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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

A los jóvenes: ¿Reescribir o aprender de la historia?

"El respeto al Estado de Derecho es la forma en que podemos encausar nuestras diferencias a través del diálogo y eso significa el respeto a los otros para poder construir un 'nosotros'”.

Por Mariana Aylwin
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Mariana Aylwin es Profesora de origen, política por vocación y a mucha honra. Directora Corporación Educacional Aprender.

Hoy leí el desgarrador testimonio de Edmundo Pérez Yoma sobre el asesinato de su padre Edmundo Pérez Zujovic en junio de 1971, quien había sido Ministro de Obras Públicas y del Interior durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva.

Advierte cómo el odio se fue apoderando de la convivencia nacional presagiando el golpe militar y la larga dictadura posterior. Recordé el ambiente de efervescencia que vivíamos en la universidad. En octubre de 1970 había ocurrido otro asesinato político, el del General Schneider, que pretendía intentar que Salvador Allende -quien había logrado una estrecha primera mayoría en la elección presidencial del 4 de septiembre y que requería de la ratificación del Congreso Nacional-, no asumiera la Presidencia de la República. Allende fue designado en el Congreso con los votos de la Democracia Cristiana luego de firmar un conjunto de reformas constitucionales acordadas para garantizar el respeto al Estado de Derecho, en un momento de extrema conflictividad política, en que se cuestionaba nuestro sistema democrático.

La desconfianza se había ido instalando. La intolerancia se impuso y el diálogo se hizo cada vez más difícil, no solo entre los políticos, sino en las familias, las salas de clases, los lugares de trabajo. Se acabó el “nosotros”, se acabaron los adversarios políticos, nos dividimos entre amigos y enemigos, buenos y malos. Edmundo Pérez llegó a ser por sus ideas y su trayectoria un “enemigo” para un sector de la sociedad. No lo mataron sin que antes hubiera una campaña comunicacional odiosa en su contra, una “funa” persistente en medios de comunicación y panfletos, amparada en el silencio de las autoridades de la época, pero también en el apoyo de muchos que concebían la violencia como necesaria para cambiar las estructuras sociales. Grupos extremistas hicieron la pega, era necesario asesinarlo.

Hace pocos días llegó a mis manos una foto de un panfleto de la época que se titula: OJO CHILENOS, ESTOS SON LOS CONSPIRADORES. La sorpresa es que lo encabeza Andrés Aylwin y un largo listado donde aparecen dirigentes de la Democracia Cristiana, del Partido Nacional y de la oposición al gobierno de la Unidad Popular, con sus nombres y las direcciones de sus casas, entre ellos Jorge Lavanderos, Andrés Zaldívar, Patricio Aylwin. Mezclo este relato con recuerdos personales. Me casé un año después de ese asesinato cuando el país estaba paralizado, salía a trabajar en las mañanas o a la universidad sin saber si ese día habría movilización o se harían las clases, y mi primer hijo nació unos meses después del golpe militar, una noche de toque de queda, mientras se escuchaban desde la maternidad de la Universidad Católica, las metralletas de los allanamientos a las Torres del San Borja. Ese hijo tenía 17 años cuando Chile recuperó su democracia. Millones de chilenos sufrieron la intolerancia, la violencia, la irracionalidad durante más de dos décadas.

En Chile no había asesinatos políticos, en Chile no teníamos dictaduras, éramos distintos. Y no era cierto. Cayó sin darnos cuenta el peso de la imposibilidad de reconocernos como hijos de una misma tierra con diferencias, con una historia compartida. Entonces empezamos a tener dos historias maniqueas, dos maneras distintas de mirar la realidad que no dialogan. Hasta que se hizo trizas nuestra desvalorizada democracia. No se trata de acallar las diferencias que enriquecen, sino de aceptar que no hay una sola historia, ni una sola manera de ver la realidad, pero que si hay unas normas explícitas que la sociedad se da para poder convivir y que requieren ser aceptadas, que se pueden cambiar, pero no por la fuerza ni el desacato. Y que la democracia tiene normas tácitas y una de ellas es el respeto al otro, al diferente.

Gabriel Boric me dijo hace varios años (cuando él era dirigente estudiantil) que los jóvenes no podían vivir bajo los traumas de nuestra generación. Es cierto. Están llamados a tomar la posta para construir desde sus miradas y sus circunstancias el mundo del futuro. Pero no deja de ser paradojal que muchos jóvenes como él, que hoy son dirigentes políticos, estén construyendo sus proyectos de futuro sobre los mismos prejuicios y actitudes que llevaron a las generaciones de sus abuelos o padres a destruir la convivencia nacional, extremando las diferencias, polarizando la sociedad en buenos y malos, aceptando la violencia contra “los malos” (verbal y física), despreciando las normas y las instituciones .

Termino con las mismas palabras de Edmundo Pérez en su testimonio sobre el asesinato de su padre. “Sólo el Estado de Derecho es nuestra protección”. Y añado, el respeto al Estado de Derecho es la forma en que podemos encausar nuestras diferencias a través del diálogo y eso significa el respeto a los otros para poder construir un “nosotros”. ¿Será posible esta vez?

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