¿Macondo es América Latina?
Si la lógica indica que todos debemos unir fuerzas ante la magnitud del problema, los hechos no lo están demostrando. Hay más fragmentación y división.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
Gabriel García Márquez, un grande la literatura latinoamericana, supo reflejar con maestría la idiosincrasia de la región, desde la perspectiva del “realismo mágico”. El realismo mágico, de acuerdo a su definición genérica, “es un movimiento literario y pictórico de mediados del siglo XX y se define por su preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común”.
Este movimiento, del cual García Márquez fue uno de los máximos exponentes, encontró en América Latina una fuente de inspiración, si no cotidiana, al menos recurrente. El propio García Márquez, señaló en varias oportunidades que su creatividad no emanaba exclusivamente de la imaginación, como pensaban los lectores no pertenecientes a nuestro hemisferio, y se fundaba en muchas situaciones o historias reales de su entorno.
Algo tiene nuestra región, desde siempre, que rompe los límites del sentido común de otras latitudes, generando situaciones que van desde lo sublime y esperanzador, hasta lo grotesco y dramático. El límite entre lo real y lo fantástico, lo probable y lo improbable, es en ocasiones nebuloso. Este ambiente es propicio para generar una lógica de juego de ruleta. Todo puede perderse en una pasada, así como se puede salir del abismo con la última ficha que da en el pleno. Nuestro tránsito histórico pareciera ser una eterna cornisa en la búsqueda de El Dorado.
Esto explica que la evolución de nuestros países sea un culebrón difícil de predecir, lleno de peripecias y torceduras. Como diría otro eximio escritor de la región, Carlos Fuentes, refiriéndose a la presidencia de México: “Te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan….Y haces una mueca que se vuelve tu máscara…La Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos la República Mexicana”.
Si hacemos un breve recuento histórico de la región, desde la segunda mitad del siglo pasado, pasamos de la efervescencia revolucionaria de los años sesenta – el paraíso terrenal estaba al alcance de la mano – a crueles dictaduras militares en los setenta con una crisis económica en los ochenta que se recuerda como “la década perdida de América Latina”. Luego la restauración democrática en los noventa, y el crecimiento económico que se extendió durante 2 décadas generando la ilusión de que, al fin, nuestros países habían logrado la estabilidad necesaria para dar un salto cualitativo en su desarrollo. Pero, el vuelo de unos pocos años no podía sacudir la inercia acumulada. Y el panorama más bien homogéneo y monótono de esa estabilidad y convergencia en torno a sistemas políticos y económicos similares, empezó a matizarse con coloridos personajes.
Primero apareció Hugo Chávez en Venezuela, con su discurso del socialismo del siglo XXI, que no era más que reivindicar el espíritu revolucionario de los sesenta y relegitimar la dictadura de Fidel Castro. Después fueron apareciendo otros líderes, caudillos en el vocabulario anterior, que con matices más o menos, siguieron el ejemplo de Chávez, dinamitando la institucionalidad para acumular poder personal y restringiendo la actividad económica privada (bajo la premisa de disminuir la desigualdad, pero en la práctica también para incrementar el control social).
Actualmente la región vive un carnaval político. Se ha desatado un frenesí de pulsiones. Sobran las promesas, las palabras grandilocuentes, el afán de redención y el cortoplacismo. Aquí y ahora parece ser la consigna. Mañana será otro día.
La aparición de la pandemia del COVID19, en vez de atemperar los ánimos, los ha exaltado. Se ha apoderado de nuestros representantes una vertiginosa y embriagadora sensación, derivada de la urgencia y gravedad del momento. Parecen tener la convicción de que están haciendo Historia (con mayúscula) en enderezar los males crónicos de nuestras sociedades.
El voluntarismo vuelve a brillar en gloria y majestad. Querer es poder. La solución de (casi) todos los problemas, radica en las leyes, partiendo por la Constitución. ¿Faltan recursos?, ¿Hay que generar empleos?, ¿Mejorar la educación y la cobertura de salud? No importa la naturaleza del problema, siempre puede ser solucionado con una ley. Y si ello no ocurre, entonces el problema está en la Carta Fundamental, que impone cortapisas. En ese caso, hay que reformar la Constitución.
Quienes no se suman al carnaval son señalados con el dedo y sus voces acalladas por la algarabía.
La verdad sea dicha, incluso en un mundo de derrotero accidentado e incierto, América Latina destaca por una acentuada incertidumbre. Los sistemas políticos de toda la región están fuertemente tensionados por una gran polarización, y no están logrando resolver las diferencias cada vez más irreductibles entre gobierno y oposición. En paralelo, las economías están experimentando una terrible contracción, que dejará secuelas por años.
Si la lógica indica que todos debemos unir fuerzas ante la magnitud del problema, los hechos no lo están demostrando. Hay más fragmentación y división.
¿En qué momento nos jodimos?, ampliando la pregunta que hiciera Santiago Zavala, personaje del gran escritor peruano Mario Vargas Llosa en su obra Conversación en la Catedral. ¿O en realidad es una manifestación de nuestra idiosincrasia, con palabras y actitudes que se termina llevando el viento? Si así fuera, todo no sería más que un gran espectáculo que terminará con un buen final. Un carnaval, en el buen sentido, tras el cual se retoman los asuntos con seriedad y pragmatismo, y se enfrentan los problemas.
Pero también está la posibilidad de Macondo, que terminó como un caserío abandonado y olvidado. Si ese fuera el escenario, arriesgamos con repetir el ciclo que creíamos haber dejado atrás y seremos la región de las eternas promesas que nunca se concretaron.
A todos nuestros líderes, de cualquier naturaleza, les comparto unas citas de Fedor Dostoievski, otro grande de la literatura, extraídas de su novela autobiográfica El Jugador. Ojalá contribuyan a reflexionar sobre la gravedad de la coyuntura que estamos viviendo y la senda que podrían tomar nuestros países. Lamentablemente, muchas veces alguien o algo externo es lo único capaz de abrirnos los ojos y corazones.
“En aquel instante debí haberme retirado, pero una sensación extraña se apoderó de mí: un deseo de provocar al Destino, de gastarle una broma, de sacarle la lengua. Arriesgué la mayor cantidad autorizada, cuatro mil florines, y perdí… Entonces, aturdido dejé la mesa”.
“Realmente habríase dicho que me impulsaba el Destino. En una especie de angustia febril, dejé todo el dinero sobre el rojo… y de pronto volví en mí. Fue la única vez durante aquella noche en que el terror me heló, manifestándose por un temblor de mis manos y mis pies. Con horror me di cuenta, en un momento de lucidez, de lo que hubiese significado para mi perder en aquel instante. ¡Toda mi vida estaba en juego!”.