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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Acuerdo en la UE: una luz en tiempos oscuros

Por primera vez en la historia del bloque, las subvenciones se financiarán con emisiones de deuda conjunta.

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

En un escenario de inoperancia generalizada de los esquemas de integración y de las organizaciones multilaterales en el último tiempo, el acuerdo alcanzado esta semana por la Unión Europea representa un paso trascendental, no solo para el futuro de este bloque, sino también para el multilateralismo.

En efecto, ante la profunda crisis económica derivada de la pandemia del COVID19, la Unión Europea estaba tensionada internamente sobre la naturaleza del plan de recuperación a acordar. Mientras los países del Este y Sur de Europa presionaban por un paquete masivo y de rápida liberación, los países más conservadores financieramente, querían acotar los fondos y establecer más condiciones y restricciones para su uso.

Fueron necesarios 4 días de cumbre en Bruselas para llegar finalmente a un acuerdo, el que se alcanzó en la madrugada del martes, con la unanimidad de los 27 miembros. El bloque, en una resolución histórica por su magnitud y la forma de financiamiento, aprobó un fondo de 750.000 millones de euros para paliar los daños económicos del COVID19 y un presupuesto de más de 1,074 billón de euros para el período 2021-2027. En total 1,8 billón de euros para los próximos 6 años.

Los grandes artífices de este trabajoso acuerdo fueron la canciller alemana Angela Merkel, bajo cuya presidencia alemana se desarrolló la cumbre, y el presidente francés Emmanuel Macron. En esto no hubo variación respecto de los últimos acuerdos, que se han sostenido en la coordinación franco alemana (el Reino Unido pudo haber sido una alternativa a este eje de haber permanecido en el bloque). También fueron relevantes la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyden, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ambos asumidos hace menos de 1 año.

Por primera vez en la historia del bloque, las subvenciones se financiarán con emisiones de deuda conjunta. Hasta ahora la UE nunca había emitido deuda para financiar un programa de transferencias directas a los miembros. Los instrumentos de cohesión del bloque, como la Política Agrícola Común, se financian con los aportes anuales de los miembros y los ingresos propios como los aranceles del mercado común. En este caso la deuda se amortizará por los 27 países en un plazo de 30 años.

De los 750.000 millones de euros, 390.000 millones se destinarán a subsidios y 360.000 millones a préstamos. La diferencia entre uno y otro es que los primeros no requieren devolución. El 70% de estos fondos serán desembolsados en 2021 y 2022, y el 30% hasta el 2027.

Junto con estos fondos destinados específicamente a combatir los efectos del COVID19, los miembros se beneficiarán del presupuesto ordinario de la UE y de los mecanismos existentes de apoyo al empleo, a las empresas y sanitario, lo que logrará una movilización de recursos del orden del 17% del PIB de la UE, constituyendo la cifra más alta de apoyo interno a nivel mundial (el que sigue es EEUU con 15,9%).
A modo de ejemplo, España recibirá 140.000 millones de euros en 6 años, de los cuales el 50% serán a título de subsidio (sin reembolso).

Este acuerdo insufla vitalidad a una UE que está saliendo de un complejo divorcio con el Reino Unido, y que viene experimentando fuerzas centrífugas en varios de sus miembros. No haber llegado a un acuerdo en un paquete significativo y oportuno de rescate, bajo el paraguas de la solidaridad del bloque, hubiera probablemente significado una herida mortal al proyecto de integración europeo.

Angela Merkel entendió perfectamente la coyuntura y lo que estaba en juego, y por eso flexibilizó sustantivamente la posición alemana, tradicionalmente reacia al endeudamiento. Sin este cambio de postura, no habría sido posible el acuerdo. Para fortuna de Europa y de la UE, concurrió “la mujer adecuada en el momento justo”. Una gran líder, que no obstante venir de salida de la política (anunció hace tiempo que no buscará un nuevo mandato al terminar su período como primera ministra el próximo año), no ha perdido la conciencia sobre su responsabilidad como gobernante y articuladora fundamental del proyecto europeo actual. Es así como ha puesto todas sus energías en la presidencia alemana de la UE que partió el 1 de julio y culminará a fines de diciembre. Una gran figura, cuya estatura se ve acrecentada en tiempos en que hay una ausencia general de líderes idóneos a nivel global.

