica pública y privada ociosa esperando al virus que sólo se presentó con fuerza a comienzos de mayo. Sin duda no es sencillo gestionar una crisis sanitaria como esta, pero queda la sensación que se pudieron haber operado muchos pacientes con sistemas de flujos libres de COVID. No se trata de ser general después de una batalla que aún no termina, sólo me anima el evitar cometer nuevos errores que nos pueden llevar a una situación más catastrófica que la que hoy vivimos.
La Pandemia oculta, como se titula este artículo, se refiere a los pacientes quirúrgicos postergados y hasta ahora no he leído ni oído declaración alguna que proponga cómo resguardarlos o cómo abordarlos una vez amainada la tormenta. Lo que es peor aún, se sigue escuchando en declaraciones de nuestras autoridades que después de acabarse los ventiladores están las máquinas de anestesia, como dando una señal de tranquilidad a la población.
Como profecía auto cumplida, hoy se están usando en varios centros máquinas de anestesia para suplir la falta de ventiladores y la actividad quirúrgica (desde hace 2 meses sólo de urgencia) se está reduciendo de manera alarmante.
Como médico me duele enormemente la tragedia que representa un paciente con distress respiratorio que requiere de soporte externo para poder seguir respirando y que no disponga de éste. Pero del mismo modo debo estar atento a no ocasionar más daño con las medidas que voy a implementar en una situación grave y anormal como ésta. Un paciente COVID utiliza un ventilador en promedio 14 días. Durante el mismo período una máquina de anestesia se utiliza para operar entre 30 a 50 pacientes, según sea el caso. Muchos de estos enfermos fallecerán a causa de no ser operados. La decisión no es simple de tomar, pero es, a mi juicio clara: se deben resguardar a toda costa aquellas máquinas de anestesia y espacios físicos que permitan realizar cirugías de emergencia, urgencia y apremiantes, en lo que a tiempo de espera se refiere para no fallecer o quedar con discapacidad permanente.
Esta medida sin duda tendrá un costo (el trade off de los economistas) y no menor, pero en una crisis tan grave cómo la que vivimos es un deber sanitario y también político poner TODAS las fichas sobre el tablero y decidir que medida será menos dañinas para nuestra población.