Cuatro escenarios posibles en los que puede desembocar la crisis boliviana
En cualquiera de esos futuros posibles es difícil ser optimista: sea que las elecciones se suspendan, que se elimine por secretaría al favorito, o que todo se desarrolle con “normalidad a la boliviana” en octubre.
Sergio Molina Monasterios es Consultor Fundación Horizonte Ciudadano
En circunstancias normales, en un mes más habría elecciones en Bolivia y grandes fiestas celebrando la democracia recuperada. Pero en la política y en Bolivia, rara vez hay circunstancias normales y las elecciones presidenciales fueron postergadas nuevamente para el 18 de octubre. En esta ocasión el principal argumento es la crisis sanitaria que atraviesa Bolivia; algo de razón hay en ello porque el país está grogui frente al virus y horas después del anuncio, como una metáfora macabra, moría por Covid-19 el Dr. Oscar Urenda, símbolo de la lucha contra el virus.
Se debe recordar que los comicios postergados para el 18 de octubre se realizarán un año después de otras elecciones fallidas, suspendidas luego de una reacción popular sin precedentes contra el supuesto fraude electoral que se habría cometido a favor de Evo Morales (versión que defiende con vehemencia la OEA de Luis Almagro pero que fue desmentida por varias investigaciones independientes).
En ese entonces, Morales, en una decisión inentendible y antidemocrática, olvidándose de la Constitución que él mismo había aprobado, buscaba una tercera reelección consecutiva, aventura que colapsó la precaria institucionalidad boliviana, produjo la inédita movilización popular y concluyó en un golpe de Estado que encumbró a Jeanine Añez —hasta entonces una desconocida senadora beniana—, a la primera magistratura del país en forma provisional y con una sola tarea en su agenda: convocar a nuevas elecciones.
La misión de Añez se realizó a regañadientes, luego de un acuerdo entre las fuerzas políticas que permitió elegir un Tribunal Supremo Electoral (TSE) independiente, basado en garantizar la transparencia del proceso electoral, la convocatoria a elecciones sin Evo Morales en mayo, luego septiembre y ahora para octubre.
A esa situación política ya de por sí dificilísima, se sumó casi al mismo tiempo el azote de la pandemia que comenzaba a campear a sus anchas en Bolivia, demostrando las carencias y la precariedad del sistema de salud boliviano, de forma que ambas postergaciones tienen ese trasfondo.
Pero aún hay más. Semanas después del acuerdo político que daba aire al sistema democrático, se conoció la decisión de Añez de ser candidata a la presidencia al mismo tiempo que era Presidenta, un jaque al sistema que en un inicio parecía viable (por la simpatía que despertó y gracias al reemplazo de autoridades del MAS que habían hastiado a los bolivianos), pero que con el transcurrir de los meses se desmoronó sin remedio: por el manejo de la pandemia como en muchos otros países, cierto, pero también por la corrupción y el autoritarismo que demostraron sus colaboradores, así como por las erráticas medidas económicas que tomó ella mirando más sus intereses personales que sus responsabilidades institucionales.
Nuevamente se desordenaba el tablero político que se había construido con tanta dificultad y se reanudaba la marcha al abismo detenida por unos meses. Lo cual la nueva postergación complica aún más, porque el principal incumbente, el MAS de Evo Morales, se resiste a la nueva fecha porque daría más tiempo y atizaría las pasiones más febriles de quienes sueñan con quedarse en el poder, sea por el clásico camino de la suspensión de las garantías democráticas, sea a través de una medida aún más rocambolesca: proscribir la candidatura de Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo de Evo Morales.
Argumentan quienes quieren descalificarlo (y que ahora tienen más tiempo para hacerlo), que la ley prohíbe a cualquier candidato a hablar de encuestas durante la campaña, lo que Arce hizo de forma inexplicable en una entrevista televisiva a un canal regional; el aludido argumenta que cuando comentó esa encuesta, el calendario electoral aún no estaba vigente y por tanto la prohibición no era válida.
Sea como sea, el entredicho está instalado y el TSE en la disyuntiva no solo de defender la postergación y garantizar la transparencia de las elecciones de octubre, sino de rechazar o aceptar la candidatura de Arce, sabiendo que de su decisión pende el futuro de Bolivia en los próximos años. A continuación, arriesgamos algunos escenarios, sea que se tome uno u otro camino:
a) Se celebran las elecciones el próximo 18 de octubre sin mayores sobresaltos que los sanitarios en estos meses. De ocurrir aquello, Arce tiene grandes chances de ganar en la primera vuelta (y de acercarse al 40% de los votos, con diferencia de 10 puntos, que son necesarios para que sea presidente sin necesidad de balotaje). Eso sí, en caso de haber segunda vuelta, Arce probablemente perdería porque el resto de los candidatos se unirían a favor de quien fuera su contrincante; probablemente Carlos Mesa). En este escenario hay normalidad, pero el riesgo del retorno del MAS al poder es muy alto, por lo que muchos de sus opositores no quieren correrlo.
b) Se realizan las elecciones el 18 de octubre, pero con el MAS proscrito y sin Arce de candidato. En esas condiciones probablemente Carlos Mesa se impondría sin grandes dificultades en primera o segunda vuelta, pero su gobierno carecería de legitimidad (lo que Mesa ya sufrió en carne propia cuando fue Presidente por primera vez). Además, el MAS, la fuerza política más importante del país, sería obligada a recorrer un camino antisistémico y violento muy parecido al del peronismo en la Argentina entre el ´55 y el ´73 del siglo pasado.
c) También podría ocurrir que se volvieran a suspender las elecciones de octubre, por lo menos hasta que Bolivia vea mejores días y no haya pandemia acosando a los bolivianos. En este escenario la Presidenta Añez disfrutaría del poder más tiempo, lo que la seduce con fuerza a medida que disminuyen sus posibilidades electorales (pero que también disgusta sobremanera al resto del sistema político: a pesar de la pandemia o precisamente por ella se necesita un gobierno legítimo, argumentan los más sensatos).
En cualquiera de esos futuros posibles es difícil ser optimista: sea que las elecciones se suspendan, que se elimine por secretaría al favorito, o que todo se desarrolle con “normalidad a la boliviana” en octubre.
Pero aún peor sería si la crisis desemboca en el cuarto escenario posible, aquel que nunca debe descartarse (y menos en Bolivia): un gobierno autoritario que eche por tierra las pocas posibilidades de enfrentar el desastre sanitario y económico y que controle a fuerza de represión y balas a una sociedad profundamente polarizada. Frente a lo cual y como siempre en estas circunstancias, los demócratas del mundo, debemos cerrar filas, anticiparnos y evitar que la democracia agonizante no muera definitivamente.