Como en toda negociación, todas las partes tuvieron que ceder (¿por qué costará tanto entender esto en nuestra región?). A cambio de estos ingentes recursos de rápido desembolso y que favorecen a los países más necesitados (Este y Sur), los más austeros lograron imponer ciertas condiciones. Los recursos se distribuirán, previa presentación a la Comisión Europea de los planes nacionales de inversión, y su aprobación por el Consejo Europeo (lo integran los 27 jefes de estado o gobierno junto a la presidenta de la Comisión), por un quórum calificado. Solo pasados estos dos filtros, se entregarán los fondos. Habrá además un monitoreo de la ejecución de los planes y, en casos graves, se podrá reevaluar la ayuda ante el mismo Consejo Europeo. Adicionalmente, los países accedieron a seguir las orientaciones de la Comisión Europea respecto de convergencia en torno a ciertos temas y prioridades. Todo esto tiene por objeto asegurar que los recursos se usen para una efectiva reactivación y adaptación de la economía, y no terminen en otros fines.

Otra concesión fue rebajar la cuota social de algunos países, entre los que se encuentra Alemania, Suecia, Dinamarca, Países Bajos y Austria, que consideraban que estaban contribuyendo en exceso respecto de los otros (el Reino Unido había instalado el precedente en la discusión intracomunitaria).

Finalmente, y como una señal de fidelidad al origen del proyecto de la UE y ante la peligrosa tendencia autoritaria en algunos países del Este europeo, se estableció una suerte de cláusula democrática (denominada “Estado de Derecho”), mediante la cual, por una mayoría calificada, se podría dejar sin efecto la transferencia de fondos en el caso de algún gobierno que vulnere gravemente la institucionalidad democrática. Para algunos esta cláusula fue más débil que en ocasiones anteriores. Siendo la prioridad lograr el acuerdo de recuperación, Alemania y Francia estuvieron dispuestos a una cláusula más ambigua que acomodara a Hungría y Polonia.

¿Cómo se pagará la deuda? Los países se comprometieron a buscar nuevas fuentes de ingresos. En el acuerdo se mencionan diversos nuevos impuestos verdes, cuyos detalles y mecanismos deberá trabajar la Comisión Europea. Habrá una tasa sobre plásticos no reciclados que entrará en vigor el 1 de enero próximo, impuesto al carbono y una tasa digital que comenzará a aplicarse a más tardar el 1 de enero del 2023. También la Comisión deberá hacer una propuesta revisada al Consejo del sistema de comercio de carbono, y no se descarta abordar una tasa sobre las transacciones financieras.

Dentro del oscuro panorama mundial, ha brillado una luz. 27 países lograron ponerse de acuerdo y dieron un espaldarazo a su proyecto de integración que combina democracia, solidaridad y desarrollo. A pesar de todas las dudas que precedieron a la cumbre y las fuertes tensiones internas, los líderes de los miembros supieron estar a la altura de los tiempos. Más de medio siglo de esfuerzos de integración no fueron en vano.

Los desafíos por delante siguen siendo mayúsculos, pero, con este resultado, la Unión Europea seguirá en la primera línea de la política y economía mundial, contribuyendo así a difuminar los riesgos de un sistema bipolar.
En este escenario con una UE revitalizada, América Latina debiera profundizar sus vínculos con el bloque. Quizá por esta vía y al alero del espíritu y experiencia de la UE, podamos avanzar realmente en una integración que nos ha sido tan esquiva.

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