Tormenta perfecta en educación parvularia
Parece estar gestándose una tormenta perfecta que amenaza con provocar una disminución de la matrícula en educación inicial, el cierre de jardines infantiles, la reducción de la cobertura escolar temprana y, de paso, un retroceso en la inserción laboral femenina.
Tania Villarroel es Investigadora senior de Acción Educar.
La pandemia ha golpeado duramente a los establecimientos educacionales. Colegios particulares pagados y particulares subvencionados probablemente cerrarán sus puertas a causa de la disminución de la matrícula y el aumento de la morosidad. Al mismo tiempo, muchos padres se verán en la necesidad de buscar una escuela con menor copago o bien gratuita, debido a la reducción de sus ingresos.
Pero, a pesar de lo sombrío del pronóstico, hay una alternativa: existen más de 330.000 vacantes disponibles en la educación escolar pública. Ninguno de esos niños se quedará sin colegio. Sin embargo, la situación es diferente en la educación inicial. Esto, ya que los jardines infantiles son especialmente sensibles a la pandemia y la oferta gratuita es limitada.
En primer lugar, los padres no consideran que la educación parvularia sea una prioridad. En Chile, un 49% de los niños y niñas entre 0 y 5 años de edad no asiste a un establecimiento de educación inicial. Al ser consultados, un 70% de los jefes de hogar señala que el menor no asiste ya que “no es necesario porque lo cuidan en la casa”. En la misma línea, un 14% responde que “no me parece necesario que asista a esta edad” (CASEN, 2017). Por lo tanto, existe una alta probabilidad de que la mensualidad del jardín infantil sea de los primeros gastos en ser recortado cuando se estreche el presupuesto familiar.
A lo anterior se suma que, al contrario del caso de la educación escolar, la capacidad ociosa del sistema público en educación parvularia es escasa, sino inexistente. En efecto, los jardines infantiles gratuitos como los jardines Junji tienen listas de espera y no logran ubicar a aproximadamente un 10% de los postulantes cada año (DIPRES, 2014). Así, el sistema público no tendría la capacidad para absorber a los niños que asisten a jardines infantiles que arriesgan cerrar por la pandemia o cuyos padres no pueden seguir solventando un establecimiento pagado.
Parece estar gestándose una tormenta perfecta que amenaza con provocar una disminución de la matrícula en educación inicial, el cierre de jardines infantiles, la reducción de la cobertura escolar temprana y, de paso, un retroceso en la inserción laboral femenina.
Este es un problema grave. Las experiencias vividas de los primeros años tienen consecuencias permanentes en el desarrollo de los párvulos. Asimismo, existe evidencia del impacto positivo en lo cognitivo, socioemocional, económico y social que tienen los programas de educación temprana de calidad en niños pertenecientes a hogares de menores recursos. El efecto se manifiesta también en áreas como la salud, ingresos futuros, participación en crimen, entre otros.
Urge relevar este problema y el peligro que corre la educación parvularia. Ante esto, se vuelven interesantes los proyectos de ley que actualmente están en el Congreso que buscan, entre otras cosas, inyectar recursos a esta etapa de formación. La situación de crisis puede convertirse en una oportunidad para impulsar los acuerdos que faltan y darle a la primera infancia la importancia que tiene. De esta manera, poner a los niños y niñas primero en la larga fila de personas, instituciones, sectores e industrias que necesitan ayuda en estos difíciles momentos.