La élite a la educación pública
En ese minuto en que la élite elija y anhele formarse en la educación pública, la cual ofrezca la mejor formación del país, podremos pensar que, efectivamente, la sociedad puede avanzar a ser más solidaria, inclusiva, cohesionada y verdaderamente desarrollada.
Matías Reeves es Presidente Directorio Fundación Educación 2020.
A propósito del anuncio que hizo hace unas semanas el alcalde de Las Condes sobre la creación de un nuevo colegio público, vale la pena detenerse y analizar la noticia con distancia y no dejar que, una vez más, perdamos una oportunidad única. Muchos vaticinan de esta pandemia un mejor porvenir, y la llegada de una nueva escuela trae consigo esta responsabilidad, particularmente, si se hará en una de las comunas donde vive y se forma la élite de nuestro país que, justamente, no se forma en las escuelas públicas de su comuna.
Lamentablemente, las arcas municipales han influido mucho en nuestras escuelas públicas, pero tenemos la esperanza en que una correcta implementación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) cambiarán esta situación en el mediano plazo. Por eso, un nuevo colegio público en esta comuna -y previo a su traspaso al nuevo sistema de educación pública- puede cargar con un fuerte simbolismo nacional.
El anuncio fue que muchas familias de clase media “no podrán seguir pagando un colegio particular para sus hijos”. Así, a la base de la noticia de la creación del colegio público, está la concepción de que la educación pública es para quienes no pueden pagar otra educación.
Justo cuando se clama por más humanidad, mejorar nuestra convivencia y fortalecer la inclusión social; una buena idea, que da respuesta a una verdadera problemática social, podría desvanecerse en su génesis.Este colegio puede ser un símbolo que desencadene efectos virtuosos difíciles de dimensionar.
En su libro “Pensar el malestar”, Carlos Peña plantea que “en general, en todas las escuelas -particularmente las privadas- tienen un currículum oculto que está dado por enseñanzas de prácticas de diversión, de comensalidad, modales, posturas corporales y redes sociales”. Y añade, “ese currículum oculto se transmite mediante el sistema escolar y por eso este es reproductor de élites y suele ser también un mecanismo para incorporar nuevos miembros a ella”. Sin embargo, la formación de nuestra élite ha permanecido inmóvil representando el 7% de la matrícula los últimos 30 años, cerrando sus puertas y pensando reiteradamente que es gracias al mérito propio que se encuentran en esa posición vital. Salir de ese espacio de seguridad no pareciera ser una opción, aún cuando esto pudiera gatillar profundos cambios sociales.
Sin duda, es positivo que este nuevo colegio “no tenga nada que envidiarle a ningún colegio particular y sea un ejemplo de integración social”, como declaró el alcalde. Pero, ¿qué pasaría si pensamos desde el comienzo que a este colegio aspiren las élites? Su ubicación es privilegiada, ¿por qué preferirían pagar $400.000 o más cuando pudieran formar a sus hijos e hijas en un excelente colegio público?
Si lo planteamos desde un comienzo como un colegio diseñado para quienes no pueden pagar, la idea de inclusión nació muerta. Nuestra sociedad requiere que la dignidad sea comprendida también como la igualdad de acceso a la formación en valores y conocimientos. Este colegio tiene la oportunidad única de partir sin vicios, sin problemas financieros y sin procesos engorrosos preexistentes. Ya cuenta con una infraestructura de primer nivel y con el respaldo político de sus autoridades.
¿Bilingüe, deporte de alto rendimiento, oportunidades de intercambio, formación valórica, acceso tecnológico? ¡Excelente! Pero también consideremos los desafíos más allá de la institucionalidad. ¿Por qué no pensar que el proyecto educativo de este colegio aspire a formar genuinamente a personas para su desarrollo pleno, dejando de lado los incentivos en búsqueda del viciado éxito económico? Una nueva educación, y así lo creemos muchos, debe poner a los estudiantes en el centro, ante todo. Quizás este colegio pudiera ofrecer un sistema de formación realmente integral de acuerdo a las potencialidades, capacidades y deseos de cada estudiante, rompiendo con la lógica de producción en cadena que guía a los niños a doparse para estar “tranquilos y concentrados” en escuelas que matan la creatividad, como dijera hace años Ken Robinson.
Para lograr esto, tal vez se pudiera ofrecer una formación interdisciplinaria con una metodología de aprendizaje basado en proyectos, o tener redes de tutorías que faciliten la horizontalidad del aprendizaje en base a la generación de preguntas y no a la búsqueda de respuestas exactas. Quizás pudiera aspirar a que sus mil niñas, niños y jóvenes aprendan a conocerse a ellos mismos y apropiarse de sus emociones para ser más solidarios, resilientes y capaces de saber cómo aprender, así como también, a reconocer las emociones de los demás para convivir en paz.
Pensar que este sea un colegio donde la élite del país aspire a formarse es una contradicción, pudieran decir algunos. ¿Por qué ellos, que pueden pagar, debieran estudiar en un colegio gratuito? Justamente, porque la condición para ejercer el derecho humano de la educación no radica en la familia que tiene o no recursos, sino en la de ser un espacio de formación humana al cual todos tienen el mismo derecho a acceder. Es una implicancia directa que, por ser un colegio público, quien lo desee podrá aspirar a un cupo determinado por el Sistema de Admisión Escolar.
Ojalá sucediera que nuestra élite postulara a este colegio y estuviera atenta con 2 o 3 años de anticipación, como en los colegios privados. Pero, esta vez, sin el riesgo de ser discriminados. La misma élite que ve con marginalidad la educación pública y desde la distancia opina y diseña para los demás, como describe el historiador holandés Rutger Bregman al señalar que “las élites elaboran las reglas para el resto del mundo, pero esas reglas no se aplican cuando se trata de ellas mismas”.
En ese minuto en que la élite elija y anhele formarse en la educación pública, la cual ofrezca la mejor formación del país, podremos pensar que, efectivamente, la sociedad puede avanzar a ser más solidaria, inclusiva, cohesionada y verdaderamente desarrollada. La oportunidad está ahí, con dirección y todo.