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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Nubes negras en el Pacífico Occidental

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

El área que engloba el océano Pacífico no solamente concentra buena parte del producto mundial y del crecimiento económico, también reúne a casi la mitad de la población mundial, sumando a India bajo el nuevo constructo del Indo Pacífico (considerando la proyección de India hacia el Pacífico por su cercanía al Sudeste Asiático).

En el Indo Pacífico encontramos 9 de las 15 principales economías del mundo (EE.UU, China, Japón, India, Canadá, Corea del Sur, Rusia, Australia, México) 10 de los integrantes del G20, 6 países con armas nucleares (EE.UU, China, Rusia, Corea del Norte, India y Pakistán) y 3 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (China, EE.UU y Rusia).

Tras la Segunda Guerra Mundial, como en Europa, se produjeron profundas transformaciones geopolíticas. Todo el Sudeste Asiático, que estuvo bajo el control europeo desde el siglo XIX (exceptuando Tailandia), con el interludio de la invasión japonesa, recobró su independencia y constituye actualmente un bloque que se conoce como ASEAN conformado por los 10 estados del área, quedando fuera únicamente Timor Oriental. Lo mismo ocurrió con el subcontinente indio, que derivó en los estados independientes de India y Pakistán (al que se agregó posteriormente Bangladesh). 

Mientras en la zona Sur del continente se producía este proceso de descolonización y construcción de los estados modernos, en 1949 culminaba una larga guerra civil en China, con el triunfo comunista bajo el liderazgo de Mao Tse Tung y la expulsión de los nacionalistas encabezados por Chiang Kai Shek, los que se refugiaron en la isla de Formosa (conocida actualmente como Taiwán).

En el contexto de esta reconfiguración regional, Estados Unidos fue indudablemente la potencia dominante, impulsando cambios en Japón y extendiendo su apoyo económico y militar a sus nuevos aliados.

La instalación de la Guerra Fría en Europa tuvo su inmediato correlato en Asia, con la cruenta Guerra de Corea (1950-53), que terminó enfrentando directamente a EE.UU con China, y se saldó por un armisticio que mantiene dividida la península (como fue también el caso de Alemania).

Tras la Guerra de Corea, el siguiente foco de conflicto fue Vietnam. Lo que comenzó como una guerra de liberación contra los franceses (los que fueron finalmente derrotados en 1954), derivó en una pugna ideológica entre comunistas y capitalistas. Vietnam fue dividido en dos en lo que se suponía iba a ser una situación temporal que se resolvería por un referendo. El Norte, controlado por los comunistas apoyados por China, intentó conquistar el Sur para reunificar el país, lo que gatilló la intervención estadounidense bajo el concepto de la “Teoría del Dominó”. Esta teoría consideraba que la caída de un país en manos del bloque opuesto, necesariamente arrastraría a otros vecinos, por lo cual era de la máxima importancia impedir el primer escenario.

Como sabemos, finalmente los vietnamitas del norte vencieron, reunificando el país bajo el control comunista, y produjeron el efecto dominó en el resto de Indochina (validando la teoría).

En paralelo, la división del Virreinato de la India británica, fue seguida de 3 guerras entre India y Pakistán (1948, 1965 y 1971) y escaramuzas hasta hoy en la zona de Cachemira, disputada y dividida entre ambos países.

En los primeros años del gobierno de Mao, China asumió una activa postura ideológica, procurando exportar su modelo y expandiendo su control territorial (incorporando al Tíbet y retomando el control de Xinjiang). Esto incluyó escindirse de la órbita soviética por razones ideológicas y también dio lugar a una breve guerra con la India en 1962, en la cual China se hizo del control de territorios que son reclamados actualmente por India.

Tras las turbulentas décadas del 50,60 y hasta mediados de los 70, se produjo un punto de inflexión cuando el presidente Nixon visitó China en 1972, lo que constituyó el primer paso en la distensión entre ambos países, culminando en 1979 con el reconocimiento por el presidente Carter de la República Popular China (RPC) y el establecimiento de relaciones diplomáticas. Con ello EEUU aceptaba la condición de la RPC de una sola China, siendo Taiwán una región del país.

