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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

No se recupera, se construye

El actual escenario proyecta un complejo futuro político toda vez que las aspiraciones refundacionales de algunos sectores han ido instalándose.

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Patrick Poblete es Investigador en Instituto Res Publica.

Es un hecho que el sistema político e institucional chileno está hoy en un escenario que hace un año era difícil de imaginar. Mientras se aproxima el plebiscito, el fantasma de la violencia asola cada proceso de deliberación democrática existente a la vez que la pandemia mantiene su presencia como un invitado más en la mesa de las familias chilenas, reduciendo y mermando sus libertades y arriesgando el progreso y la movilidad social alcanzada.

El actual escenario proyecta un complejo futuro político toda vez que las aspiraciones refundacionales de algunos sectores han ido instalándose. Como una gotera que no cesa y lentamente corroe cimientos, estos grupos que hace poco eran extraparlamentarios fueron moviendo el cerco y pavimentando el camino para instalar una agenda radical y refundacional

Así, con el voto voluntario y la instalación de un sistema electoral proporcional que se basa en la construcción de distritos electorales que para muchos podría ser algo antojadiza y con criterios que beneficiarían específicamente a algunos partidos, llegaron al Congreso aquellos que creen tener, sin mucha experiencia previa y con ideas añejas que fracasaron tras vergonzosos muros, la receta para gobernar y traer consigo un supuesto paraíso de derechos sociales ilimitados, garantizados por la sola voluntad y pretendidamente financiados de manera permanente y sin costos para el país. Esto sucedió con la complicidad de un sector moderado de la centroizquierda que simplemente se avergonzó y abdicó en la defensa de una obra y legado construidos en los últimos 30 años.

Estas narrativas refundacionales que añoran un mundo en blanco y negro, comparten, entre otros, un elemento escondido que vale la pena comentar. Implícitamente, comunican la idea de que en algún momento de la historia una élite -malvada, inmoral y con la que ellos no tendrían relación alguna- decidió arrebatar el paraíso terrenal al pueblo e instaló una metodología para mantener a la nación alejada del bienestar. Esta retórica está cuidadosamente construida para autodesignarse la posibilidad de redimir ese destino, en una suerte de mesianismo político, cuyas raíces se pueden rastrear filosóficamente

Pero la idea de que en algún momento el bienestar existió y fue arrebatado solo cobra sentido en el papel, pues la realidad es diametralmente opuesta. Objetivamente el progreso debe construirse día a día y el bienestar material y espiritual -que son simples de medir en relación a la complejidad para generarlos-, han podido ser creados y acumulados por la sociedad. Así lo demostró, por ejemplo, la reducción de la pobreza desde un 29,1% a un 8,6% entre 2006 y 2017 y la pertenencia de Chile al grupo de países con un alto Índice de Desarrollo Humano ostentando el lugar 42 de 189, entre otros numerosos indicadores. Al momento, en ninguna otra etapa de la historia de nuestro país hubo tanto bienestar y progreso como en el periodo comprendido desde finales de la década de 1980 y hasta el fin de la segunda década del siglo XXI, antes que se desatara la crisis de violencia política en nuestro país y previo a la llegada de pandemia.

No es verdadero que siquiera una pizca de desarrollo haya sido arrebatada al país, pues el escenario con el que algunos buscan compararse sencillamente nunca ha existido: en toda la historia de la humanidad ningún socialismo ha sido capaz de ofrecer movilidad social, calidad de vida, dignidad o respeto íntegro a los derechos humanos.

Sería miope sostener que no existen grandes y diversos males que asolan la tranquilidad, la salud y la vida de casi la totalidad de los habitantes del país, pero aquellos males cobran un tenor distinto dependiendo de cómo se entiende su origen.

Si se comprende que la naturaleza y la realidad nos imponen desafíos y problemas que la humanidad busca resolver, como lo son la pobreza inherente de nacer sin bienes materiales ni conocimientos o la fragilidad frente a la enfermedad, obtenemos la perspectiva para una necesaria reflexión: Aquellas ideas, y las políticas concretas que de ellas provengan, que interpreten de mejor manera la naturaleza humana y permitan una mejor confrontación de estos males inherentes a la existencia, serían también éticamente superiores y deseables en la práctica. Esta comprensión de la existencia inherente de males a superar, pone necesariamente el acento en un desafío común, de épica de superación y de trabajo en comunidad para enfrentarlos, así como un sentido de urgencia en encontrar las soluciones y concretarlas.

Por el contrario, si se piensa que estos males no son una amenaza inherente, que el hombre, a través del Estado, puede hacerlos desaparecer con relativa facilidad y que la única razón de que persistan es la existencia de grupos que deliberadamente deciden mantenerlos para someter a otros o para su propio beneficio, entonces solo tendría sentido la revolución y la respuesta violenta contra aquellos grupos que “evitan el bienestar” para el resto de las personas. Vale la pena cuestionarse quién identifica a esos grupos en este escenario y cómo ello empalma con su agenda personal.

Usando una analogía, la primera visión sería entender la erradicación de la pobreza como la construcción de una pirámide mientras que la segunda, la consideraría un triunfo de guerra que se consigue sólo tras haber eliminado al “enemigo”.

Esta dicotomía propone una discusión y un objetivo anterior al quehacer electoral. Ser capaces de instalar que se tiene por delante un desafío conjunto, superar males inherentes, y no una lucha de clases o una persecución a “los opresores” permitirá encontrar vías de diálogo y entendimiento, lo que es un triunfo que preparará el camino de largo plazo para mostrar que las ideas de la libertad, la justicia, la primacía de la persona sobre el Estado y su dignidad, son el mejor camino conocido para conducir a las sociedades a su mayor realización espiritual y material. La tarea no parece sencilla, ya que la violencia vista en el país desde octubre y un alto grado de tolerancia de ciertos grupos de políticos y de una parte de la sociedad hacia ella, son preocupantes señales de que la idea del paraíso arrebatado y la consecuente necesidad del enfrentamiento tiene terreno ganado por estas latitudes.

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