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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Políticos del Siglo XXI

"El político chileno ha vivido intentando equilibrar ambas tensiones; el peso del pasado, la aventura del futuro".

Por Eduardo Aninat
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Me permito una breve reflexión sobre disyuntivas del mundo de la política en la actualidad. Unas pocas líneas que den material para hacernos las preguntas pertinentes sobre dónde situar el futuro próximo y las acciones que nos corresponderá enfrentar.

Un filósofo antiguo dijo que el hombre de acción estaba tensado como un arco. De una parte y eje, el recuerdo del cúmulo de cambios, avances y rendiciones que conlleva el referente de pasado. Del otro, la intuición de un futuro posible, altamente incierto y azaroso.

El político chileno ha vivido intentando equilibrar ambas tensiones; el peso del pasado, la aventura del futuro. La pregunta es ¿cómo pararse ante ese abismo, el espacio vacío, la brecha que deja el arco tensado, previo a gatillar la acción?

Si el político se parase con prestancia debiera dirimir este asunto con racionalidad, con compromiso identitario, con emoción de opción futura. Opción que gatillará –desee o no– consecuencias sobre el mismo, sobre su referente y sobre el bien común general de la sociedad donde actúa. Para estas consecuencias no habrá escape: sea el día de mañana, sea en los años venideros, sea en un lapso, el político terminará mirándose al espejo, juzgando los resultados. Los que se anotan en hoja objetiva de historia y memoria.

Las otras preguntas son complementos valiosos para la decisión descrita.

Por ejemplo ¿habrá el político estudiado la data dura e informativa, que rodea y caracteriza a las opciones? ¿Será que el actor escucha las posiciones esgrimidas por los suyos (voces de su coalición y grupo), las de sus rivales, las de actores independientes y de valor?

¿Habrá evaluado y dirimido las consecuencias directas e indirectas que se desprenderán de seguir el curso A, curso Z, o la pasividad de una abstención?

Habrá que agregar a la lista la vieja pregunta de maestros griegos cuando enfatizaban el honor de una persona como una virtud central, un tesoro a resguardar. La formulo así: si voto de la manera que me vocea el referente a mano ¿quedará tranquila mi conciencia? ¿estaré avalando mi palabra y mi reputación de tribuno?

No soy nadie para saber o juzgar lo que hace cada cual en el Congreso de la República, en los partidos políticos, en distintos referentes o en los ciudadanos envueltos en política día a día. Pero puedo ejercer mi derecho a preguntar a todos y cada uno de los actores del presente:

¿Están ustedes, los honorables, respondiendo con veracidad las preguntas clásicas del buen servidor?

De no ser de la manera exhaustiva exigida, es posible –aunque no es  inevitable– que estén tensando el arco de la vida y del azar en demasía, arriesgando con imprudencia o impudicia el camino de progreso del colectivo ciudadano.

Da qué pensar.

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