La muerte de Mao puso fin al frenesí revolucionario que tensionó durante más de 20 años a su país (destacando el “Gran Salto Adelante” y “la Revolución Cultural”) y que se tradujo en millones de muertos. Su sucesor, Deng Xiaoping, inició un pragmático camino para mejorar la situación económica del país y el bienestar de la población, dejando de lado el ideologismo.

En cuatro décadas, China experimentó una impresionante transformación, sacando a más de 600 millones de personas de la pobreza y pasando a ser la segunda economía mundial y el motor industrial del planeta. 

Con la caída de la Unión Soviética y la consagración de EEUU como la potencia hegemónica, se impulsó fuertemente el proceso de globalización. En ese escenario, China fue adquiriendo un papel ascendente, en paralelo a su desempeño económico.

La última década del siglo XX y la primera del siglo XXI fueron de gran prosperidad y paz en la región, verdaderos años dorados, lo que reforzó la apreciación general de que el eje político económico del mundo se había trasladado a esa zona.

Pero la crisis subprime marcó otro hito. Mientras EEUU y buena parte del resto del mundo sufrían una dura recesión, China seguía con tasas de crecimiento del 7% y se convirtió en la locomotora de la recuperación para muchos.

Esto generó un doble efecto sicológico: en Occidente y especialmente en EEUU, la noción real de perder el liderazgo mundial, hasta entonces indiscutido. En China, una sensación de reivindicación de volver a ser el centro del mundo y dejar atrás años de vergüenza y humillación por Occidente.

Lo demás es ya más conocido. En 2013 asumió como presidente de China Xi Jinping, quien a poco andar trazó ambiciosos pasos para restituir a su país a un lugar principal en la región y en el mundo. En esa línea, lanzó la iniciativa de la Franja y la Ruta, para integrar el mundo desde China. En 2018 terminó con la norma que imposibilitaba gobernar por más de 2 quinquenios, convirtiéndose en la práctica en un gobernante vitalicio, como lo fue Mao.

En el ámbito doméstico aumentó el control político, reprimiendo severamente todo disenso, asumiendo una postura más nacionalista en el frente externo, enfatizando la continuidad entre el Imperio Chino y el Gobierno Comunista. El último episodio de esta tendencia, es el término de la autonomía política de que gozaba Hong Kong bajo el lema “una China, dos sistemas”, con la reciente imposición de la ley de seguridad nacional en estos territorios.

Este mayor nacionalismo, junto al desempeño económico, se han convertido en los pilares de la legitimidad del gobierno del Partido Comunista (y avales para extremar su control político), lo que explica la sensibilidad que estos temas representan para el régimen.

China, que durante el período de sus antecesores tuvo un perfil más bien bajo en las relaciones internacionales, privilegiando el desarrollo económico, con Xi se ha vuelto más asertiva. Esto ha avivado el nerviosismo de sus vecinos y por supuesto de Estados Unidos.

La desintegración del orden establecido bajo el Consenso de Washington ha estimulado la carrera armamentista a nivel global, pero especialmente en la región, que concentra la mayor participación en la compra de armas (casi 50% del total en los últimos 5 años) y su mayor crecimiento presupuestario (casi 60% en 10 años). La experiencia histórica nos demuestra desgraciadamente que, la más de las veces, estas escaladas terminan en conflicto.

A modo de referencia sobre este estado de las cosas, Australia que ha estado sometido a una guerra cibernética desde hace semanas (que provendría de China según expertos locales), acaba de anunciar compras por USD186 billones en los próximos 10 años, 40% más que el período anterior.

A la creciente tensión que se ha ido instalando en el Mar del Sur de la China desde hace décadas, buena parte del cual es reclamado como aguas territoriales chinas, se ha sumado una serie de enfrentamientos en la frontera entre India y China en el último tiempo. En esta oportunidad, India que siempre había mantenido una actitud cautelosa con los incidentes fronterizos, ha asumido y mantenido un tono fuerte, al mismo tiempo que ha acelerado la logística para controlar su frontera e impedir nuevos avances chinos.

Las tradicionales rivalidades y heridas históricas han resurgido con fuerza en este ambiente de desconfianza y enfrentamiento, y están generando una realineación en las alianzas, en la búsqueda de un nuevo equilibrio que garantice un clima de paz y seguridad.

Mientras tanto se están acumulando nubes oscuras en toda la región, y las posibilidades de conflicto se acrecientan. 

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