La miseria de la economía
Juan Carlos Medel es Escuela de Historia Universidad Diego Portales
Hace algunos días, el economista y ex ministro de Hacienda Andrés Velasco escribió una columna para El Mercurio criticando la aprobación del retiro del 10% de las AFP y la participación de políticos de derecha en dicha reforma constitucional. A su juicio, dichos políticos habrían sucumbido a prácticas populistas que amenazan la institucionalidad política del país. Velasco, que alguna vez quiso ser presidente, reproduce opiniones sobre un supuesto “populismo” en ascenso en Chile.
No obstante, su uso del concepto repite la carencia de análisis y rigurosidad que otras figuras políticas exponen al utilizar la palabra. En su columna no hay ninguna intención por poner en contexto histórico dicho concepto; mucho menos se aprecia motivación alguna para reflexionar el “populismo” desde una perspectiva histórica que le de peso al concepto y lo respalde con experiencias políticas pasadas.
Lo cierto es que, como es evidente, el concepto asusta a muchos. Es utilizado constantemente por medios de comunicación y políticos que no parecen preocupados entenderlo. Muchas veces se le utiliza para definir gobiernos y líderes políticos que tienen más tintes de fascistas que de populistas propiamente tal (los casos de Trump, Orbán en Hungría, y Bolsonaro, por ejemplo).
Así, el concepto aparece como un comodín del mundo liberal para criticar y desarticular todo proyecto o práctica política que se aleje de la institucionalidad establecida, la democracia representativa y el modelo económico neoliberal. Todo lo que no encaje en el status quo político actual es “populismo”.
Si un proyecto político no-liberal tiene amplio apoyo popular es tildado instantáneamente de “populista”, como si tener apoyo popular fuera algo negativo; como si la potencialidad democrática de una alternativa al modelo neoliberal fuera peligrosa.
De esta manera, sin importar las diferencias políticas marcadas entre diferentes líderes y movimientos políticos en diferentes contextos internacionales, a todos se les tilda de populistas si no siguen las reglas de la democracia liberal hegemónicas en las últimas décadas.
En Estados Unidos hay quienes utilizan el mismo concepto para definir a políticos tan desiguales como Trump y Bernie Sanders. Este último también ha sido tildado como “una amenaza populista” (¿amenaza para quién? ¿para el mundo neoliberal? ¿para aquel mundo que engendra multimillonarios alrededor del mundo, a la vez que reproduce aun con mayor fuerza la miseria extrema en gran parte del planeta?)
El mismo Velasco menciona a Trump y a López Obrador, presidente de México, como si fueran parte del mismo movimiento político; como si compartieran ideología, como si pudieran ser reducidos al mismo concepto. Velasco, por supuesto, obvia que López Obrador es, a pesar de varios errores políticos criticables durante su mandato, probablemente el presidente más popular que ha tenido México en las últimas décadas y, tal vez, el más honesto desde Lázaro Cárdenas.
Así el concepto de populismo, después de tanto mal uso político, parece estar vacío. Y como está vacío puede ser llenado con cualquier cosa que sea útil al discurso liberal que se niega a reconocer su propio fracaso político. Los supuestos “líderes del mundo libre” son quienes hacen todo lo posible por mantener un modelo político que está matando la democracia en gran parte del mundo.
Son dichos “líderes democráticos” como Velasco quienes se niegan a aceptar el carácter eminentemente antidemocrático del sistema representativo actual, donde cada vez menos gente vota y políticos sumamente impopulares como Trump, Johnson, y Piñera llegan a ser presidentes o primeros ministros.
El concepto de populismo tiene amplio repertorio histórico. Se ha utilizado para definir y explicar diversos contextos, sobre todo en América Latina. Así, se ha definido como gobiernos populistas (correctamente a mi parecer) a aquellos liderados por Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil; pero también se ha utilizado (de forma menos convincente, a mi juicio) para definir otros procesos históricos de naturaleza política muy diferente a los anteriores, como Cárdenas en México, Allende en Chile, y Chávez en Venezuela.
Notables historiadoras e historiadores, chilenos y extranjeros, han escrito detallados estudios sobre el populismo, con análisis ricos, rigurosos y profundos. Lamentablemente, dicha riqueza historiográfica y teórica parece no llegar a los políticos y economistas como Velasco que usan el concepto día a día sin buscar comprenderlo.
De este modo, Velasco, obsesionado con evitar todo tipo de cambio estructural, usa el comodín del “populismo” para desacreditar aquello que tiene amplio respaldo popular. Demuestra, de paso, una pobreza teórica alarmante para alguien que se desempeña laboralmente dentro del mundo académico.
Así, el ex ministro y actual Dean of the School of Public Policy en la prestigiosa London School of Economics demuestra una insensibilidad pavorosa ante la pobreza y desesperación de millones de chilenos. El bienalimentado economista prefiere ignorar que miles de chilenos, que hasta hace poco vivían del trabajo informal, hoy sobreviven gracias a ollas comunes. Quizás su privilegiada vida le ha impedido desarrollar una sensibilidad social que le permita empatizar con las luchas cotidianas del pueblo chileno; tal vez su ideología de economista funcional al modelo actual le impide reconocer la necesidad de cambios estructurales tanto en el sistema político chileno como en el económico. Lo cierto es que su pedantería y su condescendencia se expresan a través de un rechazo a todo aquello que tenga apoyo popular, evidenciando un clasismo propio de una élite chilena que se niega a aceptar que la mayoría de las chilenas y chilenos ya no quieren seguir viviendo bajo las mismas reglas, prácticas, y normas políticas, económicas, sociales y culturales del Chile actual.